“Dominar la Telepatía”
Olivia Santana
Si alguien le hubiera dicho a Lizmarie que llegaría a dominar la telepatía, ella no lo hubiera creído. Habría mandado a volar a ese alguien.
Pero mejor no nos adelantemos, empecemos por el principio.
Miriam había invitado a cenar a Lizmarie al Rincón Gaucho, frente al Parque Hundido en la Ciudad de México. Conforme intercambiaban algunas confidencias y avanzaba la noche, salieron a relucir varias señales que indicaban que no era un encuentro tan casual.
Por ejemplo, Miriam le dijo que ella trabajaba ahí y que a las diez de la noche le tocaría presentarse en el escenario para ser parte de un show.
Más tarde –también le dijo– me toca estar en el otro Rincón Gaucho, el de Copilco, pues allá el show es a las once treinta de la noche.
Lizmarie no preguntó detalles, pues tenía por costumbre deducir, intuir y hasta adivinar como si tuviera una bola de cristal, y eso le parecía más excitante que estar haciendo preguntas.
Estaban instaladas en cómodas sillas de sólida madera y cojines de piel.
Se notaba en los manteles, los platos, las copas y los cubiertos un estilo sobrio.
Lizmarie esparcía la mirada en cada área del cuidado restaurante. Observó que en las paredes colgaban significativas litografías de la pampa argentina, donde se veían planicies de verdes campos con intrépidos gauchos sobre sus caballos.
Eran cuadros con marcos de caoba y cristal antirreflejante que le daban un toque indispensable al estilo argentino del restaurante.
Los camareros circulaban impecablemente uniformados, llevando charolas con las órdenes de los clientes: platillos con cortes de carnes al carbón, papas al horno, espinacas a la crema, pollo relleno, empanadas y chimichurri.
Botellas de vino tinto que acompañaban los alimentos eran parte de las entregas en las mesas. De repente apareció Wolf, el padre de Miriam. Se acercó y saludó a su hija. Esta le presentó a Lizmarie. Él, con alma de prestidigitador, buscó un recurso para sorprenderla y sacó de la chaqueta un juego de cartas que movió con rapidez. Le dijo a la invitada que partiera en dos las cartas y ella lo hizo.
Él volteó al revés las cartas, las esparció en la mesa y le pidió a ella que dijera alguna carta, la que sea –dijo–. Ella dijo As de Bastos.
Él cerró los ojos, buscó esa carta moviendo las manos y la encontró de inmediato. Se la entregó.
Luego hizo otros juegos sorprendentes, apareciendo y desapareciendo cartas.
Estaban en esos momentos cuando, sin querer, él volteó a la pared más cercana y observó algo en los cuadros de gauchos. Llamó al capitán de meseros, que se presentó solicito, y él le preguntó de manera teatral, con una voz fuerte que no admitía réplica:
–¿Por qué ese cuadro tiene polvo? ¿Quién ha hecho la limpieza el día de hoy?
–Saben que no admito falta de higiene en ningún sentido.
–Perdón, señor, ahora mismo lo resolvemos –contestó el interfecto.
En menos de cinco minutos salió de la cocina un hombre con un trapo húmedo en mano y arregló al instante el desperfecto.
En un acto tan simple parecía que Wolf había echado mano de su papel como propietario del restaurante, aplicando las enseñanzas de La construcción del personaje de K. Stanislavski. El método de actuación en el escenario que aprendió años atrás del que fue su maestro indispensable, el japonés Seki Sano. Es un hecho… los actores difícilmente se escapan de representar continuamente a diversos personajes dentro de su vida cotidiana.
Sin pensarlo siquiera, le vino a la mente la exitosa temporada teatral que precedió a las intensivas clases de actuación que recibió del experimentado japonés, cuando presentaron en México Un tranvía llamado deseo. El autor de la novela, el dramaturgo Tennessee Williams, al ver la obra en el escenario mexicano, había externado convencido que la actuación de Wolf Ruvinskis en su papel de Stanley Kowalski había sido más impactante que la de Marlon Brando en los teatros de Broadway.
Su trabajo en esta obra de teatro le había dado más satisfacción que cualquier personaje que hizo en las muchas películas del cine mexicano, incluyendo El Rapto de las Sabinas y alguna que otra con Pedro Infante y con Cantinflas. Sabía que la prueba de fuego de un actor es siempre en el escenario teatral, donde se demuestra en verdad la calidad histriónica del mismo.
Cuando estuvieron ellos dos departiendo en la comida, él pidió entremeses gourmet y un vino blanco francés. Al terminar el vino, Wolf externó la idea de que sería genial que ella hiciera el show de telepatía con él.
También le hizo una petición:
–Llámame Billy… ese nombre solo lo escucho de la gente querida o muy cercana a mí.
Ella se puso un tanto nerviosa, aunque, a decir verdad, no le disgustaba el giro que estaban tomando los acontecimientos.
Lizmarie había observado la rapidez con que Miriam, de espaldas y con los ojos vendados, respondía preguntas (algunas complicadas) que él hacía, y se imaginó que dominar esa técnica debía ser muy difícil.
Le dijo:
–Disculpa, Billy, yo creo que no es nada sencillo hacer este show.
Él sonrió y le contestó:
–Si tú aceptas mi propuesta, yo te capacito para que lo hagas igual o mejor que Miriam, y, por supuesto, te ofreceré un sueldo excelente.
–¿Qué dices, te interesaría?
Ella le respondió:
–No quiero hablar de sueldo; primero tendría que saber si soy capaz de hacerlo…
Wolf permaneció dubitativo mientras analizaba lo que Lizmarie le había dicho y sintió que ella intentaba minimizar el rechazo.
Rechazo que realmente él había sufrido años atrás, cuando se esforzó para enseñarle sus secretos profesionales como algo único y especial, los cuales por norma él no trasmitía a nadie. Ella no había valorado todo esto y, sin ningún empacho, decidió retirarse y cancelar su compromiso de hacer el show de telepatía. Él le había demostrado afecto y había puesto en la mesa una oportunidad única que ella no aquilató.
Pero se recompuso para contestarle y le dijo que no… que nada de eso habría pasado. Que estaba equivocada, que él no estaba enamorado de ella y que nunca pensó que fueran a ser pareja. Que el sueldo que le había ofrecido era una paga justa por la capacidad de hacer el trabajo que habían acordado.
–Sabía demasiado bien que mezclar trabajo con relaciones personales casi nunca tiene buen fin.
–Mi intención era que hubiéramos hecho un buen equipo profesional. Deseaba que el show de telepatía resultara bien. Como sabes, es uno de los atractivos de este negocio. Por fortuna tú lo habías logrado aprender.
–Créeme que solo eso era realmente la idea.
Sin embargo, mientras él hablaba, Lizmarie observó que Wolf tenía un leve pero perceptible temblor en su labio inferior.