Antología Poetisas del 68 Mexicano
MEMORIAL DE TLATELOLCO
Por Rosario Castellanos
La oscuridad engendra la violencia
y la violencia pide oscuridad
para cuajar el crimen.
Por eso el dos de octubre aguardó hasta la noche
para que nadie viera la mano que empuñaba
el arma, sino sólo su efecto de relámpago.
¿Y esa luz, breve y lívida, quién?
¿Quiénes son los que agonizan, los que mueren?
¿Los que huyen sin zapatos?
¿Los que van a caer al pozo de una cárcel?
¿Los que se pudren en el hospital?
¿Los que quedan mudos, para siempre, de espanto?
¿Quién? ¿Quiénes? Nadie Al día siguiente nadie.
La plaza amaneció barrida; los periódicos
dieron como noticia principal
el estado del tiempo
y en la televisión, en el radio, en el cine
no hubo ningún cambio de programa,
ni un anuncio intercalado
ni un minuto de silencio en el banquete
(pues prosiguió el banquete).
No busques lo que no hay: huellas, cadáveres,
que todo se lo han dado como ofrenda a una diosa,
a la Devoradora de Excrementos.
No hurgues en los archivos pues nada consta en actas.
Ay, la violencia pide oscuridad
porque la oscuridad engendra el sueño
y podemos dormir soñando que soñamos.
Mas he aquí que toco una llaga: es mi memoria.
Duele, luego es verdad. Sangra con sangre
y si la llamo mía traiciono a todos.
Recuerdo, recordemos.
Esta es nuestra manera de ayudar a que amanezca
sobre tantas conciencias mancilladas,
sobre un texto iracundo, sobre una reja abierta,
sobre el rostro amparado tras la máscara.
Recuerdo, recordemos
hasta que la justicia se siente entre nosotros.
LOS AMANTES DE TLATELOLCO
Elsa Cross
Apenas se desprenden de la sombra.
Sus murmullos
alzan leves señales
al pie del contrafuerte.
Sus tenis blancos fulguran.
Ajenos a esas piedras
vueltos uno hacia el otro,
olvidan en sus labios
el grito de las masacres,
los pechos abiertos a punta de obsidiana
o bayoneta.
Indiferentes a la sombra que los cubre
los jóvenes amantes murmuran
o quedan en silencio,
mientras la noche crece sobre las ruinas,
engulle los basamentos de los templos,
las inscripciones,
la urna de dos esqueletos que se abrazan
en su lecho de polvo,
bajo el cristal donde se secan
las flores de una ofrenda.
2 DE OCTUBRE EN UN DEPARTAMENTO
DEL EDIFICIO CHIHUAHUA
Por Isabel Fraire
Piel rota orilla incierta de la piel rota
carne como la carne que le doy al gato
la sangre rezuma y chorrea en goteras
se ve el hueso
ancho y profundo el boquete como plato sopero
alto en el muslo el tazón de carne cruda y sangre
cuerpo tendido en el piso en cuatro dedos de agua
“No es nada.”
“¡Cómo que nada!
¿Te duele?”
“Nada, un rozón.”
Las balas atraviesan vidrios atraviesan puertas se
entierran en paredes
“¡Cuidado señora!” (tiene un niño en brazos) “Métase
al baño, ahí está más segura.”
Los estampidos retumbando arrecian
“Agáchense.” “Hasta abajo.” “No se asomen, por
Dios.”
“¿Cómo te sientes?”
“No es nada.”
(La señora con su niño en brazos gritando) “¿Por
qué siguen, por qué siguen tirando?
Dios mío, Santa Virgen, que paren, ya no sigan…”
“Otra vez.”
“Agáchense.” “Baje la cabeza.” “Dame la mano”,
como mala película que no termina nunca.
Diez días después los periódicos no hablan más que
de Olimpíada.
No fue nada, un rozón.
HABLA RINA LAZO
Carmen de la Fuente
Yo quiero contarles
amigos de Diego,
amigos de Rina,
cómo es que estoy presa
lejos de mi gente,
lejos de mi casa.
Fue un día de septiembre:
mí mano trazaba
contornos de pájaros,
sueños, nubes, alas,
claros mediodías.
De pronto, en la noche,
¿quién grita?, ¿quién llama?
Tíranme la puerta
cinco policías.
