EL ESPAÑOL EN FILIPINAS por Tony P. Fernández

El Español en Filipinas

Artículo por Tony P. Fernández

Las últimas producciones del cine español confirman la tendencia que
ya se vislumbraba al inicio de esta década, y es que en España no sólo
se hace buen cine, sino que además las películas españolas son premiadas
en los certámenes europeos y arrasan por primera vez en taquilla. No
hace mucho tiempo que nuestro cine necesitaba de las subvenciones para
sobrevivir, hoy eso ha quedado atrás. El cine español por fin nos emociona
y nos cautiva, gracias a la gran imaginación de nuestros geniecillos,
como Amenábar, y a la capacidad para sacar recursos de donde no los
hay.

Por ello, quiero compartir la oportunidad de acercarnos a lo
que se cuece en la cinematografía ibérica con el mundo
de habla hispana. Hoy inicio una sección en la que periódicamente daré
cuenta de las más interesantes novedades en las carteleras españolas.

Sin embargo, en esta primera entrega no voy a hablar de las películas
más taquilleras en el 97 (Airbag, de Bajo Ulloa o Carne Trémula,
de Almodóvar), que han desbancado a las superproducciones estadounidenses,
sino que quisiera aprovechar la ocasión para presentar las tres películas
que a mi juicio han brillado con más fuerza en nuestro universo cinematográfico.
Hablo por supuesto de Secretos del Corazón (Armendáriz), ganadora
del Angel Azul de Berlín a la mejor película europea y finalista en
los Oscar, de La buena estrella (R. Franco), gran triunfadora en
los Goya (premios de la Academia Española) y Abre los Ojos (Amenábar),
mi debilidad particular y la que sin duda será la gran premiada en 1998.

Los secretos de Armendáriz

Tras el fracaso entre el público de su anterior experimento, Historias
del Kronen (una parodia cruda de la violencia, las drogas y la autodestrucción
juvenil ambientada en Madrid), Armendáriz opta en Secretos del Corazón
por arriesgarse, apostando por una producción a caballo entre la poesía
y la técnica.

El rodaje se fundamenta en la complicidad de un niño de corta edad
(un excelente Andoni Erburu), y a partir de su expresividad y espontaneidad,
y de una mezcla de ingenuidad y malicia, el espectador se ve sorprendido
y arrastrado a un mundo particular, que se cuenta a través de esa mirada
infantil.

Para el director la clave estaba en encontrar al niño adecuado, y tras
largos meses de pruebas, se acertó plenamente en la elección. En realidad,
los actores que completan el reparto, consagradísimos por otra parte,
(Carmelo Gómez, Silvia Munt, Charo López, Vicky Peña) son personajes
de gran complejidad y muy contrapuestos entre sí, pero que devienen
meros comparsas de los verdaderos protagonistas infantiles.

La acción se ubica en una pequeña ciudad de provincias española en
los años 60. El niño protagonista, Javi, y sus amigos reviven la historia
de un antiguo crimen pasional en un caserón en el que se pueden escuchar
las voces de los muertos. Ahí, en ese cuarto, Javi cree que se esconde
el secreto de la muerte de su padre; ese misterio desencadena el proceso
iniciático de la búsqueda y el aprendizaje del niño, simbolizado por
el miedo y la fascinación hacia lo desconocido. Eso y su peculiar relación
con las mujeres, su madre y sus indescriptibles tías, nos muestran
cómo Javi se adentra poco a poco en la realidad del amor, las pasiones,
el sexo y la muerte, en un proceso de substitución de la fantasía infantil.

Se trata de un retrato cálido, acompañado por una fotografía y una
música que contribuyen a exaltar la sensibilidad del largo, en el que
la fascinación por lo mágico y lo desconocido nos arrastra tras lo
ojos del protagonista, y nos hace fluir entre la sonrisa y la lágrima.

Una película con estrella

Después de ver La Buena Estrella uno se da cuenta de que se puede
dar de bruces con un corazón auténticamente bueno y sincero a la vuelta
de la esquina. Aquí esa bondad extrema encuentra su máxima expresión
en un Antonio Resines revelador.

La película se basa en hechos y en personajes reales, pero muy difíciles
de contar, para los que Ricardo Franco ha encontrado las palabras y
los actores adecuados.

Este largo es la estilización narrativa y visual de un micromundo de
sueños perdidos, un mundo sin grandes ideales, el de un hombre que
aspira a rodearse del amor y de algo tan obvio (y tan grande) como
una familia.

Imagen de la película Secretos del Corazón

Ese hombre es Rafael, representado por un Antonio Resines que se nos
descubre convertido en un ser profundamente humano, y lleno de ternura
y dramatismo, absolutamente creíble a pesar de los papeles cómicos
a los que nos tenía acostumbrados este actor. Maribel Verdú, esta vez
más sincera y profunda que nunca, logra transmitirnos los fuertes conflictos
internos de Marina, y por último Jordi Mollá, la gran revelación de
una nueva promesa, un joven pletórico de espontaneidad que recrea a
la perfección esa lucha por sobrevivir del perdedor.

Es un melodrama realista, con inquietudes sociales, y con una estructura
de personajes típicamente de comedia, pero que se encuadra sobre todo
en el territorio inexplorado de los sentimientos.

