PROMOCIÓN DE LA LECTURA Y LA ESCRITURA EN EL SIGLO XX, por José Tlatelpas

Promoción de la lectura y la escritura en el siglo XXl

Por José Tlatelpas

Algunos promotores de literatura en el siglo XX en México y América latina habrán de ser justamente recordados por su influencia plural y creativa: Juan José Arreola, Elías Nandino, Mario Benedetti, Gustavo Saénz y Leopoldo Ayala, Bernardo Ruiz, Ernesto Cardenal, Fernández Retamar, entre otros. Ojalá que sobre sus sombras no ronde la ingratitud, como ya han comenzado a sufrir los célebres talleres-influencia de Nandino y Arreola en muchos escritores-tallerandos. Traigo aquí el tema de la pluralidad porque ésta es una garantía de confiabilidad en cuanto al carácter nacional o, mejor dicho, real-operativo de una literatura. El trabajo de la difusión literaria necesaria y desgraciadamente ha estado vinculado en América latina con el ejercicio de la administración pública. Y la administración pública con la política y con la incipiente democracia. Al no haber una democracia suficientemente desarrollada en algunos países de habla hispana no ha habido una voluntad y una política cultural democrática o representativa de la sociedad civil y esto se ha reflejado en la administración de la cultura.

En resumen: hemos tenido una promoción primero feudal y después institucional
y vertical de la literatura, una educación literaria “oficial”
y no propiamente literaria ni representativa de la vida cultural de la sociedad
civil. Los talleres de lectura y redacción, de creatividad, etcétera,
en muchas ocasiones han representado una continuidad de esta tendencia.
En América Latina contamos con un ejército de escritores diplomáticos, funcionarios, embajadores, secretarios de Estado. Los escritores han optado por la política y la administración pública. Y éste ha sido el caldo de cultivo de muchos talleristas. Los escritores que han marchado con el régimen camaleón han sido célebres y han pasado a la historia oficial. Los que fueron en contra del poder, fueron pisoteados, ninguneados y borrados de la misma.

Pero en este caso han sido criterios políticos los que decretaron en México el silencio de los estridentistas, de las propuestas del grupo 30 30, de muchos de los mal llamados nacionalistas, especialmente José Mancisidor, Gregorio López y Fuentes, Raúl Carrancá, Ermilo Abreu Gómez, etc, criterios políticos oficiales y no criterios civiles, no criterios literarios, es lo que ha arrinconado en el olvido a estos escritores. La literatura, la enseñanza de la literatura, el entrenamiento, el ejercicio literario y el desarrollo de la creatividad literaria no deben estar sujetas al arbitrio del Estado, como juez y parte, ni a la oficialización y a la venia o censura de políticos de un partido o de una burocracia informe e insensible, antipopular, antisocial y anti ética.
El desarrollo de los talleres literarios y de creatividad, de promoción de la lectura, ha sido fuertemente infuenciado por esta política. No es extraño que pertenezcan a este continente, a este país y a esta época. Fueron creados como alternativa pero, dependiendo de las instancias oficiales reprodujeron naturalmente errores de su burocrática nodriza. Se formaron burocracias y aristorcracias de los talleres, pocas veces auténticos espacios de libertad y tolerancia. Los escritores que han surgido de la mayoría de nuestros talleres no han sido distintos, plurales, frecuentemente han sido, siento decirlo, clones y fotocopias de los valores hechos, reproducciones gemelas de los señores de la burocracia literaria, oficial y privada. Los pajes del servilismo y el acomodo, en los perores y abundantes casos.
A través del tiempo, todos los talleres han caído en el vicio limitante de leer únicamente a los mismos autores, sus maestros o conductores les recomendaban los mismos marcos de referencia, usando técnicas parecidas. Los han reforzado escuelas y universidades. Muchos escritores han llenado con espectáculos anecdóticos nuestras conferencias, han sido empleados disciplinados de la burocracia y no investigadores. Otros rebeldes han sido quijotes de la literatura, transformadores de nuestra disciplina o querida indisciplina. El poder del dinero, de la necesidad, del sistema, de nuestra miseria, ha corrompido el trabajo de los nuestros talleres de lectura y de creación literaria.
Hemos sido dolorosamente ajenos a la esperanza y al sufrimiento de nuestros países y nuestros pueblos. Hemos sido muchas veces anti-literarios. Pero por otra parte algunos, como excepción, han sido humanos, profesionales, valientes, creativos. Yo disiento mucho de la ruta de muchos escritores en nuestros países. Pero asimismo, así como exigimos respeto por nuestro punto de vista, respetamos profundamente los puntos de vista diferentes y reconocemos la seriedad, la disciplina y el profesionalismo de muchos de nuestros contemporáneos. Sin embargo, siento que nos ha faltado honestidad, hondura, democracia.