¡Oh, la negra noche!
¡Soledad tan fría!,
se indigna mi esposo,
llora la hija mía.
Me asustan, me envuelven
con mentiras sórdidas,
historias ladinas;
voy de un sitio a otro,
a rastras me llevan,
migración, la cárcel,
Procuraduría.
Los jueces dijeron
la hallamos culpable,
culpable dijeron
los falsos escribas.
Sí, yo soy culpable
de fincar mi patria
donde vivo y amo,
donde soy artista.
De sentir el ritmo,
el color, la línea
de un pueblo que nace
de mi entraña en soles,
leyenda y poesía.
Sin embargo, amigos,
porque creo en el hombre
yo creo en la justicia.
Y esta que es mi mano
flores, rosas, pinta
porque siendo libre
libres son los sueños,
la imaginación.
Con fe en mis principios,
en la libertad,
os invito amigos
no olvidéis a Rina
y que en el día ocho
como es tradición
recordemos juntos
a Diego Rivera
cuya luz me alienta
en esta prisión.
Diciembre 8 de 1968
ESA MADRUGADA…
Por María Teresa Irazaba
I
Esa madrugada
el sonido de la ambulancia
fue detenido por los soldados
La navaja de un bisturí cortó
mi amarre umbilical
del vientre de mi madre
Mientras
cientos de metrallas
dispararon
y abrieron otras carnes
A la tierra arrojaron sus cuerpos
una fosa clandestina
es su nuevo vientre
A mí me dieron un nombre
a ellos les borraron la vida
Sus madres palpitaron
con el vientre hueco
los soldados las obligaron
a quedarse mudas
II
Sólo mi madre recuerda
la masacre de Tlatelolco
Para ella su lucha
es tener una familia
Una casa con las ventanas abiertas
para que entre el Sol
la ropa dulcemente alineada
para un padre ausente
La cocina es su compañera
y enciende todavía sus luces
para alumbrar
a sus muertos
En mi casa con serpentinas
y confeti de colores
se festeja mi cumpleaños
Para ocultar nuestra soledad
nos colocamos un antifaz
sonreímos un rato a las visitas
y cerramos la puerta
Mi padre con nostalgia recuerda
la antorcha olímpica del 68
nunca habla de los jóvenes masacrados
ese dos de octubre
A mí me rebautizaron diciéndome
que no fui asesinada
pero siempre me pregunto
si ese día
no dispararon en mí
alguna lenta puerta
EN MEMORIA
Por Cristina Gómez
Hoy amaneció el cielo
2 de octubre
como nuestro recuerdo
el odio y el amor
corren por el asfalto
como en aquella plaza
Hoy amaneció siendo
las 5:30 de la tarde
como nuestro recuerdo
el amor ha crecido por años
en cada rebeldía
en cada obrero en lucha
Hoy amaneció así
año sesenta y ocho
como nuestro recuerdo
el odio se convierte
en guerrilla
huelga en la fábrica
Hoy amaneció siendo
2 de octubre 5:30 p. m. año 68
como nuestro amor y nuestro odio
Tomaremos la calle
Como de julio a octubre
Con la esperanza a cuestas
No puede tanta sangre
lavarse con el tiempo
ni perder su sentido
No podrá el asesino
seguir en el silencio
alimentando el miedo
MORATORIO CHICANO
Por Linda González
Fue 1970, el año del Moratorio Chicano
el año en que yo cumplí 12
Había revolución en el aire
cada vez que respiraba
me dejaba el aire más y más inquieta
llena de deseos de estar
marchando por la calle Whittier
contra la guerra en Asia
contra las guerras en los Barrios de los Ángeles
En la primavera
mis pechos florecieron
una mujer enfrente del espejo
las armas florecieron en las selvas
La sangre que da la vida
un derrame de mi cuerpo
la sangre de los muertos
un derrame de los ríos de Vietnam
Tantos murieron
mataron sin saber quiénes fueron los enemigos
los enemigos enmascarados
en su propio país
Lágrimas pesarosas goteaban
agobiando la tierra
brazos en puños
se levantaron fuertes y firmes
contra la guerra en Asia
contra las guerras en los Barrios de los Ángeles
2 DE OCTUBRE *
Por Ethel Krauze
Los he visto
en las noches,
en las fiestas,
fantasmas en el vino
y la risa
de los amigos:
Buscando el amanecer,
y el amanecer no era.
