La lucha de la casa de la cultura ecuatoriana
Artículo por Petronio Rafael Cevallos
Hace poco, cuando Nixon García, director del grupo de teatro La Trinchera, me escribió desde Manta, Ecuador, proponiéndome la presentación de El zaguán de aluminio –drama unipersonal basado en la vida y poesía del poeta vanguardista ecuatoriano Hugo Mayo (Miguel Augusto Egas, 1897-1988)–, no pude sino aceptar, complacido, ante esta brillante oportunidad para difundir y disfrutar, aquí en Nueva York, de una muestra en vivo de la actual producción dramática de nuestro país.
Sin embargo, por experiencia, estaba yo algo consciente de las dificultades que, como salteadores de caminos, iban a salir al paso para impedir que esto se realizara. En primer lugar, no contamos con un espacio adecuado para hacer una presentación teatral –o, vergonzosamente, de ninguna otra clase. En segundo, no tenemos apoyo de nadie. En realidad, lo segundo es causa de lo primero. De todas maneras, la falta de espacio fue resuelta, luego de hablarle y escribirle una carta al cónsul del Ecuador, Hernán Holguín, quien amablemente nos facilitó el uso del recinto consular. No obstante, días más tarde, recibí una carta firmada por el mismo funcionario, en la que se nos cobraba ochenta dólares, `por concepto de limpieza`. No hace falta decir que en seguida llamé al consulado para exigir la exoneración de dicho pago, cosa que, para alivio de la actriz y nuestra, finalmente se logró.
La segunda y más insidiosa de nuestras dificultades ha sido la carencia de apoyo por la cultura que, en general, existe en nuestro país y, por extensión, en nuestra comunidad ecuayorquina. Imagínense, si se pretende cobrarnos por utilizar el consulado que, de juris, es territorio ecuatoriano, y que, de facto, debería ser alma mater y santuario de nuestras expresiones culturales, ¿entonces qué podemos esperar de los demás?
Mientras el periodista David Ramírez y yo nos atareábamos en promover el evento y en encontrar la forma de retribuirle a la actriz Rocío Reyes un emolumento digno de su trabajo, este tipo de `requisitos` menoscababa y seguirá menoscabando nuestra labor, convalidando una actitud –mental y burocrática– que entorpece la promoción de la cultura, dentro y fuera del Ecuador.
A falta de un espacio propio donde funcionar, deben eliminarse estos gravámenes que, en verdad, son un impedimento a la gestión cultural de nuestro Núcleo. Tanto más si viene de la entidad que –de todos los consulados y embajadas del Ecuador en el mundo– más recibe; precisamente de nosotros, los cientos de miles de usuarios y contribuyentes, o sea de los ecuatorianos afincados en el área metropolitana de Nueva York.
Dicho de otro modo, el consulado de Nueva York –así como el Ecuador entero– tiene y mantiene una inmensa deuda con nosotros. Deuda que –al igual que las `otras`– es virtualmente impagable no sólo en su totalidad económica, sino –y más aún– en sus fructuosos réditos afectivos, sociales y culturales; los mismos que –por honorabilidad, sentido de justicia y gratitud imprescindibles– deben devolvérsenos equitativamente. Aquí no se trata de obtener dádivas, sino de recibir lo que nos corresponde, como justa retribución a lo que con tanta largueza aportamos al referido consulado, al Ministerio de Relaciones Exteriores, al Estado y a la nación en general.
No olvidemos que en 1944 el escritor Benjamín Carrión –cuya visión era convertir el país en una `potencia cultural`, puesto que difícilmente podía aspirar a ser una potencia militar o económica– funda la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Siguiendo este lineamiento, en 1986 se establece el Núcleo de la llamada `Capital del Mundo`, desde donde difundimos la más auténtica identidad de un pueblo: su cultura. Pero para llevar a cabo esta trascendental labor, lo menos que necesitamos son obstáculos, demagogia, evasivas y ofrecimientos incumplidos. Por otro lado, lo que –y con extremada urgencia– sí precisamos es de un local adecuado, a más de fondos proporcionados para funcionar debidamente, y así continuar y ampliar una gestión cultural autónoma, sin injerencias burocráticas, paternalistas, políticas, nepotistas, regionalistas, clasistas, elitistas o de ninguna otra índole.
En agosto pasado, el poeta Jaime Montesinos (ex presidente y fundador de nuestro Núcleo ecuayorquino) y yo visitamos la Cancillería en Quito. Tuvimos entonces la oportunidad de entrevistarnos con el embajador Gonzalo Salvador Holguín, subsecretario político de dicha entidad, con quien intercambiamos interesantes puntos de vista respecto a las legítimas y harto postergadas necesidades de la comunidad ecuatoriana internacional y, específicamente, del más de medio millón de ecuatorianos residentes en el área del Gran Nueva York.
