AMADA, poema por Benito Balam

 

AMADA

Poema por Benito Balam

Amada en esta noche tú te has crucificado
sobre los dos maderos cruzados de mis besos

– César Vallejo

 

Amada, en este día en que Dios no ha muerto
o se ha vuelto a revolver entre los muertos,
soñando con ellos abajo de sus pétalos amarillos,
quiero decirte el estremecimiento que me produce
el recuerdo de nuestro hijo malogrado.

Me siento agazapado en esta noche de los muertos,
aterrado en la madrugada de tu polvo:
quisiera morder el alba donde no se olvida
el titilar de nuestro padecimiento,
pequeño altar de nuestra ofrenda.

Muchas veces, cegados por el insulto,
los hombres o las mujeres no discriminan lo justo,
lo que no se ha perdido
y giran locos en su propio castigo.

Ayer, o el día de hoy, a medianoche,
he vuelto al lugar del encuentro
en esa fuente acústica
donde se renuevan las almas derribadas
en el terremoto.

Me senté solo en el sitio donde di lectura a tanta muerte,
donde lloraron por mí las letras que compuse;
esperé velando, caídas las orejas
y la danza funeraria me llenaba de polvo y de tristeza.

Hondo corazón …cuándo apreciarás mis precipicios?
Se me comprime el aire en el costado,
me golpea las costillas
ese dolor que me quema en el incienso,
y hace vibrar con su humo las hojas de las plantas.

¿Para quién serán esos proyectores de luz
sobre el esqueleto de fierro,
esas varillas sembradas en la calle
como espectros distantes,
a quienes han roto las costillas?

Y, sobre mis velaciones… nadie canta.
Sólo el ulular empecinado de una tubería nocturna
y oxidada, trabalenguas del agua en un ciudad desfigurada.

Aquí en casa ya no soy sólo yo,
tus dedos han tejido un altar que se encima en mis hombros
y yo enciendo las mechas de sus humos.

Aquí yacemos tú y yo.
Y como fiel guardián que lo atesoro
cumplo con la oración de nuestra ofrenda:
¿Estás ciega tú hermana? ¿estoy ciego yo, hermana?

Vamos a desovar los huevos de la muerte
y a que nos orinen sus negras profecías;
para volver luego puros una vez
que la espesura de la sangre ha cubierto el sudario
para volver a recocer con tus manos benditas
el vagido del barro, que te he ofrendado.

Yazco en el lecho nupcial con escalofrío de ausencia
cuando unos huesos me tocan tras un rendija
la Luna asoma su lengua fría y me besa,
para que duerma…

 

 

Dibujo del maestro Hernández Delgadillo del libro “Desde los Siglos del Maíz Rebelde”