Se quedaron muriendo:
Buscaban su hermoso cuerpo
y encontraron sangre abierta.
Se quedaron muriendo.
No volvieron.
Se quedaron helados
en la esquina
de las balas:
muchedumbre de abejas en picada,
abejorros de plomo
plumas negras
negras alas cayendo
en la tarde del viernes,
en la plaza,
en el ruedo sin toros,
sin olés,
sin golondrinas.
Se quedaron muriendo
en Tlatelolco.
Festín de banderillas:
sólo ellas vinieron ese día
a picarles el lomo,
la cabeza,
a cortarles la oreja,
a montarlos en hombros.
Banderillas, banderolas:
bayonetas.
Ya vienen cayendo
esas punzantes mariposas:
diamantina de acero,
alfileres dormidos
voladores,
cuchillitos roedores,
ladradoras avispas.
¡Qué deslumbrante espectáculo!
¡Qué tremendo con los últimos humos de la pólvora!
Los veo, ahora,
cuando alguien ha cumplido diecisiete años.
Y ellos siguen
abrazándose al aire
con el grito en las manos,
buscando, todavía,
amanecer el 3.
Llegar siquiera al final
de ese octubre:
Era mes de canciones
y lunas
antes de Tlatelolco.
También los veo morir
en los que no murieron.
En los que se rindieron
a la yerba, o al trago,
a la demencia,
al burócrata,
al dólar,
al bastardo,
a la niebla.
Los veo en los señores
de traje y corbata,
en los traidores:
los que cumplen cuarenta,
los que pagan la cuenta
con tarjeta, con su firma:
los del miedo.
Los del déme la carta,
caballero.
Licenciado ¿al ajillo?
¿a la mostaza?
¿al curry suculento,
o el chateaubriand desea?
¡El poeta con papas,
para dos
y bien asado,
con su salsa bernesa!
Los he visto rondar
en los pasillos,
en las salas de espera,
a la hora de las tortas
y en el tedio.
En los que piden permiso
y compermiso
y cómo no.
En los que cuidan la entrada
y las espaldas;
en las bocas cerradas.
Sí señor, señor,
lo que el señor ordene.
¿Quién mató a mis hermanos?
¿Quién les puso esa trampa,
esa trompa de fuego
en la sien y en el cuello?
¡Lo que diga el señor!
¿Qué no está en el memorándum?
No,
su sangre no viene cantando:
es un chorro de espinas
en el sueño,
un espasmo de soles sofocados.
¡Siete copias, y un recado,
y un testigo,
y el cuerpo del delito!
No se cerraron sus ojos
ante los cuernos de hierro.
Cerraremos el archivo.
Levantaron la cabeza.
No hay pruebas por el momento.
La miel de su inteligencia,
hasta que diga el señor
hasta que amanezca.
Pero el señor aún no ha dicho.
Nadie dice. No.
Nadie dice los traigo atragantados
en la copa
en la ropa
en los zapatos.
Nadie dice.
Pero se metieron por la fuerza
en los renglones,
se acodaron en la mesa,
me preguntaron
cómo estuvo todo.
• García Lorca y Florit son mis padrinos, E. K.
TLATELOLCO 68
Por Thelma Nava
I
Es preciso decirlo todo,
porque la lluvia pertinaz y el tiempo de los niños
sobre los verdes prados nuevamente
podrían lograr que alguien olvide.
Nosotros no.
Los padres de los otros tampoco y los hijos y
los hermanos
que pueden contarnos las historias
y reconstruyan los nombres y vidas de sus muertos tampoco.
II
Tlatelolco es una pequeña ciudad aterrada
que busca el nombre de sus muertos.
Los sobrevivientes no terminan de iniciar el éxodo.
Pequeña ciudad fantasma, húmeda y triste
a punto de derrumbarse si alguien se atreviera
a tocarla nuevamente.
Nada perdonaremos.
Rechazamos todo intento de justificación.
III
Miro pasar las ambulancias silenciosas una tras
otra
mientras aquí en el auto
un anciano que sangra y no comprende nada
está en mis manos.
