”¿Cómo conocí a Beatriz?”, una narración de Sara Estefanía Batalla Alcalá

¿CÓMO CONOCI A BEATRIZ? (fragmento)

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Por Sara Estefanía Batalla Alcalá

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En esta ocasión presentamos un fragmento de la obra de Sara Estefanía Batalla Alcalá, una escritora mexicana que escribe principalmente ciencia-ficción, temas de fantasía y también poemas. Su obra se caracteriza por ser original y multifacética, maneja una elaborada construcción de personajes, y una rica e inagotable imaginación, fascinante y original. Como escritora es agradable como el café, impredecible como un cuento sideral, y además, de inteligente, dicen sus lectores, es guapa y elegante.

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¿CÓMO CONOCI A BEATRIZ?

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No era que estuviésemos rompiendo así como así, algunas veces uno ha roto tantas veces con su pareja que, sobre todo cuando se trata de relaciones conflictivas, uno se acostumbra a que todo está mal siempre, uno comienza a sentir que necesita la pelea para entrar en calor, para que exista una enfermiza base para que pueda darse el amor. Fue entonces en esa habitación de papel tapiz desgastado y un supremo desorden, mientras ella paseaba en ropa interior color morado, seduciéndome y yo fascinado con sus piernas, con la forma tan espectacular en la que le quedaba el encaje morado, que ella comenzó de nuevo. La tensión sexual estaba al máximo no solo porque ella paseaba sino porque en la parte de abajo estaba mi abuela con su respirador, al cual le quedaban solo tres horas de oxígeno, lo cual sería más que suficiente para que alcanzara a llegar la cuidadora, que instalaría el otro tanque de inmediato, yo sólo debía quedarme en casa para recibirla y de acuerdo a su último mensaje, llegaría en cualquier momento, quizá incluso nos sorprendería si es que comenzábamos a coger. Beatriz mi novia, siempre había estado fuera de sus cabales, pero por alguna razón esto resultaba excitante y prefería eso a relacionarme con las intelectuales o las huecas, ella era como un torbellino y siempre que me enloquecía en las discusiones, terminaba recordándome a mí mismo la razón real de estar con ella y que ese era el precio que tendría que pagar. Así que ahí estábamos, yo sentado sobre el sillón desteñido mientras ella paseaba en ropa interior riendo escandalosamente mientras veía un video de los terraplanistas y yo me deleitaba viéndola contonearse, indignarse y carcajearse como si ella fuese la poseedora de la razón absoluta. Por eso le dije lo mucho que me gustaba como se veía en color morado y ella me preguntó que si era un color que me gustaba sobre la piel desnuda… yo contesté que sí y entonces un torrente de indignaciones y cuestionamientos sobre las mujeres que me había cogido con ropa interior morada llovió sobre mí. Discutimos tanto y tan fuerte sobre nuestros pasados (ella había salido con cualquier cantidad de patanes, así que ambos podíamos dar una buena pelea) que olvidamos la hora, olvidamos a mi abuela y olvidamos hasta el sexo y cuatro horas después mi abuela había muerto.