La película narra la historia de Rafael (Resines), que de joven perdió
sus testículos en un accidente, lo que le conduce a una vida solitaria,
que se ve interrumpida una madrugada que decide auxiliar a Marina (Verdú)
de un joven, Dani (Mollá), que la está apaleando en la calle. Rafael
la recoge en su casa, donde ella le narra una vida cruda de orfelinatos
y delincuencia. Ella espera una hija de Dani, que es delincuente y
vive casi permanentemente en prisión. Rafael le propone cuidarse de
ella y de la niña, y se quedan a vivir juntos, en aparente tranquilidad
y alejados de Dani, hasta que éste sale de la cárcel y se presenta
en casa. Rafael cede a que se quede unos días, pero la estancia se
alarga y a nadie se le escapa que Marina ama a Dani, y ambos tienen
otro hijo. Increíblemente el corazón de Rafael perdona y acepta la
situación por no perder lo único que tiene, a Marina y a la niña, Estrella.
Rafael sólo intuye que Dani amenaza terriblemente ese mundo de paz,
pero no imagina que puede acabar destruyéndose y llevándose con él
a Marina.

La buena estrella es pues ese sueño que está ausente de sus vidas.

Se trata de un guión muy elaborado, de principio a fin, para una historia
concebida a partir de la comprensión mutua de esos tres seres. Una
forma de acercarse sinceramente al alma humana.

Amenábar se abre al futuro

Llegamos a mi personaje predilecto, ese joven genio llamado Alejandro
Amenábar, sobre el que ya tanto se ha dicho, y que con sólo 25 años
se ha consagrado como la gran realidad del cine, no sólo español, sino
universal.

Todos tenemos en la retina Tesis, el primer largometraje escrito y
dirigido por Amenábar, en 1996, un excitante thriller de trama descabellada,
sobre una red de creación de snuff movies en el sótano de una facultad.
La fuerza, la complejidad de la trama, el descaro y el perfecto equilibrio
de las imágenes y protagonistas de Tesis, propiciaron que lograra
7 premios Goya, y una excelente acogida del público. Parecía imposible
que la brillantez lograda en su primera película fuera superada, pero
ahora nos ha sorprendido con Abre los Ojos (película para la que,
además de escribir y dirigir, ha compuesto parte de la banda sonora).

En Abre los ojos se habla sobre la alienación, sobre la percepción
de la realidad que nos rodea, donde los sueños se convierten en el
instrumento del montaje cinematográfico. Ambientes oníricos que se
intercalan o transponen con lo real, hipnosis, flashbacks y sueños
intercalados y todo ello logrando que el público lo entienda y, sobre
todo, no pierda la atención.

El actor protagonista, Eduardo Noriega, `carga` con un personaje y
tres caracterizaciones muy distintas: su rostro bien parecido, su rostro
mutilado, y su rostro cubierto por una prótesis que reproduce sus rasgos.
Penélope Cruz se nos muestra sincera, encantadora y llena de magnetismo,
en un duelo con la actriz Najwa Nimri, el detonante de la pesadilla
en la que se convierte la plácida vida del guapo protagonista, y el
entrañable Chete Lera, el psiquiatra que se convierte en ese amigo
maestro con el que todos soñamos.

La película se inicia poniéndonos en situación sobre César (Noriega),
un chico feliz, guapo, algo frívolo, heredero de una gran fortuna (sus
padres murieron) y triunfador con las mujeres. Un noche su mejor amigo
le presenta a Sofía (Cruz) y se enamora al instante, quitándole el
posible ligue a su amigo pero esa misma noche, tras estar con Sofía
se cruza con Nuria (Nimri), una chica misteriosa aferrada a él de un
modo obsesivo y enfermizo. Él intenta librarse de ella, aunque finalmente
cede a que ella lo lleve a casa, pero Nuria, atacada de celos, decide
acabar con su vida y se tira por un precipicio, con César a su lado.

Tras el accidente ella muere, pero César queda totalmente desfigurado.
El trauma y el rechazo que ello conlleva, desencadenan un terrible
duelo personal entre la realidad y la fantasía (un duelo aderezado
con geniales guiños al espectador, como por ejemplo esa espléndida
imagen de la Gran Vía madrileña desierta).

En un cambio de escena se nos traslada a un psiquiátrico penitenciario
en el que César con su careta, relata a Antonio (Lera) los hechos confusos
que le han llevado allí, y desde ese instante, el espectador es conducido
magistralmente por túneles misteriosos e inexplicables que lo mantienen
en vilo y lleno de curiosidad, hasta un final inesperado.

En definitiva, Abre los ojos nos propone varias reflexiones, sobre
lo real, sobre la importancia de la imagen y hasta sobre la inmortalidad,
con un planteamiento que nos hace dudar de todo. Estamos, pues, ante
una película sobre el futuro y para el futuro.

Ni qué decir tiene que desde aquí le auguramos y le deseamos un gran
futuro a Amenábar. Así sea.

En la próxima entrega os hablaré del fenómeno Torrente, el brazo tonto
de la ley, comedia loca que ha logrado arrollar y superar en nuestros
cines a la mismísima Titanic, en un solo mes.