IV
Que no se olvide nada.
aunque pinten de nuevo los muros
y laven una y otra vez las piedras
y sean arrasados los prados incendiados con pólvora
para borrar, definitivamente
cualquier huella.
V
Ellos ignoran que los muertos crecen,
que han echado raíces sobre las ruinas
aunque los hayan desaparecido
(para que nadie verifique cifras).
Todo ha sido invadido por la sangre.
Aún vuelan partículas por el aire que recuerda.
Es de esperarse nuevamente su visita.
Los asesinos siempre regresan al lugar del crimen.
CANTO A LA JUVENTUD
Por Margarita Paz Paredes
“Juntos, juntos, ¡oh jóvenes amigos!
La ventura del hombre es el fin que anhelamos.
Potentes por la unión, cuerdos por la pasión.
¡Juntos, juntos! ¡oh, jóvenes amigos!
También aquel que cae en la lucha es feliz
si con su cuerpo a otros un peldaño les brinda
hacia la ciudadela de la gloria
¡Juntos! ¡juntos! ¡oh, jóvenes amigos!”
Adam Mickiewicz
I
¡Juventud, juventud!
Ha sonado la hora,
hora de lucha y de conquista,
de vigilia y de reto
a los cobardes topos de la infamia;
a los abyectos capitanes del odio, agazapados
tras la sucia alambrada
de bayonetas homicidas;
hora de la verdad encarcelada
que rompe sus barrotes de ignominia
y libera su grito amordazado
en explosión de insólita denuncia.
¡Juventud, juventud!
Tú has despertado
la indignación dormida, apaciguada
en las conciencias tibias;
la ira desatada
contra los mercenarios agresores del templo,
de tu templo inviolable;
contra los asesinos y los perros de presa
famélicos y torpes,
que atacan y destrozan
los pechos limpios y las frentes puras.
Tu grito de protesta
resuena en los confines de la tierra
con ecos juveniles y potentes.
Ya el oído del mundo
es un gigante caracol abierto
al clarín que amanece, sacudiendo
el sueño aletargado de los hombres.
Incinerados cuerpos juveniles
dispersan tus cenizas combativas,
y del silencio sórdido del miedo
surgen como legiones encendidas
espadas misteriosas y certeras,
hiriendo el puño inicuo del tirano.
II
“Nos veremos yo y tú
juntos en la misma calle,
hombro con hombro, tú Y yo,
sin odio ni yo ni tú,
pero sabiendo tú y yo,
a dónde vamos yo y tú…
¡No sé por qué piensas tú,
soldado, que te odio yo!”
Nicolás Guillén
¿Qué pasa en nuestra tierra?
¿Quién desangra la patria
en lo más noble y tierno de su estirpe?
Bestias enardecidas contra el joven,
recientemente niño,
en cuya boca apenas decidida,
hasta la imprecación suena a campana
gozosamente jubilosa.
Ejércitos, ejércitos,
ciegos de pólvora, envenenados de metralla
y más aún envenenados
por el designio de una mano enferma,
nefasta, omnipotente,
dura de tumbas, de prisiones,
ávida de clavar sus negras garras
en la bandada juvenil y hermosa
que ensancha el horizonte y se le escapa…
Ejército, soldado,
quítate la coraza que te ahoga
la oprimida conciencia;
retrocede a tu origen
de dulce tierra y humo campesino.
Eres del pueblo
y el pueblo te erigió guardián de tus hermanos.
¡Ah!, soldado, recuerda
cuando cambiaste el azadón humilde
por un fusil para guardar la patria
en la más alta dignidad del hombre.
Ahora,
qué oscura venda
ciega tus ojos de labriego antiguo.
Ahora,
tu mano compañera es mano fratricida.
Ahora,
la patria que guardabas de extraños enemigos,
es patria ensangrentada
con la sangre inocente
de párvulas palomas.
Quítate la coraza,
arráncate la venda
y escúchame, soldado:
que está naciendo entre las bayonetas,
entre la podredumbre y la ignominia;
a pesar de las cárceles siniestras;
a pesar de los torvos asesinos,
algo pequeño, apenas balbuciente,
que crecerá como las golondrinas
con el espacio libre para el vuelo;
un mundo digno, abierto para todos,
donde el pan no se amargue ni el aire se envenene.
