Apuntes sobre Angel Ma. Garibay K. y su papel como historiador y traductor de literatura nahuatl, 5 / 5
Ensayo por José Tlatelpas (version pdf)
El hecho es que el uso de la metáfora, y la alegoría en el náhuatl son muy sofisticados. Por otra parte es literatura hecha en base a un universo distinto al que nos enfrenta en la cotideaneidad. No es un universo de computadoras, Coca-cola y rambos el que vivían los poetas nahoas; era un mundo de obsidiana, naguales, guerras, flechas y pechos en mujeres morenas, redondos y duros, como cantaritos. Luego entonces, sus símbolos y alegorías habrán de ser muy otros. Garibay da en varias ocasiones ejemplos de ello, y también los da Thelma Sullivan. Buscar lo que realmente está detrás de estos poemas es tarea harto laboriosa pero nada imposible. Creo que vale la pena, es más, se reclama necesaria esta tarea. Por lo pronto, veamos algunas de las anotaciones que Garibay hace en torno a la estilística de esta lengua y esta literatura.
“La expresión tiende siempre a la imagen. Aunque la lengua posee cualidades de precisión abstracta y es de suyo maleable a toda modalidad del pensamiento, hay la tendencia perpetua a dar mejores imágenes que, bajo el símbolo y la metáfora den el concepto…
“La expresión mediante un complejo de dos imágenes que se completan y explican una a otra y que dan, en ropaje de metáfora, lo que se intenta decir, Vgr.: para expresar “guerra” se usan dos términos conjugados: In mitl in chimalli, literalmente, “la flecha, el escudo”. (Aquí Garibay omite una muy importante metáfora de la guerra: “El humo, la rodela”. Y notemos que en hartas ocasiones los traductores hacen caso omiso de esto y nos traducen “El humo y la rodela” que no nos dice nada de lo que el poeta quiso decir en realidad). Por metonimia se da la imagen de armas defensivas y ofensivas, de cuya expresión brota el concepto de la lucha. “Escritura” o medio de representación de objeto, hechos y pensamientos, se expresan mediante dos objetos: “tinta negra tinta de color”: in tlilli in tlapalli. De tinta negra y de colores, en especial rojo, se hallan formados los escritos que nos han llegado de la literatura náhuatl. Este sistema de expresión es constante y se halla en la poesía lo mismo que en la prosa. El lenguaje mismo ordinario afecta la expresión en forma dual, que podemos llamar difrasismo.” (Panorama Literario de los Pueblos Nahoas)
En ocasiones, sin embargo, parece circunscribirse a una exégesis académica tradicional. Nos dice, por ejemplo, que “Similar al anterior es el medio de repetición de un mismo pensamiento variando los términos, o las formas verbales sencillamente. Es lo que llamamos paralelismo de frases. “Damos un ejemplo solamente, traducido para no recargar de textos extraños la exposición:
“Para explicar cómo el dios tiene al hombre en su poder se usa él de estas frases:
“En el centro de su palma nos tiene colocados, nos hace rodar, rodamos nosotros, nos hacemos bola. Nos arroja de un lado a otro por diversos rumbos. Somos objeto de risa: se burla de nosotros” (Sahagún, Lib. VI., cap. 10.)
“Esta modalidad estilística hace que en muchos casos quede oscuro el pensamiento, por la variedad de sentidos que puede darse a la expresión y aún en otros puede tener varias significaciones complejas. La consecuencia de ello es que debe tenerse esmero en la interpretación de los textos, no asimilando su forma de expresión a los moldes occidentales.”
