“Las hormiguitas” (Azcatepotcintli”) es más que una canción; es una de las grabaciones más antiguas en el idioma nahuatl de Ciudad de México, una joya cultural que revive una leyenda sagrada donde las hormiguitas traen cargando el maíz, el alimento sagrado, desde el mundo de los dioses.
Este video recrea la esencia nahua con trajes inspirados en sus pueblos originarios, y fue filmado en los lugares donde esa cultura floreció. La canción ofrece una interpretación de alta calidad que captura el ritmo y la musicalidad de una danza ancestral.
Esta canción fue aprendida por don Perfecto Ramirez Ruiz entre 1899 y 1910.
“La Canción de las Hormiguitas”: Un Tesoro Ancestral que Conecta con las Raíces de Tláhuac
La reciente grabación de “La canción de las hormiguitas” no es sólo un rescate musical; es una conexión viva con el pasado profundo de Tláhuac, un pueblo con identidad propia y una historia que precede a Tenochtitlan. Esta pieza, cantada en náhuatl, captura el alma de un pueblo que, desde tiempos antiguos, ha sido reconocido por su relación con la tierra, la sanación y sus prácticas rituales. ¿Por qué merece ser escuchada y compartida? Porque es una de las pocas canciones que conservan su forma original en lengua náhuatl en la Ciudad de México, un eco genuino de la cosmovisión indígena de esta región.
Un Relato Mítico en Forma de Canción
“La canción de las hormiguitas” no es sólo un canto infantil; es una narración llena de simbolismo que cuenta cómo unas diminutas hormigas trajeron el maíz —robado del mundo de los dioses— para alimentar a los humanos. En la cultura náhuatl, las hormigas no son simples insectos; son mensajeras divinas, representaciones de Quetzalcóatl, el dios que sacrificó su forma para cumplir una misión sagrada. En esta canción, las hormigas representan el esfuerzo y la generosidad que han alimentado a la humanidad, un tema que resuena en cada verso.
Para quienes buscan reconectar con sus raíces, esta canción ofrece un puente hacia una narrativa ancestral que valora el sacrificio y la solidaridad. A través de esta sencilla pero poderosa historia, cada oyente se convierte en parte de una tradición milenaria que aún vive en Tláhuac.
Tláhuac: Un Lugar de Curanderos y Mitos
Tláhuac, también conocida en tiempos antiguos como Cuitláhuac, no es sólo un escenario para esta canción; es un pueblo con una identidad profunda, caracterizado por su conexión con las prácticas de sanación y sus barrios dedicados al ritual y la medicina. Tecpan, Atenchicalcan, Teopancalcan y Tizic —el lugar de los curanderos— reflejan la espiritualidad de un pueblo que, según algunas versiones míticas, fue el punto de partida de una peregrinación convocada por un chamán de Tláhuac desde Aztlán hasta el Valle de México. Este trasfondo aporta un contexto aún más significativo a la canción, mostrando que, al escucharla, no solo nos conectamos con la música, sino con un legado de sabiduría ancestral y mitología viva.
La Interpretación: Voz y Espíritu de una Tradición Viva
La reciente interpretación de Bárbara Oaxaca es más que una ejecución vocal; es un acto de reconexión. En su voz, cada palabra de esta canción antigua cobra vida con una autenticidad que respeta su origen. Acompañada por la guitarra de Francisco Fernando Ruiz Torres, Oaxaca nos invita a un viaje hacia el pasado. La música logra evocar el espíritu de aquellas ceremonias antiguas en las que los niños bailaban en filas, recreando la sencillez y profundidad de una historia que, a través de los siglos, sigue siendo relevante.
Aunque originalmente la canción podría haberse interpretado con instrumentos tradicionales como sonajas o flautas, la guitarra aporta un matiz contemporáneo que, lejos de desvirtuar su esencia, la adapta para una nueva audiencia, manteniendo su poder y misterio.
Esta pieza es parte de una serie producida con el acompañamiento de la Secretaría de Cultura, el Instituto Nacional de Antropología e Historia, y la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Esta obra celebra la creatividad, el humor y la profunda espiritualidad de un pueblo de sabios y curanderos. ¿Están listos para sentir el latido de una cultura milenaria?