Homenaje a Truman Capote, por Inés Récamier

Homenaje a Truman Capote

 Por Inés Récamier, escritora mexicana y el brandy

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(Las letras cursivas representan pasajes sacados de la obra de Truman Capote, “Desayuno en Tiffany´s”.)

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La mañana del día que cumplí cuarenta, desperté llorando. Me cuestionaba si mi trabajo como madre habría sido peor que mi desempeño como hija.

-Feliz cumpleaños -mi esposo se inclinó para besarme.

Al otro lado de la cama, aguardaba una pequeña caja ceñida divinamente por un listón blanco que destacaba el azul pálido del envoltorio. Tiré de un lado de la cinta, a sabiendas de que este momento no iba a repetirse nunca, y abrí el paquete.

z-¿Te gusta?

Una desmerecida sonrisa se dibujó en mi semblante apesadumbrado. Saqué cuidadosa los pendientes de plata que acompañaban una sortija.

-Pruébatelo.

Puse el anillo en mi índice; dos argollas enlazaron discretas revelando quimeras pasadas y ensueños postergados. Coincidí con la mirada de mi hombre, y me descubrí sujeta al ahogo de los últimos tropiezos. Entendí que debía soltar el dolor. Sólo entonces sonreí, plena, y me incorporé de vuelta a la vida.

Por razones que confino, sufrí de una infancia inestable. Adolescente, adolecí; hubo días enteros que lloré por lo que no tenía. Ansiaba, ansiaba tanto en mi vida… y fueron precisamente ésas las ansias que me crecieron así, inquieta y preocupada. Durante años, escapé a cuántos mundos ajenos, extraviándome en alucinaciones literarias que daban sentido al existir y me decreté autora, y empecé a escribir.

La mañana del día que cumplí cuarenta la dediqué a conmemorar imágenes de recuerdos ficticios; caudales de memorias apaciguan mis momentos más oscuros… Te entra miedo y te pones a sudar horrores, pero no sabes de qué tienes miedo. Sólo que va a pasar alguna cosa mala, pero no sabes cuál. ¿Has tenido esa sensación? Si sonreí, plena, fue porque Holly Golightly, una de las figuras del Nueva York más sofisticado, hubiera dado todo por esta vivencia tan efímera como real y, por vez primera, solamente mía.

Han transcurrido casi dos años de conflicto constante. Un par de semanas atrás, dos camionetas nos cerraron el paso comprometiendo una violenta persecución de aproximadamente cuatro minutos. Días después fui testigo de la agresión de una mujer que se lanzó a golpes contra la dueña de un establecimiento de artículos para la fiesta de Todos los Santos. Fuimos a comprar un muñeco espantoso que abría los ojos y hacía ruidos horripilantes, y digo abría porque esa misma noche los amigos de mi hijo lo destruyeron saliendo de casa. Horas después -me avergüenza decirlo-, atropellé a una mujer con su niña en brazos.

Me tiré en cama, medicada, a observar el techo que nunca cambió de forma ni color. Pero ¿cómo le pones remedio? No sé, a veces ayuda una copa.

Mi esposo se acercó a darme un beso y preguntó en voz baja:

-¿Quieres que te lleve a conocer Tiffany?

Me calma de golpe, ese silencio, esa atmósfera tan arrogante; en un sitio así no podría ocurrir nada malo, sería imposible…

-Sí -respondí silente.

Él me abrazó, conteniendo, y yo lo miré de cerca, y agradecí.

Luces. Cámara. Acción.

Organizó una aventura de menos de tres días y reservó un tiempo especial para mí, en ese paraíso que es Tiffany´s, la famosa joyería neoyorquina. Entonces el desastre. Un huracán azotó la ciudad dejando sin hogar a miles de familias. No podía creerlo. Vuelos cancelados, teatros, comercios, restaurantes… La Quinta Avenida se convertía en algún otro sueño roto de estos tantos que últimamente atormentan. Otra cosa, he tirado todos los horóscopos. Debo de haberme gastado un dólar por cada una de las malditas estrellas que hay en el maldito planetario. Regresé a la cama, implorando por las víctimas que mi desventura habría condenado. Es un fastidio, pero la solución consiste en saber que sólo nos ocurren cosas buenas si somos buenos. ¿Buenos? Más bien quería decir honestos.

Yo he sido honesta. Supe que contaría historias cuando descubrí a Truman Capote y su Desayuno en Tiffany´s. Crecí mi vida en el esplendor de esta mujer distinguida y seductora, Holly Golightly.

…la ciudad entera zozobraba bajo una verdadera tempestad marina. No hubiera sido de extrañar que apareciesen tiburones nadando por el cielo, pero parecía improbable que ningún avión consiguiera atravesarlo. Mi esposo sabía lo importante que era envalentonarse y arriesgar, por esto haciendo caso omiso de mi animado convencimiento de que el vuelo no despegaría, siguió haciendo sus preparativos… Y cuando alguien preguntó por qué viajaríamos en un momento de desastre, yo respondí resuelta:

-No vamos a Nueva York, voy a conocer Tiffany y, hasta donde sé, la joyería no ha cerrado.

Como ella, comprobé que lo que mejor me sienta es tomar un taxi e ir a Tiffany´s. Me calma de golpe, ese silencio, esa atmósfera tan arrogante; en un sitio así no podría ocurrirte nada malo, sería imposible…

Finalmente, cumplí un sueño de estos tantos; el más romántico quizás a pesar de que muy pocos comprendan, porque mientras otros respiraban el ruido de las máquinas que limpiaban la ciudad, yo me bañaba en letras y ultimaba ensueños postergados.


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La escritora mexicana Inés Récamier, sin sueños postergados. Foto de Productora Morras.