SIN CULTURA NO HAY PAÍS I: Propuestas legislativas y análisis para una nueva etapa en la cultura nacional de México, por José Tlatelpas

Nota: Este documento, escrito el 1p de mayo del 2013 sigue manteniendo vigencia y es interesante comparar problemas, propuestas y estrategias del pasado con el presente, por lo que hemos decidido publicarlo.

SIN CULTURA NO HAY PAÍS

Propuestas y análisis para una nueva etapa en la cultura nacional de México

Por José Tlatelpas

Es necesario definir el concepto de cultura con precisión. Diferenciar con claridad sus componentes de manera de no confundir las partes con el todo, como en el caso de las leyes actuales de cultura del país y de la Ciudad de México que lamentablemente confunden historia, civismo, derechos humanos, legislación y otras cosas con cultura. Esta visión liberal ha desplazado el papel de las bellas artes y la literatura como componente esencial de la cultura, la identidad nacional y la soberanía. En Estados Unidos y en la mente de las legislaturas mexicanas durante las últimas 3 décadas, profundamente desconocedoras del tema, han confundido la identidad de la cultura con el entretenimiento comercial y con una actividad meramente económica y generadora de impuestos y estadísticas. Más aún, en una cultura punitiva, represiva y vertical como la latinoamericana en general y la mexicana en particular, la cultura se ha convertido en un objeto de administración burocrática, explotación fiscal, castigo político, determinación jurídica de sus implicaciones como propiedad privada y derivado de esto en un sujeto de castigos y premios según su desempeño al servicio de una burocracia vitalicia más no al servicio de la sociedad. Falta mucha horizontalidad, análisis, legislación y sabiduría administrativa para convertir nuestra sociedad en una sociedad basada en una cultura de principios, derechos, servicio, respeto e imaginación colectiva que sustenten nuestra identidad y soberanía.

La cultura es el reflejo dialéctico de la economía y la política en el terreno ideológico. Surge de la economía de una sociedad porque esta determina la asociación de las personas para la búsqueda organizada de soluciones a sus problemas alimentarios, de vivienda, salud y seguridad. Los sistemas económicos que han aglutinado a las personas en sociedades determinan los medios disponibles y son el motor de las tecnologías que se usarán para la creación de cultura, para su difusión y preservación. Sin la sociedad no existe la cultura, ésta se desarrolla sobre las bases del lenguaje, los valores sociales, las tecnologías disponibles, los elementos ideológicos que cohesionan a la sociedad tales como sus tradiciones, usos y costumbres, religiones, leyes y acuerdos que mantienen el contrato social o acuerdo tácito que mantiene su cohesión.

Es un reflejo de la política porque ésta es la que administra la economía y a la sociedad para mantener su unidad y supervivencia, establece las reglas y el cumplimiento de las mismas así como las estrategias sociales de supervivencia y desarrollo. Necesariamente esto está basado en los acuerdos sociales y las confrontaciones, en las creencias, en los valores y en los intereses. Esto es la plataforma de ideas, valores, permisos y vetos de las expresiones sociales.

El ámbito de la cultura no es económico principalmente, por ello es un error reducirla a un sector de la economía. Ni tampoco es una expresión política que aspira a gobernar y administrar la sociedad. Pero es el aparato ideológico que soporta la política y que tiene razón de ser cuando las sociedades se reúnen como entidades económicas colectivas.

La cultura es producto ideológico, estético, dinámico y reflexivo de la sociedad y sus contradicciones, de su necesidades para la convivencia, es su lengua, sus reflexiones, sentimientos y elementos de cohesión, es la expresión de sus valores y la reflexión de su identidad junto con la economía es sustento de la soberanía de un pueblo o nación. Es la parte no administrativa que mueve a la política.

Por ese motivo los gobiernos totalitarios o dictatoriales, antidemocráticos u opresivos son grandes enemigos de la libertad en la cultura, toda vez que ahí de manifiestan las contradicciones sociales, la discusión y la reflexión de una sociedad, no sólo en los asuntos económicos y fiscales ni burocráticos, administrativos y regulatorios, sino son el motor de la evolución y y el cambio, la sabiduría acumulada, el disfrute compartido y la evolución de la identidad de una sociedad.

Reducir la cultura como un sector económico productor de dinero, fiscalizable y punible es un acto de barbarie social y de miopía política y esta estrategia limitante no puede ser el fundamento para construir el futuro de la nación mexicana. No entender esto es propiciar un suicidio como nación, porque una nación sin espíritu, valores, cultura, ideología que la cohesiones pierde su razón de ser y las elementos que la hacer existir.

Una sociedad que aspire a una economía exitosa que ampare a todas las clases sociales y sectores productivos, cuya economía sea exitosa, productiva y justa y que responda a las necesidades de la sociedad, una política que sirva a la sociedad ampliamente, que la administre con probidad y a su evolución requiere una cultura que refleje la pluralidad, la democracia, la inclusión, el respeto, la crítica, la reflexión, el análisis. Una ideología democrática e inclusiva, un respeto a la reflexión y a la disidencia y valores que impidan el abuso de unos sobre otros. Por este motivo la cultura es esencial para la evolución de una sociedad y para la preservación de su soberanía. Pero debe ser una cultura de éxito, una cultura civilizada e inclusiva, una cultura horizontal y fundamentada en principios, valores, derechos y metas avaladas por la mayoría de la nación.

