EL “RETORNO A LA MITAD DEL MUNDO” DE PETRONIO RAFSEL CEVALLOS, por Gerardo Piña-Rosales

 

El “Retorno a la mitad del mundo” de Petronio Rafael Cevallos

Artículo por Gerardo Piña-Rosales

En 1999 fue presentada en el prestigioso Instituto Cervantes de Nueva York la antología Entre rascacielos: Nueva York en nueve poetas, publicación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo de Chimborazo. Al poco tiempo, comenzaron a aparecer, en periódicos y revistas –impresos y electrónicos–, elogiosas reseñas críticas sobre esta antología. A raíz de su éxito, Marie-Lise Gazarian –la antóloga– y sus antologados –Francisco Alvarez-Koki (España), Yolanda Blanco (Nicaragua), Petronio Rafael Cevallos (Ecuador), Miguel Falquéz-Certain (Colombia), Isabel Fraire (México), Isaac Goldemberg (Perú), Pedro López Adorno (Puerto Rico), Jaime Montesinos (Ecuador), Mercedes Roffé (Argentina)– fueron invitados por la Casa de la Cultura Ecuatoriana –aquilatada institución, alma mater de la cultura nacional– a presentar el libro en el mismo Ecuador. Uno de los antologados (e impulsor, junto a Franklin Cárdenas, Jaime Montesinos y Marie-Lise Gazarian, del proyecto), Petronio Rafael Cevallos, natural de Ecuador y residente en los Estados Unidos desde hace más de una década, iba a ser el lúcido cronista de aquel viaje a `la mitad del mundo`.

Si para la mayoría de sus compañeros, aquel viaje al Ecuador habría de revestir más que nada un carácter meramente turístico, para Petronio Rafael Cevallos, el regreso al país natal, después de tan larga ausencia, significaba el reencuentro con su tierra. Este nuevo Odiseo ecuatoriano retornaba, tras un largo y azaroso periplo por los predios del Tío Sam –desde California a Nueva York–, a su Itaca, a sus raíces.

Conocí a Rafael Petronio Cevallos hace unos cuatro o cinco años en un seminario sobre la literatura del exilio español, que a la sazón impartía yo en el Centro de Estudios Graduados de la Universidad de la Ciudad de Nueva York. No tardé en descubrir que aquel joven, de penetrante mirada tras los quevedescos espejuelos, socarrona sonrisa y perspicaces e irreverentes comentarios, no era un doctorando más. Esa misma noche, mientras caminábamos, después de clase, por la Avenida de las Américas –la célebre calle 42, en el corazón de Manhattan–, entre estridentes alaridos de ambulancias y patrullas policiacas, y charlando, ¡cómo no!, de literatura (dulce veneno para ambos), sellamos nuestra amistad.

En un país sin nombre se inscribe en un género poco frecuentado por los escritores hispanos: el libro de viajes. Estas páginas de Cevallos –que él califica de `ensayo narrativo`– no constituyen un simple reportaje periodístico, con ribetes costumbristas, sino una crónica, a la vez personal y colectiva, íntima y objetivista, de la calamitosa realidad ecuatoriana. En un país sin nombre, texto circular, vertebrado en ocho capítulos o segmentos, recoge no sólo la experiencia testimonial del autor sino también referencias históricas que, a modo de guía, nos proporcionan el telón de fondo apropiado para justipreciar las swiftinanas glosas del viajero.

Es crónica colectiva, porque Cevallos denuncia, sin tapujos ni disfraces, a los responsables de la situación `tercermundista` del Ecuador. Porque, no olvidemos: fue esta misma situación –que se inicia con la irrupción de los `barbudos a caballo` y llega hasta la canallesca explotación de la inmensa mayoría de la población, especialmente de los indígenas, y la ambición y mediocridad de los dictadorzuelos y presidentezuelos de turno, más interesados en engrosar sus bolsillos que en el bienestar nacional– la que le condenó a él y a cuatro millones más de ecuatorianos a emprender el rumbo incierto del destierro.

Y es crónica personal, porque Cevallos, consigna, como en un diario o cuaderno de bitácora, sus reacciones –desde el júbilo del encuentro familiar hasta el desaliento que le produce la burocracia reinante– ante las peripecias del viaje, a sabiendas de que esas notas formarán el embrión para una futura crónica. De ese modo, la escritura le sirve no sólo para testimoniar la triste realidad político-social ecuatoriana, sino también para redescubrir, hurgando en los hontanares de su propio pasado, sus señas de identidad, difuminadas, hasta entonces, por los distorsionantes, fantasmagóricos velos de la expatriación.

El retorno nunca es fácil. El país de origen — idealizado a veces por el tiempo y la distancia– ya no es el que abandonara años atrás. Y él mismo, fraguado en otro país, en otra cultura, siente que los lazos que antaño lo unieran a su tribu no son ya los mismos. El exilio, la emigración, no perdonan. Sin embargo, y a pesar de los años transcurridos en tierra extraña, el retornado se reconoce en el terruño que lo vio nacer, en el mar que acunó sus noches de infancia. Muchas de las señales de referencia han desaparecido, pero otras perduran. Bastan un gesto, la inflexión de una palabra, el eco de una voz, para que recobremos, aunque sólo sea por un instante, el pasado que creíamos muerto.

Nueva York, julio del 2000

 

“Encuentro” obra de la época caribeña del maestro surrealista español Granell