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La cuidadora había dejado cientos de mensajes sobre la urgencia de que la dejáramos entrar pero estábamos con la atención sumergida en quién tenía la razón, en la discusión a grito abierto y seguro que no habíamos escuchado a la mujer que había venido a cambiar el oxígeno debido a los gritos y quizá se había ido luego de haber estado insistiendo un buen rato. Cuando ya todo estaba arreglado entre ella y yo, bajamos y recordamos a los pocos segundos el nivel de oxígeno y ahí estaba mi abuela, con una cara aterradora como de reclamo, con los ojos bien abiertos y las manos estiradas, muerta, completamente helada sobre su sillón reclinable. Una vez que confirmé que mi abuela ya no estaba con nosotros me tiré de rodillas sobre el piso color blanco mientras iba sintiendo que me hundía cada vez más profundo. Beatriz me miró y pude ver en sus ojos cómo iba cayendo en un abismo de culpa, de demencia superior a la que ya tenía y por qué no, depresión. Yo me tapé la cara con las manos y ella me llevó a una silla en la que me sentaba cuando tenía que darle de comer a mi abuela y comenzó a acariciarme el cabello mientras yo aún tenía las manos sobre la cara. Mi único trabajo era mantener a mi abuela viva hasta que el juicio terminara, de otra manera mi madre y yo quedaríamos por completo desposeídos, y no había sido capaz de cuidar de sus últimos días. Me sentía tan terrible, pensaba en la culpa de la muerte, en todas las fatales consecuencias que esto traería a nuestra vida y a la presión que sentía por cargar con la muerte de mi abuela y la desdicha de mi familia en mi conciencia, era demasiado y comencé a llorar sin darme cuenta. Y mientras aún estaba sumergido en el caótico escenario que estaba presentado, Beatriz llegó y comenzó a sentarse sobre mis piernas aun con la ropa interior de encaje morado, se frotaba sobre mi pelvis suavemente, con tanta delicadeza que yo me sentía profundamente conmovido. Luego comenzó a besarme en las mejillas que estaban húmedas por mis lágrimas, pero me siguió besando una y otra vez y luego siguió con la boca, sus besos eran tan tiernos y apasionados a la vez que me regocijé en un placer soleado que me alejaba por completo de mi terrorífica situación y al saber que había escapatoria, la excitación más fuerte se apoderó de mí por completo. Sus cabellos olían a frutas y su piel era suave y tibia y tan conocida para mí que era como estar en casa, luego de besarla en la boca besé sus hombros y como si de un globo de helio se tratara, volé sobre sus caderas olvidando por segundos la mierda de vida que tenía, besé primero sus pezones muy despacio como si la culpa me tuviera atado, impedido de sentir tanto placer, pero una vez que perdí el control, besaba sus pechos salvajemente y mis manos que recorrían con desespero su espalda comenzaron a bajar como si yo hubiera perdido el control de mi propio cuerpo.Y fue así como poseído por su cuerpo candente y maldito me fui perdiendo, todo estaba mal, era incorrecto que besara su boca con esa furia, con esa morbosidad, como si con un solo beso quisiera desvestir su alma.

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Abrí mi teléfono con 55 mensajes, de mi madre, de su cuidadora, de la vecina, de mi primo, que también siempre había cuidado de ella y de su padre, mi tío. Me preguntaban cómo estaba ella, me reclamaban atención y amenazaban que si algo le pasaba sería mi culpa y la mayoría de ellos terminaban diciendo que la vecina no me había visto salir, y aterrados rogaban porque ambos estuviéramos bien. El asunto es que no lo estábamos, menos ella que yo por supuesto. Me llevé las manos a la cabeza y un sonido parecido al llanto salió involuntariamente de mi garganta. Beatriz despertó con el ruido que hacía y aun cuando tardó unos segundos en salir de su estupor, una vez que reaccionó a lo que pasaba me miró llena de angustia.

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-¡Vámonos!- me dijo casi ordenándome. Yo me encontraba en un estado en el que cualquiera que lo hubiera intentado, controlaría mis pasos, así que vulnerable a su palabra, le dije lloriqueando mis temores y mis culpas. No solo mi abuela me había logrado criar con mucho más éxito de lo que lo hubiera hecho mi madre, pues ella se pasaba de marido en marido y de trabajo en trabajo, sino que además no quería ser yo quien le diera a la familia un dolor tan grande, me negaba aun cuando no era posible ya, ser yo quien lo causara. Le hablé de mi compromiso, era lo único que tenía que hacer en la vida, pues había dejado el trabajo y la escuela con el pretexto de cuidarla, más ahora que estaba tan delicada y su vida era no sólo valiosa para nosotros por ser la abuela, sino que además debíamos poder cobrar su jugosa pensión hasta que ella firmara su testamento, pues con el sueldo de mi madre resultaba imposible costear la vida que en aquel momento llevábamos. Además de eso estaban los reproches que me negaba a escuchar, mi primo Joaquín y mi tío se quejaban ante cualquier signo que tuviera mi abuela de estar mal cuidada, alegando que yo siempre había sido el nieto favorito, que me había llenado de regalos hasta el grado de malcriarme cuando aún estaba lúcida y que lo menos que merecía de mi era toda mi atención, ya que no podía hacer nada más por ella y ahora… Beatriz entonces me miró con su demencia acostumbrada, aun embelesada por la noche anterior y comenzó a doblegarme con sus descabellados argumentos aun cuando eran egoístas, trillados, locos de atar.

