Núm. 26 – Billie Livingston, narradora canadiense del grupo Seven Sisters, publicación de diciembre, 1998, EN RECORDACIÓN DE ACTEAL, CHIAPAS, por José Saramago

 

 

En Recordacién de Acteal, Chiapas

Por José Saramago, Premio Nobel 1998

 

En los pobres hemos encontrado siempre el rostro nuevo de Cristo, no glorioso sino sufriente, que expresa todas las legítimas aspiraciones a una liberación integral.

Y ahora, en comunión con nuestros hermanos en Cristo, los indígenas de Chiapas, todos los que desde sus inicios hemos decidido vivir comprometidos y no descansar hasta ver los frutos de esta lucha justa e incansable, hoy recordamos la tragedia deActeal presentando un texto de José Saramago, premio Nobel 1998 de Literatura, quien con su artículo nos invita y confirma que como hermanos, aun en diferentes continentes, todos estamos presentes en Chiapas.

A un año de haber sucedido la masacre de Acteal seguimos caminando con Chiapas y de alguna forma estamos presentes, por que para el que se dice hombre la sensibilidad ante las opresiones del más pobre ha de estar siempre viva.

No podemos olvidar tal acontecimiento. Muchos hemos sido los que nos hemos conmovido y hemos vivido con una voluntad de compromiso ante nuestros hermanos los indígenas de Chiapas pero nunca será suficente incluso aunándose a todos los esfuerzos de los que a diario participan: con sus campañas, marchas de protesta, auxilio médico, intermediación, ideas políticas y de solución, publicidad, oraciones levantadas al cielo… y todo esto seguirá hasta lograr la verdadera paz.

Al hablar del hombre en todas sus dimensiones del ser entran juego un sinúmero de ciencias y de la mano los eruditos que a diario nos abren temas, pero hablar del hombre partiendo demnuestra esencia humana es también válido y cualquiera está preparado para hacerlo aun no siendo intelectuales ni expertos en la materia. Basta un momento de silencio y meternos a nuestro
interior y reconocer que somos sólo una parte del universo trágico y humano que nos hermana con estas palabras de José Saramago. CMH

 

 

EN RECORDACION DE ACTEAL

Por José Saramago, Premio Nobel 1998

Cada mañana, cuando nos despertamos, podemos preguntarnos qué nuevo horror nos habrá deparado, no el mundo, que ese, pobre de el, es sólo víctima paciente, sino nuestros semejantes, los hombres. Y cada día nuestro temor se ve cumplido, porque el ser humano, que inventó
las leyes para organizarse la vida, inventó también, en el mismo momento o incluso antes, la perversidad para utilizar esas leyes en beneficio propio y sobre todo, en contra del otro. El hombre, mi semejante, nuestro semejante, patentó la crueldad como fórmula de uso exclusivo en el planeta y desde la perversión de la crueldad ha organizado una filosofía, un pensamiento, una ideología, en definitiva, un sistema de dominio y de control que ha abocado al mundo a esta situación enferma en que hoy se encuentra.

Sirva este largo preámbulo para explicar el estado de animo con que recibí la terrible noticia de la matanza de Acteal. Se nos decía “cuarenta y cinco muertos en Chiapas” como antes se había hablado de “insurgencia en Chiapas” y uno acepta el enunciado como si fuera un mazazo, uno más que añadir al de ayer y al de mañana, una cuenta más en el rosario de crímenes del hombre contra el hombre. Sin embargo, la mañana que se publicó la matanza de Acteal mi casa se paró. Dijimos:

Tenemos que comprender. Debemos compartir. Y nos fuimos a México, a Chiapas, al centro del dolor y al corazón de nuestro pasado, al único lugar donde el conocimiento podía producirse. Fuimos a Chiapas y nos vimos reflejados en las miradas de los indios sobrevivientes de las matanzas de la historia, en los ojos negros de los niños mutilados, en la paciencia incomprensible de los ancianos que nos observaban, quizá queriendo comprender también ellos. Viendo a los indios chiapanecos descubrimos nuevos rostros de la lógica del poder, tan igual siempre, tan inmutable a lo largo del tiempo, de las generaciones y de los usos políticos.

