TRINI CORONA, RECORDANDO A LEÓN FELIPE
Artículo por Juan Cervera Sanchís
En la casa de León Felipe, en su departamento de la calle de Miguel Shultz, 73-3°,
México D. F., sin León, recién fallecido, 18 septiembre 1968, flota un misterio y denso halo.
Sí, León ha muerto… Sin embargo uno percibe que él va a levantar
su voz requiriendo algún servicio de Trinidad Corona Zurita su, digamos,
ama de llaves, exclamando:
-¡Trini!
Desde la sala entrevemos un ángulo de su verde sillón mientras
platicamos con Trini y, es verdad, lo que ella nos confiesa con
visible emoción:
-A veces oigo todavía su voz y me sobresalto.
Nosotros, que estábamos ya aquerenciados con León y su casa,
sentimos que se nos rompe el alma pasar por su puerta sin subir
en tres saltos los dieciocho escalones de su escalera.
Ayer tarde al pasar vislumbramos a Trini en la ventana. Su
semblante triste nos atrajo y quisimos darle un poco de compañía
al mismo tiempo que recibir compañía de ella.
Trini, nada más nos ve, nos abraza llorando y un nudo, como de
soga de esparto, nos apretó la garganta.
Pesarosos nos sentamos y hablamos:
-¿Cómo era, Trini, realmente León?
-Usted lo sabe muy bien. Para mí y para todos era muy buena gente.
Muy generoso. ¡Y muy guapo por cierto! Subraya con vivo énfasis.
Trini habla de su Señor con el corazón en los labios. Nos gusta como
grita eso de:“!Y muy guapo por cierto!” Tiene gracia Trini al
decir sus cosas, y eso que está triste en extremo. Hace una breve
pausa y continúa:
-Yo no pensé nunca durar los años que duré con el Señor. Cuando
yo llegué, que me trajo su hermana doña Salud, me tomó la
mano y yo dije: ¡Chihuahua! Está muy anciano ya. Pero mire
usted no se murió entonces. Dios quiso que viviera diez años más
pues yo llegué cuando ya se había muerto doña Berta Gamboa,
su esposa. Creo que llegué al año de morir ella. Una amiga
de mi hermana Carmen conocía a doña Salud y por medio de
ella vine.
-¿Cómo se portaba el Señor con usted?
-Muy bien, muy bien. Cuando poco después de mi llegada yo
me puse enferma él me llevó al sanatorio de nutrición para que
me curaran. Él se preocupaba mucho por mi. Me compraba las
medicinas y en todo era muy bueno. Eso usted lo sabe. Trini calla
y suspira.
-Oiga, Trini, ¿quién era el mejor amigo del Señor?
-Don Pablo Fernández Márquez. Fue el primero de sus amigos
que yo conocí. Era español como él, de Madrid. Yo quiero mucho
a don Pablo. Él también ha visto mucho por mi y es también muy
guapo, como lo era el Señor. Se tenían mucho cariño entre ellos,
creo que más que hermanos.
Debo aclarar que cuando Trini llama a una persona guapa, quiere
dar a entender que es muy buena, muy noble. Así lo entiendo
yo cuando la escucho y advierto cómo lo dice y por qué lo
dice. En verdad me conmueve la forma y el fondo de sus
expresiones.
Me cuenta una anécdota relacionada con Fernández Márquez y
León:
-Mire, un día le habló el Señor a don Pablo para que viniera a
comer. Él venía muchas veces, pero aquel día no pudo venir
y el Señor no quería comer solo. Yo ya había preparado
comida para dos y apenas acabando de hablar por teléfono
con don Pablo me gritó con su fuerte voz. Yo corrí para ver
qué era lo que quería y, al estar ante él, me dijo:
-Trini, no prepare usted comida mas que para mí, pues ese
pelmazo no va a venir.
Estaba muy enfadado con don Pablo porque éste no iba
a venir. A mi me molestó mucho que llamara a don Pablo
pelmazo, aunque yo no sabía lo que quería decir eso.
Pensé que sería algo feo, por lo que le pregunté:
-Señor, ¿qué quiere decir eso de pelmazo?
