Núm. 10 – Bárbara Delano Azócar, agosto 1997, BARBARA DELANO AZOCAR, ATRAPADA POR UN SUEÑO

BARBARA DELANO AZOCAR, ATRAPADA POR UN SUEÑO

Semblanza por José Tlatelpas

Hace años, en la ciudad de México, durante las cruzadas entre la inocencia y la verdad, fundamos las modestísimas Ediciones Artesanales del Coyote Esquivo. En ellas tuve el placer de publicar por primera vez a varios escritores. Entre los primeros textos que editamos, a principios de 1980, estuvieron las obras de Benito Balam, Antonio Zambrano, Ana Clavel, Fidencio González Montes, Francisco Fernando… y varios otros que luego serían más conocidos por sus distintas calidades.

Entre las primeras publicaciones hay un texto de Bárbara Délano Azócar, “Acerca del Poeta” (febrero de 1980) entonces recién llegada a México. Me impactó su dulzura de luna y vino blanco y su aire sobrio y delicado; era una lindísima chilena de gran corazón y ojos verdemar, deliciosos, bien dulces, como las uvas y, como la Luna, remotos. La conocí en la revista La Semana de Bellas Artes, donde ella acompañaba a veces a su padre, Poli Délano, un gran tipo. Me acerqué a ella por la profundidad discreta que guardaba, aunque no niego que me fascinó su erótica figura de palmera, su sonrisa transparente y escondida y el titilar secreto de su alma, luminosa incluso bajo el Sol de marzo. Era una muchacha blanca, casi rubia, con una sonrisa de amoroso enigma.

Claro. Me robó el corazón desde un principio. Le escribí un poema a sus ojos de uva, bebí del arcoiris de su corazón y la iba a buscar, como un loco enamorado, a escondidas casi, bajo la lluvia, por su departamento en Chapultepec. Como en los pueblos remotos, la asechaba desde la esquina cuando iba al pan. Me recuerdo tras de un árbol centenario, esperando su luz entre la gente… no se me olvida… como a las 7 de la noche… aún resuenan las campanas.

Barbarita me comentó que empezaba a escribir, pero que no había publicado y que prefería esperar. Vi sus textos y me parecieron interesantes, si acaso yo podía leerlos, embrujado por el litoral apasionado de sus ojos claros. Entusiasmado, le propuse hacer una edición. Platicamos sobre cuál podría ser el título… cuál su nombre de escritora y… finalmente, decidimos que quedara así: Bárbara Délano Azócar, aunque ella se inclinaba por omitir la azúcar… y por publicar después… Creo que lo de Azócar, apellido de su mamá, según recuerdo, se quedó por insistencia de Rykardo Rodríguez-Ryos, el editor artesanal peruano. Y así quedó, por el dulce ritmo de sus ojos.

Barbarita, así le digo yo, no quería publicar al principio, pues, le daba pena; quizá por la necesaria comparación con Poli, su papá, excelente novelista chileno, y con su abuelo, editorialista entonces en El Día, el dos veces grande, Luis Enrique Délano.

Su hermana, decían mis amigos, era quizá más hermosa físicamente. Y yo la reconocí como una mujer de calidad. Pero, no sé por qué, a mí me hacían conxuro los ojos de Bárbara, su destello de antiquísimo jade, la profunda honestidad que yo vi en ella. No sé… simplemente embriagó mi corazón con vino blanco, me llenaba la sangre de estrellas cuando me miraba, volviéndome tormenta, me convirtió en galaxia: me imprimió 1 página de amor.

Apenas intercambiamos unas flores rojas con los labios, apenas nuestras órbitas se tocaron: pero nunca la olvidó la montaña verde de mi corazón. Nunca. La luz de su piel aún se conserva titilando entre mis labios.

Todavía la siento ahora, sus labios delgados de sonrisa apenas, su digna y brillante mirada de mora contenida, sus pantalones de mezclilla y un corazón, auténtico, profundo y sobrio, de mujer.

Hoy me informó Luis Llanillo, director del programa de radio Horizontes, que Bárbara cayó con el avión de Peruana de Aviación en octubre de 1996: Hace 10 meses. Así de brutal, directa y despiadada me cayó la noticia, sólido meteorito de acero. En mi garganta se ahogó mi comentario, abrió su pico el águila profunda que reside tras de mi rostro.

No pensé que la conservara tan hondo, todavía. Pero cómo resurgen los amores, cuando han dejado semilla mágica y profunda. Cuanto amor le tuve, aún vibra, todavía.

En la nota publicada por El Siglo, que me leyó Llanillo, decía que Bárbara, “la más joven escritora de la dinastía de los Délano”, se había destacado como periodista y como militante de las mejores causas chilenas. Fue de los chilenos que enfrentaron la dictadura desde Chile, que regresaron a su país en los momentos más difíciles y peligrosos, sin más refugio que el amor por su pueblo y la fuerza de su corazón.

A pesar del dolor por la noticia, Barbarita, sentí alegría por saber que seguiste creciendo, auténtica y profunda, aunque tan lejos de mí. Bravo por ti, chilenita de ojos de uva, tu sonrisa ilumina todavía los veranos, las espumas y los riscos. Tu recuerdo es como semilla, eterno en sus transcursos.

Donde quiera que esté tu dulzura auténtica y marina, recibe mi abrazo de águila, desde muy alto y muy abajo. Si mis brazos pequeños brazos no te alcanzan, sí te alcanzan mis palabras. Un hondo y sideral abrazo de palabras y ternura para ti, estrecho, profundo y personal. Abarcando con ilimitado cariño los mares y las serenadas flores de los valles, los hondos resquicios, los precipicios y los lagos y las verdes cercanías y las playas de nuestra América Latina.

Como si fueras la tierra entera, te abrazo, geológico y despacio, con indeleble suavidad profunda. Recarga tu multifacética expresión entre mis brazos de hombre, de amigo y compañero. Aunque me mires de reojo. Y rías, por saberte atrapada en mis sueños reincidentes.

No Lloverá Más, postal autografiada de la vedette y couplé María Tubau, durante su visita a México a principios de siglo.