Como la necesidad más urgente y ejecutable a corto plazo, tratamos el caso de la falta de un espacio físico para llevar a cabo un decoroso y más efectivo funcionamiento de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo de Nueva York. En efecto y en referencia a este cardinal punto, el embajador Salvador Holguín nos garantizó el uso de dicho espacio en el consulado ecuatoriano de esta ciudad. Hasta la presente esto no se ha materializado.
Siendo un país pequeño, el Ecuador tiene en la proyección de su cultura el recurso más idóneo, acaso el único, para justificar su existencia, como entidad geopolítica, y para abrillantar y engrandecer su deslucida y disminuida imagen internacional. Por consiguiente, resulta impostergable la necesidad de internacionalizar la cultura ecuatoriana, a través de una dinámica y permanente proyección de los diversos exponentes de las artes plásticas, la literatura, la música, el cine y el teatro de nuestro país. Para ello, es preciso el apoyo, decidido y concreto, del Estado ecuatoriano, que hasta hoy no ha hecho nada en este sentido. A tal punto que, luego de 14 años de funcionamiento en Nueva York, la Casa de la Cultura Ecuatoriana ni siquiera cuenta con un local propio.
Debo mencionar que, siguiendo el concepto de la Casa de la Cultura Ecuatoriana de Nueva York, el gobierno dominicano, yendo hasta donde nosotros –por lógica y sentido común elementales– debimos haber llegado hace ya mucho tiempo, en 1999 abre la Casa de la Cultura Dominicana, con un local de primera en el Alto Manhattan, para cuyo inicial funcionamiento entrega la cantidad de cien mil dólares y establece un presupuesto mensual de treinta mil dólares, suma que, según el mismo mentalizador de este gran logro y ex titular del consulado de la República Dominicana en esta ciudad, Bienvenido Pérez, sale del dinero que sus compatriotas pagan por trámites consulares en Nueva York.
En otras palabras, los dominicanos por fin se dieron cuenta de lo que los franceses, españoles y otros ya sabían hace tiempo, que la cultura, más que ninguna otra actividad humana, proyecta y vende la imagen de un país, y es la más auténtica identidad de un individuo y un pueblo. Si no recordemos también el Instituto Albert Camus, la Alianza Francesa, el Instituto Cervantes (con un soberbio local y biblioteca en la calle 42). Igualmente, los colombianos tienen el Instituto Colombiano de Cultura; y los mexicanos, el Instituto de la Cultura Mexicana. Reitero que todos los nombrados cuentan, aquí en Nueva York, con local propio, personal pagado y presupuesto subvencionados por sus respectivos gobiernos. Y el más de medio millón de ecuatorianos en Nueva York lo único que tiene es promesas incumplidas… y trabas burocráticas.
Lamentablemente, la ceguera mental, la modorra y el provincianismo tienen encajonado y rezagado a nuestro país. Como resultado, nadie nos conoce –ni siquiera entre nosotros mismos nos (re)conocemos. Y cuando cada cinco o diez años se habla de nosotros a nivel internacional, es por acción de una desquiciada que le corta el pene al marido, o de un político pintoresco que es elegido presidente y a los pocos meses es destituido por `incompetente mental`, o de una alguna otra barbaridad sensacionalista y vergonzante.
Desde 1994 (año de mi vinculación al Núcleo de Nueva York), la comunidad ecuayorquina ha disfrutado de un auténtico renacimiento cultural y de un despertar político sin precedentes. Durante estos últimos seis años, hombro a hombro, junto a Jaime Montesinos hemos organizado y participado en lanzamientos, lecturas y ferias de libros; encuentros de escritores; además de conciertos, exhibiciones de artes plásticas y fotografía, obras de teatro, festivales artísticos; lo mismo que simposios sobre la doble nacionalidad, derecho al voto extraterritorial y defensa del inmigrante; conferencias y un sinnúmero de publicaciones. Es decir que no todos los ecuatorianos en estas latitudes nos hemos dedicado a organizar bailes, colectas, rifas, coronaciones de reinas, desfiles o a hacerles la corte a los mangoneadores de turno. Si alguna labor de cierto mérito hemos realizado, ha sido la de promover y diseminar nuestro acervo cultural, concientizando al público, no sólo ecuatoriano, sino también hispano hablante de esta gran ciudad.