Él entonces se puso a reír y yo le reclamé diciéndole:
-No vuelva usted a llamar a don Pablo eso de pelmazo,
porque don Pablo es muy bueno.
El Señor se reía y se reía y yo, enfadada, me fui a la cocina.
Luego, algo más tarde, llegó don Pablo, y cuando el Señor
lo vio delante de él me gritó:
-Trini, ya está aquí el pelmazo.
Debió contarle a don Pablo todo aquella pues los dos se rieron
de mi y el Señor nunca me dijo qué quería decir pelmazo.
¿Qué quiere decir pelmazo don Juanito?
-Nada malo, Trini. Pero lleva usted razón: Don Pablo no era un
pelmazo, aunque el Señor debió molestarse porque su entrañable
amigo no pudiese venir a comer, aunque al fin llegó. Dijo eso pero
sin ninguna mala intención.
-Claro, don Juanito, que no lo diría con mala intención, pues
el Señor quería mucho a don Pablo.
-Oiga, Trini, ¿qué platillos prefería el Señor?
-Tenía muy buen diente. Le gustaba todo. No era goloso
ni remilgoso para comer. Creo que lo que más le gustaba
era el gazpacho andaluz.
-¿Usted sabe cómo se hace el gazpacho andaluz?
-Sí, me enseñó a hacerlo María del Carmen, cuando estaba
casada con el sobrino del Señor, cuando éste todavía vivía, y
que fue el torero Carlos Arruza. Creo que ahora está casada
con otro torero, un tal Capetillo.
-¿A que hora solía levantarse León?
-Como ya estaba muy grande se paraba tarde y se acostaba
temprano, pero antes cuando estaba bien se acostaba muy tarde,
aunque se levantaba también muy tarde. Entonces yo le esperaba
mirando por la ventana. Llegaba de madrugada. Eso era cuando
estaba bueno.
Últimamente ya no llegaba tarde como antes cuando iba al
café. Un café que se llamaba, según le oí, decir “El Sorrento”.
-¿A qué hora escribía?
-Para escribir siempre se levantaba temprano, pues cuando yo
entraba a verlo ya estaba escribiendo. Sobre todo al principio
cuando yo llegué. En un tiempo como que rejuveneció y se
iba en el camión. El Señor nunca tuvo coche. Por lo general
lo traían y llevaban los amigos. Cuando don Pablo tuvo coche
el Señor ya tuvo coche y chofer. Éste se llamaba Raúl. Antes
de esto el Señor iba y venía en camión.Un día se cayó al
bajar. Gracias a Dios no se hizo mucho daño, pero pudo
habérselo hecho, ¿verdad?
-Pues sí, Trini. ¿Hablaba usted mucho con él?
-Sí, en la noche, cuando me hablaba para acostarse y yo
le daba su merienda. Me decía:
-Trini, no se vaya. Platíqueme usted.
Un día le platiqué de mis antiguos señores, con la familia
que estuve veinte años. Era franceses y muy buenos. Yo
los quise mucho también. Luego me enteré de que el
Señor había hablado de todo eso que le conté en una revista.
También cuando me pedía que le platicara antes de dormirse.
Yo le hablaba de mi padre y de las vacas que tenía mi padre.
Él me oía muy atento. Le conté como murió mi padre a
consecuencia de un golpe que le dio una vaca.
-Trini, yo le he oído a usted varias veces hablar delante del
Señor, de su escobita de San Martín de Porres, ¿qué opinaba
él de ello?
-El me decía: “Trini, bárrase con ella, porque es de San Martín”.
El Señor era muy bueno. Cuando a mi me la regalaron a él
le regalaron otra que luego me la dio a mi y entonces yo le
di la mía a su sobrina. Esta que tengo es la que fue del Señor.
-¿Usted no tiene hijos, Trini?
-¡Oh, qué horror! No, no yo no tengo hijos: ¡Dios me libre!
-¿Nunca se casó?
-¡Ah, Chihuahua! ¿Casarme yo? Dios me libre y la Santísima
Virgen. No, nunca tuve novio. Yo he platicado con los hombres
Como platicaba con el Señor o como estoy platicando con usted.