El problema radica en que no siempre se trata de un paralelismo tradicional, en realidad en la mayor parte de las ocasiones es una indagación ontológica la que desarrolla el poeta náhuatl, un circunloquio filosófico en torno a una metáfora y un desarrollo barroco sobre una imagen. En realidad se trata de expandirse en círculos, hasta lograr la fusión de la realidad con el entorno y no de un vulgar paralelismo. Esto debería ser estudiado con meticulosidad y esmero. El mismo Garibay está de acuerdo ya que dice que se trata de “un recurso muy valioso para la inteligencia de los textos y la verdadera determinación semántica de las palabras.” (Ib)
Garibay abunda sobre este tema y nos vuelve a hablar del difrasismo, el cual nos describe como una forma de “expresar una misma idea por medio de dos vocablos que se completan en el sentido, ya por ser sinónimos, ya por ser adyacentes… Esta modalidad de expresión es rara en nuestras lenguas, pero es normal en el náhuatl.” (Llave del Náhuatl, 113-15)
Sobre el problema de la forma de transmisión de los textos le parece a Garibay una “de las cuestiones que ya debe tenerse resuelta”. Y esto es porque la conservación y transmisión de los textos literarios afectan sin duda su variabilidad, su estudio y, en algunas ocasiones, su calidad de inasibles, toda vez que la lectura de un códice debería ser complementada por tradición oral y otros elementos. Por tanto, un “libro”, un “códice”, puede tener varias y diferentes lecturas, aunque también, desde luego, muchas coincidencias… La documentación “más cercana a nosotros no ofrece dificultad”. Nos dice Garibay. Y continúa: “los primitivos investigadores recogieron directamente de labios de los nativos las piezas literarias y las dejaron cautivadas en el alfabeto que usaban para escribir el castellano. Esta transmisión escrita es auténtica ciertamente. La naturaleza misma de los textos, a veces no entendidos por los mismos que los recopilaron, hacen ver que están lejos de ser una ficción, una falsificación o una composición propia de los colectores”. Esto nos indica que muchas veces no fueron los autores de un códice quienes lo interpretaron para los frailes y en ocasiones, seguramente, ni siquiera nativos de una misma etnia o pueblo, o en épocas desfasadas, lo que provocó seguramente lecturas confusas y aproximadas, por lo que Garibay se vio obligado a discernir y revisar como nosotros nos vemos también obligados a revisar las conexiones, las cuentas escasas y a engarzarlas en un más sólido collar de jade o de granito.
El propio Garibay nos da la razón: “La principal cuestión es la transmisión anterior a la fijación por el alfabeto”. Entre las maneras en que esta es transmitida tenemos la oral. Sobre esta Garibay opina que:
“Los institutos educativos perfectamente comprobados en sus existencias y bien descritos por los primitivos observadores, que alcanzaron a verlos en funciones, se fundaban en una transmisión puramente de repetición de los maestros a los discípulos, hasta hacer que se fijaran en la memoria de éstos. El tesoro literario se trasmite de memoria a memoria, mediante la palabra repetida y con algunas ayudas mnemotécnicas fijada firmemente. Así se trasmiten poemas, recitados, relatos, discursos, etc.”
Pero ¿qué memoria, preguntaríamos, tiene el cautivo de guerra, el traidor colaboracionista, o el evocador tataranieto que balbucea una lengua que fue suya tan solo a medias? Parte de la tradición oral a la que accedieron los frailes estuvo profundamente adulterada. Por ello Garibay es sumamente cuidadoso al separar las fuentes, por ello hace un gran esfuerzo en clasificarlas, en revisar su autenticidad y su procedencia. Sin duda este es un trabajo oscuro, pero que nos ha ahorrado inmensos trabajos a quienes podemos disfrutar de su resultados.
Garibay, no se detiene en este punto y pasa a revisar la trasmisión escrita prehispánica, de la cual nos dice que es “una manera de escritura que debemos describir brevemente. Más que una escritura en forma.”
En otra ocasión, muy acertado, señala dos puntos: “Veo, pues, en los hechos literarios que voy a examinar, una trasposición y una supervivencia. Supervivencia del pensamiento y de la emoción antiguos y trasposición a la manera castellana, para obviar la inteligencia. Esta mezcla es un mestizaje cultural de los menos estudiados, pero de los más significativos para el conocimiento de la historia y del alma de México.”