Como creador y administrador cultural expatriado, me identifico plenamente con las necesidades y aspiraciones de la gran colectividad ecuatoriana internacional. Después de todo –junto a los mexicanos, puertorriqueños, cubanos, dominicanos, haitianos, centroamericanos y colombianos– conformamos un fenómeno sociológico insoslayable. Somos parte de una diáspora, de un éxodo masivo propiciado, precisamente, por las condiciones objetivas (y opresivas) de los países donde nacimos y crecimos. Los inmigrantes ecuatorianos en este país somos en una gran mayoría lo que los sociólogos han llamado `refugiados económicos y culturales`. Estamos aquí porque aspiramos a una vida mejor. Hemos venido escapando de las lacerantes lacras y limitaciones de nuestro nativo país. Y ahora, los cuatro millones de compatriotas esparcidos por todo los Estados Unidos constituimos una formidable fuerza que está –y seguirá– haciéndose oír y respetar (como lo prueban la obtención de la doble ciudadanía, y la irreversible campaña a favor del voto y representación política en el exterior).
En otras palabras, estamos conscientes de nuestra posición histórica y nosotros mismos procuramos los recursos para avanzarla. No olvidemos que nuestras aportaciones en dólares, insumos, giros idiomáticos, productos culturales, estilos de vida, movilidad geográfica y socioeconómica, entre muchas más, nos convierte en el estamento más creativo y dinámico de la sociedad ecuatoriana. Acá también estamos haciendo cultura y patria, por nuestros propios medios y con difusión internacional. Nuestro Núcleo, huérfano de cualquier apoyo gubernamental, ha logrado consolidar una imagen respetada, utilizando locales a préstamo en las universidades y llevando a cabo una verdadera autogestión. Hoy por hoy, el Núcleo ecuayorquino cuenta con un estimable capital simbólico, pero ya es hora de reforzarlo con una estructura física y financiamiento propios.
Cuánto ganaríamos, todos sin excepción, si la Casa de la Cultura Ecuatoriana en Nueva York tuviese un local y presupuesto, como hasta la más insignificante de las provincias lo tienen. Por si alguien no lo supiera, ésta es la capital cultural y económica del mundo postmoderno y globalizado. Ésta no es una capital de provincia cualquiera, sino Nueva York; acá es donde tenemos que proyectarnos, porque, aparte de los productos culturales por antonomasia (libros, cuadros, esculturas, piezas teatrales, películas, conciertos, etc.), la cultura vende de todo y para todos: desde vinos hasta maquinaria y alta tecnología; promueve el turismo (como bien lo saben españoles y franceses), ya que crea interés en potenciales visitantes; y, por supuesto, atrae la atención de los inversionistas.
El Núcleo de Nueva York representa a una auténtica y peculiarmente urbana provincia cultural, conformada por más de medio millón de ecuatorianos, integrados en una pujante comunidad, conformando la tercera ciudad –en términos demográficos–, y la primera –en términos económicos– del Ecuador. Creo que, en justicia, los ecuayorquinos nos merecemos un local propio, como lo tienen los veinte Núcleos provinciales del Ecuador. Este local y su mantenimiento podría financiarse fácilmente, si –con ese fin– se destinara un porcentaje del pago por cada pasaporte, cuyo costo total es la onerosa suma de 120 dólares, y de otros trámites y transacciones consulares –como los poderes, cuyo costo es nada menos que ochenta dólares cada uno. O sea que el financiamiento de nuestro Núcleo no le costaría ni un solo centavo al Estado ni a nadie, ya que el dinero provendría de nosotros mismos: los ecuatorianos que vivimos y trabajamos en Nueva York.
Por lo tanto, exhorto a los directivos y miembros de los Núcleos hermanos, a los artistas, a los intelectuales, a las autoridades competentes, a los medios de comunicación, al gallardo pueblo ecuatoriano y sus instituciones (dentro y fuera del Ecuador, como ya lo ha hecho la Universidad de Cuenca) a que nos respalden vigorosamente, haciendo audible y visible esta demanda, cuyo cumplimiento resultará en beneficio de todos sin excepción. Y, lo que es más, nos ayudará a promocionar y a prestigiar –sistemática, democrática, pluralista y permanentemente, en vitrina internacional y cosmopolita–, aquí nada menos que en la capital cultural y financiera del planeta, la auténtica imagen de nuestro país; esto es, la cultura nacional –elaborada dentro y fuera de las fronteras patrias– en todas sus múltiples y riquísimas manifestaciones.
Visite el website de la Casa de la Cultura Ecuatoriana de NY: http://www.lacultura.com.ar/EcuaYork