-Debes vivir tu vida, quizá es una oportunidad que no vas a volver a tener, es decir vamos, una oportunidad para hacer una vida juntos. No existe la casualidad, es una señal para que al fin seas libre del constante reproche de lo poco que has hecho con tu vida, y ¿qué les importa al final? Si es tuya y de nadie más. Fue lo mejor que pudo haber pasado, al final tu abuela te perdonaría sin pensarlo, ¿No eras acaso su adoración? Ahora está liberada del sufrimiento, de sus incurables padecimientos. Ahora gracias a ti descansa, la eutanasia no es legal aquí, pero eso no te hace un criminal. No es tu culpa la incapacidad de tu madre, que siempre ha buscado quien cuide de ella como si no pudiera cuidarse sola, mucho menos a ti. No es tu culpa que tu abuela te amara desmedidamente, más que a Joaquín, más que a nadie, y ella no querría tu culpa, tú llanto y si estuviera aquí te defendería de sus reproches, velaría como siempre por tu felicidad. Yo la miraba estupefacto, algunas de sus palabras me herían pero comenzaba a creer que tenía razón, seguí escuchándola mientras me envolvía en sus gestos y sus palabras.

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-Por eso debes honrar su presencia, ser feliz. Darle gusto aun cuando ya no esté con nosotros. Escápate conmigo, huyamos, robemos todo lo que tenga valor y seamos felices, en honor a tu abuela. Piensa en lo que ella hubiera deseado para ti, que podría ser cualquier cosa, menos la muerte. Sus profundos ojos me miraban, tenía razón. Esa cara que yo había ido esculpiendo por nuestras largas horas hasta transformarla en angelical, había vuelto a ser un demonio, el demonio de siempre, el que susurra al oído, el que lanzaba chillidos y reproches dominantes, que parecían ser siempre dirigidos a un bien mayor, pero que ambos sabíamos que en el fondo era su capricho egoísta y nada más. Y eso qué más daba, si yo estaba feliz mientras supiera que la había complacido, como si con empeño demostrara mi único talento, complacer a Beatriz. Hablaba y se vestía muy de prisa, determinada a conducir mi vida desde sus manos y su voz. Se limpió la cara y comenzó a retocarse el maquillaje y una vez que estaba medianamente presentable, pero siempre encantadora, profirió con fuerza hacía mí; -¡Es hora de que te conviertas en un hombre! Ya luego veremos de qué tipo pero has pasado demasiadas horas siendo nada más que un escuincle estúpido, de esos que no sabe lo que quieren en la vida. Entonces me cacheteó. La rabia me dio el coraje que necesitaba y a prisa tomé mi ropa y comencé a vestirme imitando su prisa sin saber por qué. Y entonces hice la pregunta, la pregunta que les garantiza que siguen poseyendo nuestras almas, la pregunta que ellas siempre están esperando y que escucharla llena su ser de poder.

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¿Qué crees que debo hacer? …. (continúa)

La escritora mexicana Sara Estefanía Batalla Alcalá

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Sara Estefanía Batalla Alcalá presentando su libro “Los Padres de la anarquía”
Un cartel de Sara Estefanía Batalla Alcalá del centro cultural CERES, en la alcaldía Gustavo A. Madero de Ciudad de México

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Agradezco que hayas llegado hasta aquí, recibe un abrazo.