En varias de sus obras, como La Llave del Nahuatl, Historia de la Literatura Nahuatl y Panorama Literario, Garibay insiste que existe una tendencia al individualismo. Cree que existe una tendencia a exaltar al individuo haciéndolo centro de la concepción gramatical. Desde luego que esto no debe considerarse una crítica negativa, sino una característica de la lengua. Y me atrevería a agregar que, por otra parte, existe también una tendencia a colectivizar la obra, a presentarla en bailes colectivos, en cantos grupales, en incluso perder la paternidad de los poemas para darlos al pueblo. Tendencia que aún hoy, me atrevo a afirmar, persiste en la recreación de las canciones, corridos y leyendas populares por los nahoas, mayas y otras etnias que persisten afortunadamente hasta nuestros días.
Garibay nos dice también, y con justa razón, que no es común “usar los sustantivos en su forma absoluta, sino que se prefiere la (forma) posesional, que tratándose de las partes del cuerpo es casi necesaria. No se dirá “la casa” sino más bien “mi casa, tu casa”, Ec. nochan, mochan o techan”. Esta observación es interesante y muy cierta. Lo cual invitaría a una investigación en torno al manejo de las traducciones de conceptos abstractos como la toltequidad, la mexicanidad, en fin, para indagar cómo manejó este idioma tan concreto los aspectos abstractos de su cotideaneidad.
Este espíritu de ceñirse a lo concreto, llevan a la lengua y por lo tanto, a los artistas de ésta, a exigir “siempre la expresión del objeto, de manera que si no está determinado, tendrá que usarse de un indefinido que lo represente. No se dice yo mato en absoluto, sino yo mato algo, yo mato a alguien: nitlamictia, nitemictia.”. Esto no es sólo una rareza de un idioma exótico, es un punto, como los demás, que diferencía las bases de las que parten idiomas tan distintos como el náhuatl y el castellano. Por tanto, si distintas son las bases, distintos también los destinos y las rutas que se toman. Es, no obstante, preciso aclarar esto para poder entender el porque del perfil de algunas traducciones. Y eso señala la responsabilidad de Garibay así como su amplia base teórica y académica.
El interés mencionado anteriormente por estudiar la ruta de las abstracciones en la lengua, que menciono, es compartido por el propio Garibay, quien nos dice que “aunque la lengua tiene facilidad de formar nombres abstractos, no hay verdaderas frases abstractas: “Toltecayotl” no significa propiamente “toltequidad” sino “cosas que pertenecen a los toltecas”. A lo que se agregaría que “Toltequidad” puede también significar sabiduría. En todo caso, era una de las cualidades que se atribuían a los Toltecas.
Finalmente debemos mencionar el que Garibay tampoco olvidó el hecho que normalmente no se usa la forma pasiva “cuando hay agente expreso, sino se reduce a la activa”.
La consideración sobre libertad e independencia parece confundir en ocasiones al sabio maestro. En uno de sus discursos, si la memoria no nos falla es el de la entrada al Colegio Nacional, Garibay menciona que la Conquista, aun con todo lo destructivo que representa, sería justificable si hubiera traído la libertad del individuo, el concepto de libertad del individuo o de la persona. No es la única vez que manifiesta juicios parecidos, él consideraba en el fondo que los franciscanos principalmente habían realmente redimido mucho a los pueblos paganos del continente.
Ahí no llegó a comprender con profundidad el concepto de persona o personalidad que los indígenas tienen, señala Balam, y agrega que este espíritu “se resume en la frase In Ixitl in yoyotl, un rostro y un corazón. Y el indio tiene que liberarse no a través de un nuevo indigenismo; sino a través de una conciencia humana o conciencia propia. Nosotros podemos ayudar en un sentido, como el diálogo, pero no somos los protagonistas.”
