PRIMERPOEMA

Primer poema

José Tlatelpas

I

Caminando por la calle. Es como si fueran
minas sobre cráteres, naves espaciales,
monstruos de cartón.
Mirando el infinito Azul, quizá flotando
hipnotismo sideral, televisivo, egocéntrico.
Todo flota arriba, a mi alrededor, está fijo,
titubeante, bajo mis pies,
flotando, de todos modos, entre los astros.

Re flexiono mis rodillas de hule, colágeno y de pluma.
1, 2, 3: con el resorteo tercero, relámpago.
En lugar de bajar subo como un delfín,
para bajar de nuevo.
Los cristales verdes y azules, las ventanas transparentes, saltan en añicos.
Vuelvo a surgir entre la superficie, cristales de colores.
Y regreso a los túneles de cartón que navegaba,
desde la colonia Balbuena y la Candelaria de los Patos
hasta China polícroma y el espacio sideral
gracias al túnel giratorio, de altísima tecnología,
con colores brillantes y metálicos, como las naves
de los marcianos en las películas de El Santo.
Y ya, pataleando sobre los mágicos cristales,
flotando sobre mi insignificante individualidad,
navego por el uni versal Uni Verso,
el que si no mira, registra, y si no registra, determina.
Yo, El Indeterminado, comienzo a patalear,
dañando los cristales, dando brazadas locas,
me desplazo por la calle oscura, hacia la orilla
del edificio que antes era blanco y se ha oxidado.
Mientras, me dirijo entre las olas.

Se ilumina mi transcurso, las antorchas
gritando, “aquí los silenciosos, los 400 surianos”.
Dicen que Huitzilopochtli su casta castigó: convirtiéndola en luceros.
Yo pensaba que eran brasas, flotando, perdidas en la noche
y que su origen era el brasero ceremonial de la Nube-dios.
Pero gracias a ellos, y la Luna desmembrada,
nos guiamos en la noche negra, en la noche oscura,
en la noche sin luz, en la noche, como Basho dijo, anochecida.

Para llegar entonces han sido necesarios
4 machetes, 4 manos, 4 pies, 4 ojos,
dividir los acantilados rocosos del destino
en cada brazada, en cada paso, en cada salto.
Porque el tiempo es un túnel de cristales,
y la vida montaña de roca y de plutonio y
hay que horadarla y rescatar su jade primigenio,
la joya luminosa que habrá de disolver toda oscuridad.
Excactamente, como el Che Guevara,
como Miguel Hernández, como Simón Bolívar
o Roni Lescouflair. Desborrar la oscuridad.
Mientras buceo bajo los cristales se imponen,
encrucijadas varias, dicotomías, los crucigramas.
Apenas decido atravesar, sin tiempo de decidirme,
cursan frente a mí los frenéticos rodantes,
los motorizados sin destino, los que corren a:
Ningunaparte.
En el juego digital de las encrucijadas
ellos, los que mientras tienen combustible
buscan y buscan, desesperada, afanosamente mantener la desesperación intacta,
y no encontrar nada más que su propia nada.

En el cambio de canal, son sólo una interrupción del gran programa.

En la misma encrucijada, aún siendo noche,
me encuentro en su sucia individual guarida
un viejo español maldito, engendro de maldad.

Enfrente encuentro al gran poeta de la profunda España, germinando en luz.
― Es otra cosa.

Junto a mí la patria de Velarde, el Che Guevara, Otto René Castillo,
patria luciérnaga, con alas.

Frente a nosotros, un dinosaurio deteniendo nuestro paso:
El discurso demagógico de los herederos
de los cortesanos y piratas coloniales.

Los miro levantar 30 banderas,
gritar hipócritas excusas y consignas,
presionar a los ingenuos, atesorar plata:
30 inmutables y sucios monederos.
Muchos capítulos y muchos comerciales en el intro.
En la misma encrucijada se encuentran las familias.
Algunos son como faros, postes de luz, brújulas sonoras,
otros como en el juego digital, suben y bajan, corren, se detienen,
siguen corriendo sin descanso y, sin objetivo alguno, seguirán corriendo.

En medio de todas estas rocas, cristales sólida oscuridad, luces en los faros,
como bien decía don Neza Hual Cóyotl,
la amistad, el amor y calidez
con la música y el canto, surgen desde el túnel
para dar significado, alegría, descanso y dirección.

De repente, en el techo, salpicadura de ruidos,
flores de fuego, de luz, efímeros ramilletes.
No es la feria del barrio, ironía frente a la pantalla.
Es noviembre del año profano 2007:
como palomas blancas llegan los recuerdos rojos,
desde Argentina: Ernesto el Che Guevara,
desde Chiapas para el mundo: Acteal, sus mujeres, sus preciosos niños.
Los que fueron masacrados por la espalda, mientras rezaban.
Desde la Torre Azul algunos dicen que todo fue un invento.
Que era una película, novela, 1 objeto en el museo.
La señora de surcos y flores les responde
con un rotundo tun tam surgido de su vientre.
Las efímeras películas y las pequeñas televisiones, tiemblan.
Atrás los periodistas mercenarios de mi tiempo,
como nemátodos sin ojos, inhumanos, sin cerebro.

Entro al METRO y me encuentro a los otros mexicanos, mis iguales.
Girando en espirales las constelaciones primigenias,
cohesionadas como la historia, el Internet y los micelios,
en coro, cantan, luchan, viven, perseveran.
En el centro de todo ello el motor de un hombre nuevo,
en una casa, una colonia, un barrio, una intimidad,
sin la opresión de hipócritas falsarios.
En el centro de todo ello, un pequeño y primigenio fuego original.
Las súplicas y oraciones de nuestros santitos,
de los niños y mujeres que viven en Tlapcopa y Cihuatlampa,
los niños que en la guerra murieron sacrificados en Acteal,
las mujeres que murieron dando luz a los niños del futuro,
nuestros queridos santitos, ellos viven en el cielo,
y cuando todo es oscuridad en el presente, iluminan lo iluminado, con su luz.

Hablando de la infancia, cuando era yo un portador de pantalones cortos,
un comedor de dulces de grosella y chocolates carlosquinto,
cuando los días pasaban como veloces naipes sobre un mundo
que para mí, entonces, era plano y de mitológica factura,
paseaba muy frecuentemente por avenida Juárez,
por San Juan de Letrán, llevado de la mano de mi abuelito Pin,
de mi má Tello y de la sorpresa inacabable de reconocer al mundo.
Casi hubiera sido imposible no haber sido capturados,
por las cámaras de Ernesto el Che Guevara y el señor don Fidel Castro.
Clic, sonreía yo siempre para esa foto.
Seguramente sabrían que yo algún día los iba a publicar
en un poema fotografía, donde se pudiera oler su ropa,
mirar su cabello ondulando como bandera, reconocer su ejemplo y su sonrisa,
saber cómo intercambiaban descubrimientos, esperanza,
aceptación y trabajo, con los abuelos, padres y niños mexicanos.
Seguramente por éso, tanto ellos como los otros paparazzis
sonrientes nos daban su teléfono y tarjeta, para visitar sus oficinas.
Es que también los niños, los padres y los abuelos son muy importantes,
como los niños de la colonia Balbuena, de Acteal y de la Habana.
Seguramente por éso planeaban hacer cita con nosotros.
Por eso hoy, como en muchas otras veces, nos seguimos visitando.
Verso a verso golpeo la puerta, y la joven poesía abre las compuertas.
Y ― ¡Buenos días! ―, alguien me dice.

Noviembre del 2007

 

“El Pensador”, Ben Heine