Otra manera de vivir y soñar la épica

Otra manera de vivir y soñar la épica
A: Mario Benedetti

Carlos Santos

El periódico trajo la noticia en primera plana: Mario Benedetti había
fallecido y recordé que él mismo había escrito en un poema: “Después
de todo, la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida”. Mario
Benedetti el poeta comprometido, el escritor que a pesar de haber sido
tentado como cristo prefirió vivir para siempre- más allá de la
muerte- con dignidad, el sabía como pelear contra ese demonio de la
ambición, la avaricia y la desesperanza.

La noticia me recordó las circunstancias poco agradables en que conocí
a Benedetti, fue en el verano de 1999, en Madrid, una editorial
española lo invitó a que presentara un libro de cuentos de varios
narradores hispanoamericanos, y que inaugurara el segundo congreso de
nuevos narradores americanos. El día de la presentación del libro me
lo encontré en las escaleras del centro de convenciones de Casa de
América, iba acompañado de dos preciosas mujeres, cada una lo llevaba
de un brazo, Benedetti parecía un pavo real, un dandi más que la
leyenda poética que todos admirábamos.

El poeta pasó de largo, me sentí cohibido y no me atreví a saludarlo,
minutos después lamenté el no poder establecer conversación con el
maestro.

El evento dio inicio y Mario Benedetti fue invitado a presentar el
libro, los aplausos llenaron el espacio, Benedetti caminaba con
parsimonia, llegó al podium y empezó a leer un pequeño discurso, una
protesta elaborada con anticipación contra los nuevos narradores
americanos, nos acusaba de ser hijos de la desesperanza, nos dijo que
no comprendía como nuestras narraciones carecían de épica, que no
importaba que en ese momento la utopía parecía derrotada, qué nosotros
teníamos el deber de narrar nuevas epopeyas, que él no comprendía
nuestra ceguera generacional, qué no sólo bastaba escribir bien, sino
comprometerse.

La mayoría de escritores ofendidos abandonaron la sala, el escritor
Argentino Federico Andahazi lo interrumpió y le pidió que le definiera
la palabra épica, Benedetti se puso más furioso y le dijo que fuera a
estudiar gramática. Me quedé anonadado, más que la presentación del
libro fue un reclamo, un regaño mal infundado: yo había leído la
mayoría de cuentos que conformaban la compilación y casi todas las
narraciones mantenían un vínculo con la sociedad, cuestionando su
entorno. En un momento de enojo quise preguntarle si realmente había
leído los cuentos, pero debido al estado irritable del maestro preferí
abandonar la sala.

Mientras caminaba por las calles de Madrid, la figura del escritor que
desde adolescente llevaba en la cabeza como ideal literario y
revolucionario cambió de golpe.

-Este es un viejo verde, cascarrabias y egoísta- pensé a manera de consuelo.
Al día siguiente el congreso sirvió para que un grupo de escritores de
derecha arremetieran contra Benedetti, lo tildaron de comunista
ortodoxo, de escritor de panfletos, etc.

Una semana duró el congreso, Benedetti fue el tema entre bambalinas, a
la mayoría de escritores nos perturbó su discurso, pero continuamos
con el programa establecido por los organizadores.

Para el cierre de la actividad la escritora y poeta Claribel Alegría
llegó a saludarme y a invitarme a la lectura de poemas de César
Vallejo que ella estaría realizando el día siguiente en la misma sala
de convenciones de Casa de América.

Asistí encantado, Claribel era una de mis poetas preferidas, cuando
llegué a la sala del evento la sorpresa fue encontrar que ella y Mario
Benedetti serían los encargados de la lectura del poeta vallejo.
Me quedé a la lectura porque le había prometido a Claribel estar
presente, al finalizar la actividad fui a saludarla, hablamos
ligeramente sobre la literatura joven salvadoreña en el exilio, sobre
algunos poetas y escritores conocidos, luego Claribel dijo que me
presentaría con Mario Benedetti, el poeta se encontraba firmando
autógrafos a un grupo numeroso de admiradores, cuando el maestro
estuvo libre Claribel le explicó que yo era el joven escritor que
representaba a El Salvador en el congreso de nuevos narradores, y que
uno de mis cuentos aparecía en el libro de compilación de relatos que
él presentó, Benedetti me vio de reojo, después me extendió la mano.

-Todavía estoy pensando en encontrar la épica para escribirla- le dije
a manera de broma.

-Te voy a dar una me replicó serio: “La dignidad”, trata de ser
siempre digno y no venderte al mejor postor, cuando yo les dije que
buscaran épicas que narrar, me refería a vivirlas también, de nada
hubiera servido alabarlos, decir que me encontraba frente a un grupo
de escritores con talento y engordarles el alma. Por eso preferí
darles una sacudida y que pensaran sobre el futuro, el nuevo futuro
que puede ser tentador si uno se desliga de las utopías, de la
esperanza y del pueblo al que pertenece.

Guardé silencio, el poeta me alargó un libro con dedicatoria: Para El
Salvador y sus hijos. Le pedí que nos tomáramos una foto y con gusto
accedió. Años después el libro fue a parar a manos de algún amigo que
nunca me lo regresó, de ese encuentro sólo conservo esa fotografía y
una manera segura y diferente de buscar mas épicas, viviendo en ellas,
e identificando al demonio de la avaricia, el diablo del dinero que
puede comprar escritores, pero no destruir esas epopeyas por las que
muchos como Mario Benedetti siguen viviendo, siguen soñando.

Los escritores Mario Benedetti y Carlos Santos