LO CONTROVERTIBLE
Inexacto sería decir que Garibay fue siempre acertado en sus juicios sobre la conquista y la religión. Pero muy injusto sería decir que Garibay siempre se equivocó en sus concepciones políticas y nacionales, o se condujo con desatino. A pesar de que en opinión mía y de muchos, ve con excesiva benevolencia la Conquista, como llaman los españoles a esta gesta, en muchas ocasiones fue justo y atinado. Por ejemplo, nos dice: “La verdad es un matiz de ambos errores. Altísima cultura fue la antigua, ya en disgregación al venir Cortés. Hay en ella elementos netamente originales en la historia humana. Cuando se acabe de hacer, seria, amorosamente, la investigación sobre sus orígenes y contenido, el mundo quedará asombrado de lo que corrió la humanidad del Continente Nuevo sin tener los influjos del viejo.” (Historia de la Literatura Náhuatl). Indiscutible.
Otro punto, que es importantísimo, y para mí fundamental, es la carencia de Garibay al pasar por alto, como buen académico formal, las formas populares. No es para culparlo, dado que válido hasta la médula es su derecho de elegir el objeto de su investigación. Sin embargo, para que esta preocupación se despeje y podamos encontrar la ruta laberíntica de nuestro cordón umbilical, es preciso hilvanar los eslabones dispersos que unen cotidianeidad e historia. Cito al propio Garibay como prueba de que no ignoró completamente esta laguna en sus trabajos: “Ya se indicó en la Introducción que, aunque existe una literatura popular en habla náhuatl, y nunca ha dejado de existir, no la tomamos en cuenta en este ensayo. No le menguamos su mérito, pero la consideramos digna de un estudio diferente de este, y que nosotros no podemos dedicarle. Si algún día, lo que no es remoto, hubiera un renacimiento de la literatura en lengua náhuatl y diera obras que pidieran un estudio, tampoco queremos ya entrar en sus vericuetos. Nos limitamos a ver el pasado. Y sentimos la deficiencia del trabajo hecho, aunque no le hemos escatimado fatigas.” (Historia de la Lengua Náhuatl, Vol. 2)
Magnífica la visión de Garibay al señalar que en México muere tanto la literatura netamente náhuatl como la literatura netamente española. Aunque no quisiera citar, no puedo resistirme a hacerlo: “… la misma cultura hispana iba de capa caída con la invasión del francesismo. Venida la etapa de la Ilustración del XVIII, era natural que todo quedara en desconcierto. Dejo al futuro historiador de la literatura popular en lengua náhuatl las sorpresas de la producción lenta y silenciosa que en estos mismos años comenzó a crecer. La imprenta se negaba a dar libros en la lengua del país un día: la lengua se vengaba regresando a sus antiguos sistemas de trasmisión: Loas, cantos populares, dramitas, farsas y algún librito diminuto en que se mantiene el rescoldo de aquellos fuegos que nos hicieron los gigantes del XVI. Sahagún calla y espera en los archivos; Olmos está olvidado; Mijangos y Juan Bautista son ignorados. Ya no hay siquiera unas tentativas como las de Sor Juana, ni la sabiduría de un Sigüenza y Góngora. La noche que cae sobre el náhuatl es la misma que amenaza al genio netamente español.” (Historia de la Literatura Náhuatl, pág 19)
No solamente es cierto esto respecto a nuestra cultura; sino también, irónicamente, respecto al preciado esfuerzo del Dr. Garibay. Hoy conocemos la mayor parte de sus obras por la pluma de investigadores, sociólogos, historiadores y periodistas. Como dije antes, la obra de Garibay constituye una sólida plataforma para tallar el futuro de nuestra idiosincrasia.
Desgraciadamente Garibay, luego de su importante contribución a la literatura, a la historia y a la cultura de nuestro país, ha estado rodeado de un sinnúmero de “pajes” que han vivido, crecido y se han expandido a sus costillas sin mucho mérito propio, contribución o avance. Uno de los elementos fundamentales para mantener viva la imagen, la herencia o la contribución de un pensador o científico es a través de la evolución que se desprende de sus ricas aportaciones y de sus teorías y/o descubrimientos que maduran y crecen como seres vivos capaces de mayor profundidad, de mejor claridad y de mayores hazañas para completar el esfuerzo de los pioneros.
