ALFREDO CARDONA PEÑA, ESCRITOR COSTARRICENSE

ALFREDO CARDONA PEÑA, escritor costarricense

José Luis Colín

Corría el año 1967, y aquel sábado, en la cantina El Palacio de las calles de Ignacio Mariscal y Rosales, era el primero de muchos cientos de fines de semana que correrían desde entonces, al año en que el diario El Nacional sería cerrado. Por fin ocupaba el papel de escritor y periodista profesional, gracias al poeta andaluz exiliado de la guerra civil española, Juan Rejano, quien dirigía La Revista Mexicana de Cultura, suplemento cultural de aquel diario. Había aceptado mi primer artículo, que salía publicado precisamente esa semana. Digo primero aunque en sentido estricto no lo era, ya que antes había publicado diferentes textos en revistas y diarios de mi provincia natal, Oaxaca. Pero si lo era en cuanto a escrito, por el rigor formal que el mismo me exigió bajo la conciencia de quien sería mi evaluador.

Creo que fue en el cubículo de la Revista, situado al fondo de un corredor que partía del elevador hacia la derecha en el segundo piso del edificio del periódico sobre la calle de Ignacio Mariscal, donde tras establecer relación con algunos de los colaboradores regulares de don Juan, fuí llevado a la cantina de sus bohemias preferencias: El Palacio. Ellos eran, entre otros, Alfredo Cardona Peña, Otto Raúl González, Raúl Leyva, Gonzalo Martré, Jesús Arellano, Gerardo de la Torre, “grupo” que como Los Contemporáneos, lo formban sin ser “un grupo”, y que se definirían al paso de los años por ser bastante independientes pese a lo oficial de su fuente de trabajo. No todos, pero algunos sí fuimos desafiantes de las consignas gubernamentales en torno a la cultura instituída hacia esos años, y que era de complacencia acrítica. Yo mismo fuí suspendido en tres ocasiones al arremeter contra ciertos truhanes que navegaban con la bandera cultural, pero amparados antes que nada bajo la cobija de la corrupción gubernamental. Así ocurrió, cuando me atreví a denunciar a Luis Arenal -hermano de Angélica Arenal y cuñado de Siqueiros-, por ser un pillo explotador de jóvenes pintores.

El hecho es que, en esa primera tertulia o francachela cultural, conocí a Alfredo Cardona Peña, escritor oriundo de Costa Rica pero tan bien avecindado en nuestro país, que había terminado casándose con una “teca”, esto es, una natural de Juchitán, Istmo de Tehuantepec, Oaxaca. En él reconocí además, no sólo la exhuberante bonhomía que desparramaba sobre sus interlocutores, sino también la madera del entusiasta y asombrado escritor que era, respecto a todo lo que conjugara con lo literario. En especial, la poesía

Con el tiempo, nuestro círculo creció al sumarse otros jóvenes escritores como Juan Cervera -también poeta y andaluz-, Jesús Luis Benítez, René Avilés Fabila, Xorge del Campo, Manuel Blanco, Miguel Bautista, Raúl Cáceres, Antonio Leal, los panameños, Ramón Oviero, Carlos Alberto Palomino y Manuel Ballard. Ya fuese en las reuniones sabatinas o en las fiestas privadas del grupo, era Cardona Peña quien llevaba la batuta del momento. Ya fuese para pagar con la modesta generosidad que lo caracterizaba el primer pomo, o para poner el tema sobre el cual giraría nuestra plática de la tarde.Su facilidad de palabra, su amplio conocimento de la lengua y literatura españolas, más su pícaro optimismo desparramado entre trago y trago, nos lo volvieron inolvidable para muchos de los que lo sobrevivimos.

“Arde París… París se quema…¡”, nos obligaba a cantar parados y tomados de las manos en derredor de la mesa de nuestro gregario convite, cada ocasión que algunos de nosotros moría. Así enterramos a Enrique Bucio, Mario Santana, Jesús Luis Benítez, Parménides García Saldaña… Así cantamos por él, ahora.

Pieza de Teotihuacan, foto de Francisco Segura