VOLANDO BAJO, por Jorge Etcheverry

Volando bajo

Artículo por Jorge Etcheverry (Chile-Canadá)

Bueno. La cosa había terminado. Se trataba de un encuentro de doce poetas de la así llamada Región XIV, para los que no lo saben una manera de denominar a los chilenos que viven en el exterior, una categoría en pañales con muchas cosas por aclarar. Por ejemplo, yo soy ciudadano canadiense. Cosa que hay que reconocer, no se convirtió en arma para los críticos de este evento. En Chile toda iniciativa es criticable, sobre todo si se la puede atribuir a una persona en particular. Quizás se hubieran encontrado con gente nacionalizada en una media docena de países, y no hubiera faltado el xenófobo que cabalgando en las bajas pasiones colectivas, siempre rentables en épocas de imperio de los medios de comunicación de masas, hubiera exclamado con impostada indignación ¿Y dónde están los chilenos en el encuentro de poetas de la Región XIV? Pero todavía no se ha llegado tan lejos. Se efectuó el encuentro bajo el pararrayos de su organizador, a quien se le negaron los fondos mediante artimañas y nepotismo, a quien cuyos enemigos en los corrillos y grupos de interés acusaron de traficante de drogas y de influencia. El Gobierno no entregó apoyo directo, se mantuvo distante, enfrascado en tratados y relaciones comerciales con Europa, Asia y el consabido monstruo, en las elecciones presidenciales por venir, y deseoso de mantener una imagen de imparcialidad frente al público y ciertos organismos de financiamiento de las artes que ha ido secretando y que están revistiendo un carácter mítico y semidivino, en ese país de instituciones y guildas arrasadas por el mercado y el crédito. Los funcionarios hicieron gestos, hubo discursos, un ministro pagó una opípara cena. En los próximos años, oleadas sucesivas de poetas y escritores catorceavos cosecharán como la parca un fruto de público, prensa y financiamiento gracias a nosotros doce, que pagamos el piso.

Pero allí nos despedimos y nos dirigimos cada cual a su aeropuerto, como a un destino incierto. Antes de volar me pongo en paz conmigo mismo, pienso en quien se verá más afectada ante mi súbita volatilización. Hago un balance de mis deberes y haberes en caso de que Dios exista, aunque no soy creyente. El saldo no es negativo. En general he tratado bien a mis mujeres, varias de las cuales me han dejado. Siempre me he ido casi con lo puesto y sin embargo sólo tengo recuerdos positivos de estas experiencias. Si el avión se cae o estalla en el aire, Dios me dice que en realidad mi expediente es bastante bueno, más veces se han aprovechado de mí que a la inversa, he pasado por la vida sin grandes odios, sólo unos pocos a nivel ideológico o estético, lo que no es personal y casi no cuenta, siempre he sido pésimo para los negocios, en cuanto a promoverme, hace unos años un amigo que no voy a mencionar me decía que yo había destruido palacios, refiriéndose a mis actitudes casi insultantes hacia gente importante que de cuando en cuando se había mostrado manifiestamente inclinada a ayudarme. La divinidad dice que en cierta medida como que me he pasado la vida promoviendo y facilitando las cosas a los demás, muchas veces a personas que no se lo merecían y que en general se me ha pagado con ingratitud, con crítica encubierta. Pero me dice que he cometido un pecado imperdonable, que anula un poco los méritos anteriores; yo no creo en él “No crees en mí”, me dice, y se apunta el pecho. Me manda temporalmente al purgatorio, donde tengo que escribir una Oda a Dios, cuyo producto final Él mismo aprobará. Pese a que su creación pudiera indicar lo contrario, se dice que tiene un gusto muy exigente.

Pero allí vamos, un poco fuera de foco, la noche anterior dormimos con pastilla y eso siempre nos descentra un poco. En este largo vuelo nocturno todos duermen, menos yo, pero en algunos casos es seguro que los ojos cerrados ocultan un pavor inconfesable. En ese estado la percepción y los procesos mentales se agudizan, se derrota el sueño a costa de un ingente proceso de concentración, al leer Bodas de sangre de Lorca deploro el cliché, el refocilarse del autor en ese mundo en que se destacan a través de la bella imagen y el eufónico lenguaje las facetas más horrendas de una cultura reaccionaria y machista que todavía se vende con la pomada de lo telúrico por ejemplo, o lo popular, de mujeres encerradas en sus casas, destinadas a la procreación, de hijos robustos que trabajan físicamente en los campos, que procrean y si pueden matan, que en caso de infidelidad se la cobran a cuchillo. Pero en fin por el enorme aeropuerto de Atlanta circulan los jóvenes de las barriadas, mucho latino, negro en uniformes imperiales, que a lo mejor se aprestan para partir a unos de los frentes en esta nueva guerra mundial desigual y combinada. Al fin tocamos tierra en Ottawa, a mí y a un centroamericano nos pasan a que nos revisen las maletas, seguro por nuestro aspecto que luego se verá corroborado por el apellido, sacar todo, explicar porqué se estuvo fuera, ser conminado a producir alguna documentación que pruebe que soy traductor, como humildemente pongo en la tarjeta de desembarco. No tengo nada, para probar muestro un libro en español, afiches del evento, mientras el policía se nota más y más irritado, aunque en estas latitudes eso se manifiesta quizás por una cierta brusquedad, una mínima tensión de los rasgos. Si estuvo un mes afuera ¿Cómo es que llevó tan poca ropa?, me dice, lo que no es efectivo, ya que con el que llevaba puesto tenía cuatro pantalones, cinco camisas y dos poleras. Me hace vaciarme los bolsillos, ¿Y cómo puede viajar con tan poco dinero? Y le tengo que explicar que ahora con mi tarjeta puedo sacar plata en Santiago en pesos chilenos, en Estados Unidos en dólares americanos, que ya nadie anda con cheques viajeros, no le voy a decir que a veces sí, otra gente, para cambiar dólares o euros en el mercado negro, de lo que fui testigo. Pero todos sabemos que las nuevas reglas del juego se justifican con el espectro del terrorismo. En una de éstas me han visto en la página de los poetas antiimperialistas y se les ocurre merced a una mala traducción que uno está incitando a la rebelión. Pero ahora me dice que no levante tanto la voz, pero es que todavía vengo aturdido por el descenso, con los oídos tapados, mientras maniobro torpemente con los cierres de la maleta y me dice como despedida que cómo tengo tanto problema con mi propia maleta, this is starting to get personal. Welcome home. Pero ahora le toca el turno al salvadoreño.

Otra escultrura del gran Bill Reid, en el museo de la UBC, en Vancouver. Foto de Kazuyoshi Tlacaelel (México-Japón)