EL GRABADOR MEXICANO leo Acosta
Por José Tlatelpas
Su estudio está lleno de uniformes impresos en papel de algodón, madera y, acaso, lino. Pero también de máquinas antiguas y maravillosas. Al llegar allí traté de colocarme uno de los equipos disponibles y manejé una de aquellas naves mágicas que solían llevar los transcursos del Dr. Atl y de Germán Butze, pero a través de mi medio de trasporte pude llegar al día y la fecha del año misterioso del 2009, en un tal mes, de una particular primavera.
Entonces pude platicar con el maestro Leo Acosta, grabador, litógrafo, dibujante y minero de las culturas. Su uniforme de mezclilla overall y sus múltiples colecciones me llamaron la atención. Además de sus grabados, desde luego noté sus planchas, ya que soy un admirador de las tribus metálicas y eléctricas que se complotan para alisar vestidos y ropajes. De gran utilidad cuando servimos a princesas.
Y también divisé los radios, muy ad hoc para los viajes estelares que dibujara mi primer maestro de español, don Germán Butze. Desde ahí, a través de las ventanillas, miré varios grabados, la mayoría en ventanas papeles de formato pequeño, la mayoría en pocos colores, pero con un concepto interesante que revelaban una investigación de la forma y el motivo. Esto me recordó al poeta López Velarde, quien acertadamente decía que antes de escribir hay que pensar, y esto se refleja también en las artes visuales.
El maestro Acosta es un hombre fuerte a su edad, afable e inteligente. Destaca por su modestia y su sencillez, aunque creo que su obra debe verse a través de sus reflexiones y su postura. A pesar de declararse no político o panfletario, entre sus insignias está la de haber nacido en una ranchería del estado de Hidalgo y nunca haberse considerado otra cosa que un joven campesino en busca de esperanza, formas, colores y testimonios plásticos. Y hace propaganda de su espíritu rural, humano y libre.
Es un personaje auténtico que ha sido maestro de varias generaciones, no es dado a la impostura y es claro que detesta el servilismo y lo que los grandes y extintos críticos chinos llamaban el arte Su, el arte vulgar. Leo Acosta no hace arte para agradar, hace arte sencillo basado en reflexiones fundamentadas y lo hace bien. En este sentido, su trabajo está conectado con los grandes artistas y artesanos de los pueblos nahoas, toltecas y otomíes, para los cuales era prioritario trabajar con esmero y con honestidad, haciendo caso omiso de las lentejuelas europeas y del intento de vender o impresionar con formas comerciales.
Creo que el maestro Leo Acosta es un buen ejemplo a seguir para los jóvenes grabadores mexicanos porque nos muestra que para ser artista no es necesario provenir de la elite, que estorba la artificialidad y la impostura, que la sencillez tiene un valor y la autenticidad también. Nos deja ver que a pesar de poder convivir democráticamente con experiencia y valores internacionales, la joya de la individualidad e idiosincrasia de nuestros pueblos, expresada por nosotros mismos, tiene un valor digno de existir y ser admirado.
Celebramos nuestra amistad con el maestro Acosta y disfrutamos sus obras, quizá nos reencontremos en alguna forma o color, en alguna ventanilla de nuestra nave o en una historieta de los tiempos, buscando la piedra y la pluma mágica de nuestros colores y nuestro perfil, entre las luces.