ALFREDO MENESES semblanza
José Luis Colín
Esa noche, como era costumbre cada mes, después de una inauguración en la galería Edward Munch, salimos en parvada varios escritores y pintores, bien alumbrados. Se había libado el coctel de rigor con motivo de una muestra de técnicas mixtas del pintor ahora extinto, Víctor, artista atormentado que, pasado el tiempo moriría bajo el efecto de su divino veneno, el alcohol. No se podría olvidar. Máxime si se toma en cuenta que por ese tiempo, sus trazos habían complementado algunos de mis poemas que se publicaron en la Revista Mexicana de Cultura, sumplemento de El Nacional, que dirigía el poeta andaluz, don Juan Rejano.
Bajo la consigna colectiva de “¡a seguir el chupe en la casa de Meneses…!”, en pequeños grupos, tabaleantes y escandalosos, nos movimos hacia la avenida Alvaro Obregón, que era donde se localizaba el departamento estudio del pintor…
Meses antes, y tal vez con el mismo grupo de borrachines, artistas y escritores, habíamos escenificado otra bacanal colectiva celebrando otra exposición pictórica realizada entonces por el propio Meneses.
Así que esa noche en particular, todos estábamos de un humor bastante fraternal, por lo que coreando nos lanzamos al sitio de los prometidos tragos. Pero nunca falta el frijolito en el arroz, como dicen por allí. Y este fue un tal Martín Santiago, dizque narrador por haber publicado una novelita años atrás. Muy amigo por cierto del poeta Xorge del Campo, y con quienes haciendo trío me encaminé a la fiesta.
No recuerdo con exactitud a que se debió, pero de pronto en un momento del recorrido, surgió el altercado entre Martín y yo. Trotábamos sobre el camellón central cuando aquél se me aventó encima, soltando madrazos a diestra y siniestra. Por cierto que hacia esos días, don Juan Rejano me había regalado un grueso, largo y pesado gabán de fieltro de manufactura china, que para la circunstancia no me sirvió sino de estorbo al empezar a lloverme los madrazos y para colmo el pinche de Xorge, (que en paz descanse) haciéndose cómplice mi atacante kuleis, en una de esas me sujetó los brazos por detrás, inmovilizándome lo suficiente para que el otro me tundiera a gusto.
Crear mala fama no es tan negativo como algunos pretenden hacernos creer. La mía sirvió, pues me soltaron rápido y salieron corriendo como alma que lleva el diablo, al advertir lo furioso que me ponía a cada golpe que me asestaba. Como en realidad sus golpes no eran precisamente contundentes, al quedar libre sólo necesité de unos minutos para recuperarme y emprender la persecución de mis cobardes amigos. No hubo dificultad para encontrarlos, puesto que todos los de la fiesta conocíamos el domicilio del maestro Meneses.
Allí, sin falta los encontré. Meneses vivía por otra parte, en la planta baja del edificio, así que mi entrada de la calle a la salita llena de ebrios, fue intempestiva provocando gran sobresalto en la mayoría. Sorpresa mayúscula, sobre todo, para los dos bellacos montoneros de Xorge y el Martín.
Al percatarse la concurrencia que había un “pedo” rijoso entre ellos y yo, se hizo de inmediato un notorio vacío en el espacio que nos rodeaba a los tres. Mirándonos, ellos a mí, yo a ellos, no sabíamos a ciencia cierta qué hacer aún cuando era claro que se habían colocado a la defensiva. En eso, levanto la mirada hacia el muro detrás de ellos, donde pintada se erguía una falsa chimenea que en realidad servía sólo de alacena disfrazada. Sobre de ella al estilo antiguo estaban cruzados un par de primorosos floretes, de los auténticos para esgrima profesional. Pesados y, por lo tanto, muy peligrosos en manos inexpertas. Pero yo de floretes, sólo conocía los de las películas de mosqueteros y condes de Montecristo.
Yo no lo sabía, y tampoco me habría importado mucho bajo la indignada furia que me embargaba de los pies a la cabeza. Misma que me lanzó a tomar uno de los peligrosos instrumentos, que esgrimí, cual desaforado mosquetero, contra mis esperpénticos adversarios.
Nada desafortunado ocurrió sin embargo, y esto fue gracias a la oportuna intervención de Meneses que expedito, de un salto, se colocó junto a mí sujetándome la mano con la cual empuñaba el mortal acero, mientras me convencía de poner alto a mi acto aguafiesta. Tras lograrlo, y por concenso colectivo me sacaron a la calle.
Alfredo Meneses, poseía un festivo sentido del humor, que contradecía curiosamente el carácter sustancial de sus obras, matizadas con un profundo sentido de la composición en base a un despliegue de amplios espacios texturizados con un cromatismo denso y oscuro. Figuración expresionista, cuyo objeto central era la transfiguración del cuerpo en la expresion misma del dolor humano.