Por ello, momificar la obra de Garibay, rodearla de incienso sin aportar; “fusilar” a Garibay pretendiendo ser estudiosos de propio patrocinio, es acabar con él, anquilosarlo, acartonarlo, impedir el crecimiento del mundo nuevo que él ayudó a fundamentar con gran esfuerzo, diligencia y perseverancia.
Quizá uno de los elementos que habría que complementar a la magnífica, erudita y titánica labor de Garibay sería la depuración de su filtro escolástico, grecolatino y sus harto eficientes comparaciones (léase coincidencias con la cultura institucional latinoamericana y “occidental”). En este sentido, cabría comprender que los mexicas no eran los “griegos de América”, ni que la poesía Náhuatl era “tan grande como la Latina”, que el teatro náhuatl no era “incipiente” y rudimentario; sino un género distinto al teatro occidental, como también pueden serlo las refinadas formas japonesas correspondientes. En caso dado podría decirse al revés o emplear como punto de comparación otras culturas, también ricas, y milenarias también, como la china, la coreana, la armenia, etc.
Sin embargo, desafortunadamente parece que terminaremos el siglo XX leyendo libros de libros que se escribieron sobre el insigne Dr. Garibay, en lugar de desarrollar la siempre saludable costumbre de … ¡recurrir a las fuentes! Esto es trágico y preocupante porque no es el refrito ni el estático manoseo lo que nos llevará a organizar, clasificar, traducir, interpretar y comparar el inmenso acervo en lengua náhuatl conque cuenta nuestra privilegiada nación.
Yo, al igual que Garibay, lamentablemente escribo con gran premura este trabajo. Creo que un eximio investigador y acucioso recopilador de tesoros culturales como él, más y más profundos trabajos merece que se le dediquen. Sin embargo, frente a una triste carencia de crítica y nuevas aportaciones substanciales, intento reunir algunos puntos de vista, que insisto, deben ser ampliados, profundizados y reinterpretados prolija y ampliamente. Digo, con preocupación sincera, lo mismo que atinadamente señaló el propio maestro Garibay: “Describo y ennumero: no hago juicio de estas letras; no busco interpretaciones; no intento síntesis de historia cultural, aún extemporánea en México, mientras no acabemos de conocer nuestros tesoros. Obra que tocaba a los profesionales de nuestra historia antigua, sin títulos yo, me atreví a intentarla. Lo hecho es lo que llena estas largas y quizá tediosas páginas. Como ellas son, las ofrezco a mi patria y a mis compatriotas.”
VALE.
Agosto de 1992, Ciudad de México.
BIBLIOGRAFIA INCOMPLETA DE GARIBAY:
Colaboró en Excélsior, El Universal y Novedades y fue autor de La poesía lírica azteca, 1937; El Enigma Otomí, Abside, 1938; Llave del náhuatl, 1940; Poesía indígena de la Altiplanicie, 1940; La Epica Azteca, Abside IV; Epica náhuatl, 1952; Poema de Travesuras, Tlalocan III; Fray Bernardino de Sahagún, Relación de los Textos que no Aprovechó en su Obra. Cultura Mexicana No. 2, 1953; Historia de la literatura náhuatl, dos volúmenes, 1953-54; Veinte himnos sacros de los nahuas, 1958; Vida económica de Tenochtitlan, 1961, Poesía náhuatl, dos volúmenes, 1964-65; Panorama literario de los pueblos nahuas, 1963. Otras obras suyas fueron: Sabiduría de Israel. Tres obras de la cultura judía, 1966; Proverbios de Salomón y Sabiduría de Jesús Ben Sirak, 1966. Vertió al castellano las obras clásicas de Esquilo, Sófocles, Eurípedes, Aristófanes, y cuidó la edición y anotó las obras de Sahagún, Diego de Landa, Durán y Orozco y Berra.”