Apegarse exclusivamente a la burocracia y a la aprobación oficial es
una forma de corrupción, de antiliteratura. El ningunear a unos, desconocer
a unos y sólo nombrar a otros es corrupción, y peor que eso, es
anticientífico, antihumano, deshonesto, servil.
¿Cómo hablar de la historia de la literatura mexicana y latinoamericana del siglo XX, por ejemplo, con parcialidad sistemática? ¿Cómo desarrollar una creatividad con talleres que leen lo mismo, hablan de ser diferentes siendo iguales y que producen escritores tan idénticos que, sin dificultad alguna podemos cambiar el nombre a cualquiera de las producciones de muchos de ellos, y no darnos cuenta de quien fue el autor, por ser sus obras tan iguales.
Esto nos sugiere que tal vez es preciso revalorar nuestro ejercicio literario, nuestro manejo de la creatividad. Que quizá en el siglo XXI nos será preciso impulsar la tolerancia civil en la vida nacional de nuestros países, en la política y en el arte, en los talleres de lectura y en la creatividad. Incluir a nuestra aldea, a nuestra calle, a nuestro vecindario. Aprender a tolerar las ideas contrarias, dejar que hablen todas las voces, discutir con altura, no descalificar, aprender a escuchar y a respetar sinceramente a los otros, sin importar lo distintos que sean de nosotros. Dejar que opinen todos y la se desarrolle la literatura como un impulso civil, social, humano, multivocal de nuestra comunidad hispanohablante y no como una inmensa escuela elemental donde se establece una línea y se revisan calificaciones, directa o indirectamente.
En traducción: tenemos que aprender a enseñar con el ejemplo y con un sistema distinto, leer con respeto y juicio crítico, tenemos que aprender y enseñar, o promover acaso, la tolerancia cultural, la pluralidad, el carácter independiente y libre de la cultura, arrancarla de su viejo y decrépito edificio oficial. La cultura oficial es la estructura de un gobierno o un Estado, no la cultura o las culturas de un país o de una lengua. Tenemos que promover la capacidad de los tallerando para que abran sus ojos a otras alternativas, a otras culturas, a la coexistencia de las ideas y los conceptos, de los estilos y las formas. Y el respeto. Por otra parte, promover la audacia, no el temor mojigato, promover la investigación, no el ejercicio ingenuo y desinformado.
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Quiero decir: transformar nuestra
práctica semi feudal de la literatura por una práctica moderna,
investigadora, creativa, civilmente respetuosa, objetiva y científica,
honesta, al menos, de la literatura. No dejarnos arrastrar tampoco por el concepto
norteamericano de la literatura best seller, de la literatura mercenaria, que
se valora por los ingresos que produce y por los libros que vende, no por su calidad,
ni su contenido, ni su contribución. Enseñar a los tallerandos a
escribir con respeto por sus lectores y dejar de promover egoístas que
no tienen más interés que su propio narcisismo y complacencia. El
papel de la literatura quizá ha dado cabida a los gritos patológicos
de pajes aburridos, pero es algo más que eso, mucho más: en ella
caben también otras influencias: la reflexión y la esperanza, la
discusión heroica del Sub Comandante Marcos, la valiente tarea de Mario
Benedetti, la narración certera de Julio Cortázar, la desolación
universal y andina de César Vallejo, la tragedia brutal de Antonio Plaza,
el álbum pueblerino de Ramón López Velarde, el vigor de Pablo
Neruda, la finura de García Lorca, el barroco incomprensible de Alejo Carpintier,
la narrativa chicana o universal de Carlos Fuentes, la solidez indiscutible del
controvertido Octavio Paz, el galano arte de pensar de Ortega y Gasset, el rigor
de Borges, las resonancias claras de Rafael Alberti, el sabor español de
España de Antonio Machado, la poesía de Rosario Castellanos y Gabriela
Mistral, las sabias locuras de los futuristas, los estridentistas, los infrarealistas
y los artesanales.
En resumen: cabemos todos y todos tenemos derecho al uso y presente de la lengua española. Quizá en el siglo que comienza deberíamos entender mejor que la literatura no es solo oficialismo y oficialidad, sino pueblo y discusión. Porque pueblo y discusión son los maderos que forman los míticos portales de la cultura que será, en este naciente siglo XXI, nuestra cara, nuestro rostro y la esencia pura de nuestro futuro y nuestra soberanía.

Imagen del muralista J. H. Delgadillo