Estuvimos en Chiapas. Vimos las casas de los indios, los campamentos de desplazados, los asentamientos provisionales y los considerados definitivos. Conocimos sus propuestas para el futuro, que para ellos siempre será imperfecto, y que están reflejadas en los Acuerdos de San Andrés que el gobierno suscribió y ahora no quiere respetar, y conocimos a Rosario Castellanos, la escritora que a pesar de haber muerto hace 24 años sigue siendo una embajadora de Chiapas, porque en sus novelas supo contar las vicisitudes de los indios y las tropelías de los blancos. Vimos al Ejército mexicano con uniformes de campaña y equipado para iniciar una guerra. Vimos a los cooperantes internacionales asistiendo a niños desnutridos y a mujeres jóvenes que han perdido su dentadura y el cuerpo se les ha resquebrajado como se resquebraja el barro seco que sostiene sus pobres casas. Vimos la pobreza, la humillación, el dolor, pero también vimos la dignidad en las palabras del guerrillero que nos describía por que decidió rebelarse y secundar el llamamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, ultimo y quizá único recurso para frenar el lento genocidio que vienen padeciendo los indios de México y del resto de América.

Porque los indios de Chiapas no son los únicos humillados y vencidos del mundo: en los cinco continentes se repiten cada día situaciones de vejación y crimen contra grupos, etnias, pueblos, en definitiva, contra los pobres de los pobres, contra lo que el sistema imperante, el capitalismo autoritario que rige el mundo, considera inútil para sus objetivos y por lo tanto, descartable, saldo, material de derribo susceptible de eliminación sin pagar por ello. Sin que los auténticos responsables paguen por ello, como una y otra vez estamos viendo. Sin embargo, en Chiapas se ha dicho basta. Los indios se han organizado para combatir y negociar. En torno del subcomandante Marcos, han plantado cara al gobierno y han dado una lección de dignidad al mundo y esto no es retórica. La decisión firme de vivir otra vida la percibimos en los hombres y mujeres con las que hablamos, en la firmeza y en la rotundidad de gestos y palabras, en la nueva concepción que de ellos mismos tienen. Los indios han asumido para ellos el proyecto de Zapata, y zapatistas ellos, es decir, bajo la bandera de “Tierra y libertad” que Zapata esgrimió, seguirán combatiendo al gobierno, al latifundio, al capital, a la concepción de la historia que los considera superfluos, especie a extinguir.

Fuimos a Chiapas. Recogimos impresiones, conocimiento, emociones.
Compartimos el dolor y las lágrimas. Como otros que fueron antes los que Irán en el futuro. Sabemos que tenemos la obligación de contar lo que vimos, decir los nombres de los niños, de los cooperantes, de las personas que se hicieron indias para poder sentir como los indios y así comprender mejor. Vinimos cargados de nombres, Jerónimo, Pedro, María, Ulises, Samuel, Marcos, Rafael, Ramona, Rosario, Carlos, nombres castellanos para una gente antigua y contemporánea.

Chiapas no es una noticia en un periódico, ni la ración cotidiana de horror. Chiapas es un lugar de dignidad, un foco de rebelión en un mundo patéticamente adormecido. Debemos seguir viajando a Chiapas y hablando de Chiapas. Ellos nos lo piden. Dicen en un cartel que se encuentra a la salida del campo de refugiados de Polho: “Cuando el ultimo os hayais ido qué va a ser de nosotros?”.

Ellos no saben que cuando se ha estado en Chiapas, ya no se sale
jamás.

Por eso hoy estamos todos en Chiapas.

 

 

Acteal, acrílico del maestro muralista mexicano José Hernández Delgadillo