Con los hombres yo no sé platicar de otra manera. ¡Dios me libre!
-Trini, ¿por cuáles santos siente usted más devoción?
-Ahora por San Martín, pero siempre he tenido mucha devoción
por el Sagrado Corazón y por la Santísima Virgen de Guadalupe.
-¿Qué ha significado para usted la muerte del Señor?
-Muy triste…yo estoy muy triste ahorita. No lloro porque estoy
platicando con usted, pero cuando estoy sola… Y Trini suspira
profundamente y su suspiro se convierte en sollozo y acaba
llorando a mares.
-Cálmese, Trini, le digo.
-¡Ay, señor Juanito!, para mi, de día y de noche, esto es muy
triste. Es una vida muy triste la mía sin él. Muy triste. Yo lo
quería mucho y me quería también. Venga a ver, venga a ver.
El señor me regaló su retrato que yo tengo en la cabecera de
mi cama. Y acompañé a Trini hasta su recámara y vi el retrato
de León Felipe. Ella me dijo:
-Lea usted, don Juanito, lo que dice. Yo no sé leer. Y leí en voz alta
la dedicatoria:
:
ESTE RETRATO ES DE TRINI CORONA, MI GRAN AMIGA.
UN ABRAZO DE ESTE VIEJO QUE LA QUIERE:
LEON FELIPE.
Trini,al escuchar la lectura,llora y llora. Yo la consuelo como puedo.
Ella susurra:
-Es que esta casa está muy sola sin él. ¡Qué horror de vida!. Esto,
todo esto, se me hace muy largo.
Tras un doliente silencio. Le pregunto, por preguntarle, algo que
la distraiga de su congoja:
-¿Venían muchas gentes por aquí a visitarlo?
-Usted lo sabe muy bien. Esto parecía una fonda. Muchas, pero
que muchas gentes venía a diario por aquí.
-¿A quienes recuerda de todas esas gentes que por aquí venían?
-Recuerdo a los de casa. A don Pablo, a don Pancho Lona y a su
nieto. A Trapote, a los señores Rioboo, Samperio, a la señora
Padeya, que apreciaba mucho los papeles del Señor y recuerdo
con mucho cariño a Doña María Esther Zuno de Echeverría.
Ella es muy buena y le daba mucho ánimo al Señor. Lo
llevaba a su casa con su esposo, que es un ministro. Un día
don Pablo trajo aquí a ese ministro y a varios ministros más
que venían acompañando al entonces Presidente de México,
licenciado Gustavo Díaz Ordaz. Fue como un día de fiesta.
¡Ah!, me acuerdo también del doctor Báez Camargo.
Él le regaló una Biblia al Señor, que éste leía muchas veces
cuando estaba solo. El Señor estimaba mucho al doctor Gonzalo,
que así se llamaba Báez Camargo,del que decía que era un hombre
muy sabio. Recuerdo que un día don Gonzalo trajo EEUU a la
señora Virginia, no sé cómo era su apellido. Ese día se la pasaron
leyendo versos muy bonitos.
Recuerdo a todos esos buenos amigos y amigas del Señor y se
me vienen a la memoria los nombres del señor Juan Rejano y
de la señora Gloria Rodríguez. ¡Ah! Y también el de don Alejandro,
don Alejandro Finisterre al que el Señor me pedía que yo lo
llamase por teléfono para que viniera a comer y a charlar con él.
Mire usted, don Juanito, se me estaban olvidando los médicos que
venían a verlo y era muy sus amigos: Cesarman, Parés y Nieto.
Ellos nunca le cobraban por verlo y recetarle.
Se me nubla la memoria con tantas caras que recuerdo y se me
agolpan los nombres y muchos se me borran. Además venían
estudiantes a todas horas. El Señor los recibía y se ponía alegre
con ellos. Siempre sentado en su sillón. Les firmaba sus libros a
los jóvenes y a las jovencitas que lo rodeaban y ponían mucha
atención a lo que él les decía. Todos se iban muy contentos.