III
“Hemos sufrido
en tantas partes
los golpes del verdugo
y escrito en tan poca piel
tantas veces su nombre,
que ya no podemos morir,
porque la libertad
no tiene muerte”.
Otto René Castillo
¡Ah!, jóvenes amigos, compañeros.
¡Adelante!
Amarga es la batalla y dulce la victoria.
¡Adelante!
El camino se ensancha
hacia la libertad de un horizonte
que espera la conquista.
¡Estudiante, estudiante!
Tu incontenible grito ha traspasado
las fronteras del templo;
penetra a los rincones cotidianos,
cruza las avenidas que antes eran
dimensión de alabanza al señor que la impuso;
y ondea como una llama inextinguible
quemando criminales acechanza
en la Plaza Mayor, donde ha quedado
cobardemente muda la respuesta.
No importa que de los callejones del silencio
donde se ocultan la traición y el asco,
vuelva a surgir el asesino artero,
la brutal agresión a la esperanza.
El pueblo sometido
por inhumana explotación de siglos,
tras la barrera cruel de su ignorancia,
con la mordaza vil de su miseria,
despierta de repente y se rebela
con tu clarín clamando vigoroso
en el espacio de esta tierra herida,
y contigo camina decidido,
con sus manos oscuras, fraternales
encendidas de ira justiciera,
a la conquista de una nueva patria.
22 de agosto 1968
LOS QUE MURIERON Y NO SABEMOS NADA
Por Yamilé Paz Paredes
…Y aun tuvieron la osadía de impedirnos
que les diéramos tierra
y poderlos querer por las pequeñas cosas.
No alcanzamos, siquiera,
a doblar la rodilla hasta sus bocas,
ni a preguntar por ellos a ellos mismos,
o a conocer su amor a las montañas
y qué simiente a diario iban sembrando;
si un día tuvieron hambre o bicicleta…
Tuvieron la osadía de impedirnos
que creciéramos juntos
(Nos faltó tiempo para estar más cerca
y no podemos decir que les amamos).
De ellos, uno por uno
sólo tenemos el último retrato,
la ira de su muerte
ondeando en cada puño
(Nos faltó tiempo para estar más cerca).
Llegamos al final de su voz,
y no sabemos nada.
Su voz, su amor y su certeza
no importaban.
Tan sólo eran cadáveres
—menos que eso—
un número global sobre un papel en blanco.
“Ciento cincuenta” (algunos dicen: treinta)
—ni siquiera ciento sin cuenta números—,
un sólo número, un número global,
tan sólo eran cadáveres de último momento.
Tuvieron la osadía de impedirnos
que creciéramos juntos.
Tuvieron la osadía.
No podrán impedirnos que regresemos
y en nombre de su voz y de sus nombres,
de lo que sí sabemos,
a ellos, los podridos,
los que nacieron muertos,
les metamos un plomo
en cada muerte.
Entonces les pondremos un número
—serán bastantes—.
Seamos más nosotros.
Tlatelolco, octubre 6, 1968
Año de la represión
5 DE AGOSTO
Por María Elena Solórzano
De la Plaza de Honor de Zacatenco,
como riachuelos que integran un torrente
universitarios y politécnicos,
normalistas y estudiantes de Chapingo
inician la marcha
hacia los caminos bordeados de cardos
y las esquinas donde acecha la ignominia.
Tonantzin (nuestra madre ancestral)
desde el ceremonial del Tepeyac los mira.
Caminan por las calles
sembrando anhelos de libertad,
ansias de justicia.
“Ya no somos esclavos”
dice la espesa demagogia.
No llevamos grilletes en los pies,
pero aún los llevamos en el alma.
La gente sale de sus casas, los aplaude,
les brinda palomas blancas,
agua nieve para refrescar sus labios.
Es un surtidor de luz,
la esperanza por un México
donde los niños vuelen papalotes
y las mujeres tejan sus vidas
con madejas de esperanza.
Un México donde no se compre la justicia
ni se ensalcen los triunfos del malvado.
Siguen por Tlaltelolco.
Ahí, los templos de piedra y argamasa
se irguieron imponentes.
Ahí, entre las piedras, todavía
se encuentran las raíces
de nuestra raza cósmica.
Atraviesan junto a la Plaza de las Tres Culturas,
donde se reunían los guerreros águilas y jaguares
para alimentar al Sol con sus heridas.
