LA VIRGEN, cuento

 

La Virgen

Cuento por Gonzalo Martré

 

Cuando supe que los Ratoncitos Verdes habían calificado para las finales del Mundial, le avisé a los cuates para celebrarlo en “El Jarrito”. Ahí mero les dije: Ora sí mis ñeris, esta vez vamos a la final. Se rieron de mí, dijeron que no pasaríamos de los cuatro juegos de siempre. Yo aseguraba que no nos eliminarían en los octavos, pero ellos, ¡necios a que nos quedaríamos en la segunda vuelta!, y si no, ¿cuánto nos jugábamos? Al calor de las copas, aposté mi sueldo de medio año: ¡dieciocho mil varos! Ni quien se raje, van dieciocho tuyos, contra dieciocho nuestros a que no pasan a los cuartos, dijeron. Y como eran seis, pues si perdían les tocarían de a tres cada uno. ¡Así qué fácil!
Eso fue un viernes. Al día siguiente, ya crudo, recordé lo de la apuesta, pero no estaba arrepentido, verdá de diosito que no. Además de tenerle fe a los Ratoncitos Verdes, también se la tenía a la Virgencita; yo le pediría que me los cuidara, que los hiciera ganar, entonces me fui a la Villita, me llevé al Pelé, mi hijo mayor, ya de veinte años, para que me me ayudara con las cobijas.
Entré hincado, desde la puerta del atrio; el Pelé me iba poniendo una cobija y quitando la otra, para que no me pelara las rodillas. Así que llegué hasta los pies de mi Morenita, le dije fervorosamente: Virgencita chula de Guadalupe, vengo a pedirte un favor muy grande. Sé que tú lo puedes hacer, Virgencita, ya me has ayudado en otras ocasiones, en ésta tampoco me puedes fallar. ¿Te acuerdas cuando te pedí que salvaras a mi vieja de su noveno parto que venía mal? ¡Me lo concediste, Virgencita, vivieron los dos!, Has sido buena conmigo, Virgencita, por eso vengo a pedirte que acompañes a mis Ratoncitos Verdes en el Mundial de Alemania. Para comenzar, van a jugar con unos árabes. Sí, los mismos que tumbaron las torres de Nueva York, son cabrones, pero tú puedes, Virgencita, tú puedes, haz que ganen esta vez. Te juro que si me concedes ese gran favor, dejo de tomar un año. Me cái que lo hago. Y luego, cuídalos en los demás juegos. ¡Hasta la mera final!
¡Tres uno culeros, qué nos duraron los pinches árabes! Eso les dije a mis cuates en “El Jarrito” cuando acabó el partido. Mis Ratoncitos Verdes, no me fallaron. Un marcador de campeones, sí señor. Y eso que nomás es el comienzo. Pura chiripa, dijo uno. ¿Pura chiripa? Aquí nos vemos en el próximo.
Como el juego que seguía era con negros, era de necesidad ver a la Virgencita para restarles potencia. Negros jodidos que creen en Babalú y en Changó. Lavadores de excusados, hijos de la criada, que hacen vudú. Ya de hinojos frente al altar, le recordé de cuando el trolebús atropelló al Tavo. Vine a verte, Virgencita, porque en Xoco decían que no pasaba la noche. ¡Y tú me lo salvaste! Qué grande eres, que te duran el Babalú y el Changó, neutraliza su vudú, los Ratoncitos Verdes, se encargarán de los goles.
Cero-cero. ¿No que muy chingones los Ratoncitos Verdes? ¡No pudieron con los negros!, me dijeron en “El Jarrito” al acabar el partido. Es que les hicieron vudú, respondí, así serán buenos.
Me volví a ir a la Villita, porque el próximo juego era decisivo. Si perdíamos, nos eliminaban. ¡Haz que pasemos a octavos, virgencita adorada, no me falles! Acuérdate de cuando a mi cabecita blanca le dio un coma de diabetis. Era el tercero, y en La Raza me dijeron que de ese no salía viva. ¡Pero me la devolviste, Virgencita. Si me concedes el triunfo, dejo de tomar otro año más.
Ya con mucha confianza, me fui a “El jarrito” el día del juego. Ahí estaban mis cuadernos. Pedimos cubetazo por cráneo. Yo estaba muy nervioso, verdá buena. Y es que jugábamos con Portugal, y había que ganarle, ¡a como diera lugar!
Perdimos 2-1. ¡Pero la Virgencita no me falló, porque con todo y eso, calificamos para los octavos!.
Venía el fatídico cuarto juego, con Argentina, jijo, vi en peligro mi apuesta, vi dos años de sequía. Mis Ratoncitos Verdes, contra los gauchos gachos. No, pos sí, me fui de nuez a la Villita, urgía. Entonces le recordé de aquella vez que me corrieron de la chamba. Le pedí que me reinstalaran, y me lo concedió, no me falló. Por eso le prometí a la Morenita que si ganábamos, cortaría para siempre a la Chona, mi segundo frente.

Qué fallada me dio la Virgen. Confié mucho en ella. Soy un pendejo, no escarmiento. Cierto que salvó a mi vieja, pero el bodoque, salió descerebrado. Cierto que salvó la vida del Tavo, pero perdió las dos piernas. Cierto que salvó a mi jefecita del coma diabético, pero quedó ciega. Y sí, me reinstalaron en la chamba, pero como eventual y sin indemnización.
No entiendo, soy muy buey. Los Ratoncitos Verdes, pasaron a los octavos. ¿Y de qué les sirvió? Los gauchos los eliminaron, completamos los pinches cuatro juegos de siempre, y se acabó, pero yo me quedé sin sueldo medio año. Por eso mi vieja se fue con el Sancho, por eso la Toña, la quinceañera, se huyó con el novio; por eso el Pelé se metió a rupa. Y por eso yo, aquí estoy, viendo quien me aliviana con una cheve. Órale, no sean ojeis. Al menos, disparen una. Es con mi lana.

Gonzalo Martré, narrador y periodista