México pierde a dos poetas entrañables: Roberto Fernández Iglesias y Rocío González, introducción por Oscar Wong

“México no se merece tanto ángel y tanto perro”, escribió en su momento el poeta Efraín Huerta, por eso, en este México contemporáneo, tan ignorante y de una lamentable pobreza cultural y espiritual, tan necesitado de rumbo y mucha reflexión, es una tragedia perder en dos días seguidos a dos poetas – Roberto Fernández Iglesias el 23 y Rocío González el 24 de abril-, a dos creadores de una realidad que redime al pueblo “bueno y sabio”, según la Dra. Margarita Ponce. Por eso, también, Jaime Sabines (dirigiéndose a Dios – nota del editor) apuntó en su oportunidad: “Algo le falta al mundo y tú te has puesto a empobrecer lo más”.

Oscar Wong

 

 

REIR SIEMPRE

Roberto Fernández Iglesias

 

No se me da el llanto

prefiero la risa

reír hasta la carcajada

también sonrisas

gestos amables

guiños

pero no el llanto

aunque luego me caen lágrimas

encimadas en plácida manera de lluvia

No lloro aunque me acuerde

Río sin mayor pretexto

por cualquier cosa

Quizá eso ayuda a vivir más

¿Y el llanto? ¿Ayuda igual?

Quizá

No sé bien ni quiero saber

No me gusta el lloro

mucho menos el lloriqueo

No es lo mío

Siempre preferiré la risa

por mínima y tonta que sea

Siempre reír por todo y por nada

Aunque duela

Reír hasta después del final

Mantener abiertas puertas y ventanas y sueños

para la risa

aunque luego caigan lágrimas

sobre el corazón

dijo el poeta maldito

como lluvia sobre la ciudad.

 

NACÍ EN OTOÑO

Rocío González

 

Nací en otoño

bajo el dominio del color rojo,

el mismo con que pinté al sol

y marqué mis besos.

No heredé de mis padres ningún oficio

pero el estallido de mi niñez

ha soportado todos los embates.

Mi nombre casi nunca designó

la ambigüedad de mis pasiones,

acaso alguna tarde

cuando mi corazón se siente en escampada

y se agrega el rocío

la resaca de una lluvia como llanto.

Los paisajes me signaron

casi tanto como los abiertos ojos de los niños,

entré en las multitudes con embriaguez amante

y en las peregrinaciones

anduve siempre arropada del sopor irredento de la

borrachera.

Para la soledad

construí un redondel desordenado

donde se acomodó la flor y el grillo

y hubo luces dispuestas sobre letras melancólicas.

Aprendí filología y troqué los últimos años

de mi fugitiva juventud

por tardes silenciosas donde el libro

fue el tótem y el fantasma

que impuso nuevo régimen a mi sed de amaneceres.

Me entregué a los que amé

sin dar pábulo a la razón,

enorme y loca abrí puertas clausuradas

y permití que tocaran mis sueños más recónditos,

algunos apilaron los instantes de mi ofrenda

en anaqueles de nostalgia intermitentes.

Hermana de mis hijos,

madre huérfana,

quise preñar el añil de la palabra.

Conocí el amor de Iseo

y alguna vez fui Dido alzándose en la hoguera.

No salí ilesa de ninguno de mis actos,

mi cuerpo se llenó de indelebles cicatrices,

fósiles de peces minaron templos vírgenes.

Tuve una amiga dual

hecha de piedras y de sonidos

a ella revelé monólogos de espuma.

No me salvé de filias agobiantes,

empujé la rueda hasta no poder más

y sudorosa

el sol me recogió de mi destino.

 

La poetisa mexicana Rocío González, departiendo con admiradores en la última presentación en vida de su obra, aquí, en la Casa del Poeta Ramón López Velarde. Foto del maestro Jorge Vargas.