Ahora ya nadie vendrá. Antes era un continuo peregrinar, amigos,
estudiantes… Venían como se va a ver a un santo. Pero el santo
ya voló al cielo. Allí está el Señor ahora y desde ahí nos ve
a todos los que tanto le quisimos. De eso estoy segura.
-Trini, ¿recuerda usted que el Señor se reía mucho cuando los
tres platicábamos del pulque?
-¡Ah!, sí. Él le decía a todo el mundo que a mi me gustaba el
pulque y no me lo prohibía. Con la familia que estuve
antes yo lo bebía a escondidas, pero con el Señor no. Él
me dejaba en libertad para que yo tomara mi pulque, pues debo
decirle que nunca me he mareado, ni por beberlo le he faltado
nunca a nadie. De niña me lo daba mi madre. Es puro alimento.
Mire usted, yo tomo dos litros al día, pero también es que yo
como muy poco y el pulque pues es mi alimento principal.
El Señor me trajo a sus médicos y les platicó de mi pulque
cuando me puse enferma la segunda vez, pero yo engañé
al médico. ¿Verdad que no fue nada malo que yo le dijera
al doctor que sólo me bebía medio libro al día? No puedo
dejarlo pues si lo dejara me moriría. El Señor lo sabía y era
por eso que nada más se reía y nunca me lo prohibió. Él me
quería mucho y no lo veía mal. El Señor tampoco me prohibía
que yo fuera a la iglesia. Las malas gentes decían que él no era
creyente, pero eso no era verdad. Él hacía mucha obra de
caridad y daba mucha felicidad a las gentes. Y eso vale
más que ir a misa. Yo si iba a misa, voy a misa, pero ya
le digo: El Señor nunca vio mal que yo fuera a misa, al
contrario, él me decía:
-Trini, deme mi desayuno y váyase a misa. A la de ocho
o a la de nueve. A la que usted quiera.
Él nunca me dijo que no fuera misa. Yo sé que él era creyente.
Las gentes que dicen que no era creyente no saben lo que
dicen.
-¿Qué tal cuándo se enfadaba con usted?
-Pues sí, algunas veces se enojaba, como todo el mundo,
pero se arrepentía al rato. ¡Era tan bueno! Entonces me
llamaba para pedirme perdón. Yo reconozco que el Señor
hizo más obras buenas para conmigo y para con todo el mundo
que malas. Usted lo sabe.
-Y ahora, Trini,, ¿cuál es su situación?
-Bueno, el sobrino del Señor y su madre doña Salud, me
dejaron la paga que tenía.
-¿A cuánto asciende su salario?
-Mi sueldo era de trescientos pesos al mes, pero el Señor me
daba mis alimentos y además las medicinas que yo tomo y
que me recetaban los médicos que venían a verlo a él. Aparte
me compraba zapatos, la ropa y las gafas que yo iba necesitando
y que cuestan muy caras, pero ahora… Bueno, a mi me decía
el Señor que no me preocupara si él se moría, pero yo le decía:
Ahora porque está usted vivo, luego… Ojalá sea como él quería.
Yo siempre le decía que quería morirme antes que él pues de
haber sido así el Señor me hubiera sepultado, pero ahora
no sé quién me sepultará ni dónde.¿Usted cree que ahora me
van a dar sepultura como él lo hubiera hecho? Así que me muera
me enterrarán en un cajón de cartón. ¡Virgen Santísima!
Guardamos silencio y lo único que se me ocurre, tonto de mí,
es preguntarle:
-¿Le echa mucho de menos?
-¿Usted qué cree, don Juanito? Poder de Dios que sí. Mire usted,
anoche soñé con él. Lo vi como cuando volvía del café, cansado,
con su chamarra, su bastón y su sombrero. Se sentó a descansar
en su sillón. Nomás que no era esta casa, sino otra mucho más
grande y bonita. Y eso creo yo que quiere decir que ya se
acabó su purgatorio y ya ahorita está en el cielo, digo yo.
Espero en Dios y María Santísima que así sea.
A mi rara vez se me olvida lo que sueño y fue muy clarito,
clarito, este sueño y todavía lo estoy viendo.