En el caso concreto de México hay un verticalismo excesivo. Y una oposición que levanta banderas democratizadoras pero que se involucra en las mismas o peores corrupciones. En algún momento se dio por hecho en México que la política es el mejor medio para robar, enriquecer y que es válido sacar ventajas personales a costa de los demás, sin escrúpulos. Y esto es parte del veneno cultural que ha debilitado el tejido social, que ha ocasionado graves daños a la coexistencia social, que ha impedido el avance como nación y que pone en peligro nuestra existencia misma como país. Seguramente como herencia del colonialismo español y por herencia no superada nuestro gobierno manda y castiga, pero no obedece, no sirve y no guía con principios, ética y responsabilidad. Decide y aplasta oposiciones en lugar de servir, consultar, coincidir y acordar. Al igual que los caciques y los virreyes asume que su poder es absoluto y, a lo sumo, concede la gracia de informar lo que quiere, cuando quiere y con quién quiere. A pesar de la aparición de leyes sobre la transparencia, derecho a la información y otros derechos relacionados, seguimos sin poder acceder a la información importante. Esto es parte de una cultura post colonial, donde los republicanos heredaron el uso de un poder absoluto representado por la presidencia y de un instrumento de justicia representado por la Procuraduría General de Justicia, contrapartes de el Virrey y la Santa Inquisición. El ejemplo del Siervo de la Nación, José María Morelos debe rescatarse. Hoy mismo las instituciones culturales oficiales como la SEP, CONACULTA y el INBA y la propia Secretaría de Desarrollo Social tienen obviamente su contraparte en la antigua iglesia porque difunden derechos bajo un enfoque ajeno, como un colonialismo interno, pero no se fortalece la propia cultura y sí se emula las culturas de otros. En esta dinámica que ha pretendido obligar a nuestros pueblos originarios a comportarse en pensamiento, derecho y economía, como pueblos europeos o estados norteamericanos, impidiendo su evolución natural, omitiendo la reconciliación nacional pendiente por 500 años, omitiendo el verdadero mestizaje equitativo y detrás de todo esto quitándoles las tierras y los medios de comunicación, etc. Penetran en las comunidades de los pueblos originarios, difunden e imponen la cultura de la colonia o del gobierno federal en turno a los pueblos originarios. Dividen con derechos individuales a comunidades que terminan perdiendo sus derechos colectivos, su identidad, su soberanía y su existencia para convertirse en siervos cuando corren con suerte o en desocupados y delincuentes cuando no. Este es un problema de cultura, de lucha ideológica, de política colonial y de depredación económica y no de crecimiento económico y social conjunto. No es el problema de un gobierno o de un político en particular, es un problema de formación, evolución y construcción de una cultura nacional. Y esto se refleja en las leyes, en la actitud del público, en los políticos, en los administradores y en el deterioro del tejido social y en el futuro que nos espera de no entender el problema y corregir el rumbo.

Por ello, en su momento era vital para España enviar a sus misioneros con las avanzadas militares para dividir a los pueblos por colonizar, remplazar sus valores, sus creencias y tradiciones y, remplazando su cultura, ya podrían operar políticamente a los pueblos asimilados. Por este motivo la preservación de la cultura de nuestros pueblos era esencial para su existencia y la totalidad de su soberanía. Y para el reino de España colonial era esencial reemplazar lengua, religión, costumbres, leyes y gobernantes. Este papel evangelizador y fragmentador de la cohesión social lo han hecho hoy en día las leyes de educación y desarrollo social. Al igual que en el pasado cuando la monarquía española daba órdenes a sus virreyes y el Papa controlaba junto con los gobiernos a las autoridades religiosas hoy día opera de modo parecido a las Naciones Unidas, apoyados por su famosa Declaración Universal de los Derechos Humanos que por una parte ha sido promotora de libertades y derechos y por otra han sido una poderosa herramienta de desculturización que ha fragmentado y destruido muchas tradiciones culturales milenarias en todo el mundo.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos, tiene sin duda alguna elementos valiosos y de gran provecho para las personas. Pero está lejos de ser perfecta. De hecho fue construida principalmente por las naciones capitalistas más poderosas, practicantes tradicionales del colonialismo y con una tradición intervencionista como Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Portugal, Italia, Holanda, etc. Fue hecha para consolidar los derechos capitalistas y el concepto europeo centrista, el individualismo y para proteger a los judíos. Sin duda el pueblo hermano judío tiene el total derecho de ser respetado, como todos los pueblos. Pero esto no significa que esta declaración tenga el mismo sentido en las culturas Inuit, bosquimanas, mesoamericanas o japonesas. Sobre todo en las culturas donde el derecho y la responsabilidad y propiedad colectivas eran el camino a seguir, y no el derecho del individuo, la responsabilidad comprada por dinero y la propiedad privada. En este sentido la difusión de los derechos humanos individualistas en las comunidades mesoamericanas, por ejemplo, puede promover la división de la familia en una cultura que la ve como una unidad, no como dos individuos. Una contradicción más hay entre el tequío o trabajo colectivo voluntario de la comunidad contra el trabajo remunerado por el interés personal del pago y/o por responsabilidad colectiva de la comunidad, el otro punto es la contradicción entre la propiedad colectiva de las tierras y la difusión del derecho de la propiedad privada, aparejado a las leyes nacionales que no reconocen a cabalidad las formas de propiedad de la tierra ni a los gobiernos tradicionales.

Por ello no sólo se trata de administrar, sino también de educarnos y legislar. Pero principalmente de repensar, entender, visualizar la cultura que necesita nuestro país y donde todos coincidamos en la convergencia no en la confrontación. Esto, sin embargo, no será posible sin un sustento democrático que posibilite leyes adecuadas pero se requieren legisladores plurales y capaces de entender realmente la naturaleza del problema. Y se requiere la inclusión de los creadores y actores culturales toda vez que no basta sólo con los educadores, difusores y administradores de la cultura que no significan nada sin la creación cultural, los derechos culturales y la profesionalización digna de los creadores de cultura.