Donde se reunían los Tlatoanis,
los ancianos y los sabios
a discernir sobre el destino de sus pueblos.
La juventud valiente grita sus consignas:
“Libertad de expresión.”
(La prensa amordazada, moribunda.)
“Democracia para un pueblo sojuzgado.”
Quince mil voces al unísono reclaman,
quince mil voces despiertan la conciencia
adormilada.
Quince mil voces en un solo estruendo
contra la mentira criminal
bullente de latrocinio y corrupción.
No más la palabra cercenada
por consignas del gobierno.
No más mujeres profanadas
como castigo a su lucha
por la verdadera democracia.
No más sangre de inocentes.
“El vino de la tierra” es vida
y no debe de correr por las baldosas
ni manchar las camisas de los hombres
o los blancos faldones de las hijas.
Con la cabeza en alto llegan a Santo Tomás,
las mentes preñadas de grandiosos ideales
y la visión de un Anáhuac transparente.
Es la juventud en lucha por una Patria libre,
para que el pan llegue a cada puerta
y del fogón de mamá grande
desprenda el sacrosanto olor de la tortilla.
Para que germine el pensamiento
en el almácigo de la escuela pública
y ofrezca su más preciado fruto.
Será cuando el pueblo cante
en todas las plazas
y resuene la risa de los niños
en las cuatro esquinas de la Patria
henchida de mar, de arena, de selvas, de humedades…
De todo lo que la libertad reserva
a un pueblo soberano.
(El 5 de agosto de 1968 los estudiantes politécnicos organizan el Comité
de Huelga del IPN. Poco después se formaría el Consejo Nacional de
Huelga (CNH), que representaría a todos los estudiantes del país.
POR ELLOS
Por Carmen Zenil
Qué triste llega el recuerdo.
No puedes gritar.
La noche soporta tu silencio:
memoria nuestra que no olvida jamás
lacera cada crujir del viento
cada gota de lluvia que cae en tu suelo y no te acaricia
sola por la lucha que hubo en tu vientre.
Ellos
inmensos en el campo de tu mitin eterno.
Qué agonía aturde, invade, te acompaña.
Escuchas y escuchas el puño de los jóvenes
de ayer, de hoy; en pie
el querer transformar su raíz de humanidad
igual en todos;
joven que abandona la mochila por vivir.
Horas, días, semanas, años.
¡Dieron vida por tener fuerza de pueblo!
Desde entonces…
heredan el deseo igual de caminar
sin más alrededor que el mismo sueño:
guía único que acerca la libertad y la justicia necesarias.
¡Tlatelolco!
¡Cuánta sangre inocente
–como el suelo en que se derramó–
tienes que llevarla encima, sin poderla limpiar!
Sangre de batalla viva.
Corazón joven que no pensó ser perseguido, asesinado
que no concibió que una mano brutal
caería sobre la sonrisa que existía sólo en ellos
por la posibilidad de acariciar la ruta de un cuerpo en libertad.
Qué historia más reciente puedes contarnos.
Dolor porque tu Patria no murió
aquellos jóvenes volvieron a nacer
de ese suelo, de esa sangre que el agua no arrebata
de esa mira de bayoneta, de oscuridad de tortura
de quienes huyeron, de los que los traicionaron
de nosotros que seguimos corriendo aquí aún para salvarnos.
La pena te seguirá alas rotas
antes del tiempo
cuando aquellas apenas empiezan a cerrar el puño
los que van por la verdad
al dominio de su propio universo.
Unos cuantos a veces son mayoría
contra la imposición que cae en ti
día 2 del mes Octubre de ese año es 1968.
Te llevamos en mayoría Plaza de las Tres Culturas.
No permanezcas fría, muriente y más sombría cada año.
Incumples gritar tus cadáveres
tu silencio no distinto a la realidad tenemos enfrente
los hijos de los hijos de tus hijos.
Tlatelolco…
¿Cuántos años más esperas para sanar
encontrar la paz irrumpida
abandonar el horror enterrado gris en tu piel?
El genocidio cae sobre indefensos
los que sólo tienen en la mano el arma del amor
compañero de al lado.
¡En el corazón del joven
memoria del 68
infinita eres Plaza de las Tres Culturas
Tlatelolco es Dos de Octubre
Es olvido jamás!