Cuatro poemas de Kyra Galván, poetisa mexicana, tomados de su nuevo libro, “Un deseo frustrado por la eternidad”
Una presentación por José Tlatelpas
Kyra Galván pertenece a una interesante generación de poetas mexicanas que tienen voces muy variadas pero también algunas similitudes, entre ellas, la vocación de leer con atención, una experiencia como talleristas o tallerandas, una relativa vinculación con la formalidad y la academia, y una sólida vocación y compromiso con el quehacer literario.
En esta generación se encuentran otras voces interesantes como Aura María Vidales, Nelly Keoseyán, Ángeles Mastreta, Pura López Colomé, Verónica Volkow, Carmen Boullosa, y Silvia Tomasa Rivera, entre otras…
Un común denominador de esa generación es que se comprometió con la lectura, con el cuidado de los textos, con una ruptura controlada y con el esmero. Cierto que hay muchas diferencias entre todas estas voces pero, en la baraja, son una generación que experimentó más que otras con lecturas y talleres, que tuvo acceso a mayor cantidad de traducciones y que decidió caminar por el camino de una forma de panorámica responsabilidad con el oficio.
En lo particular, Kyra Galván ha viajado en su trayectoria desde la órbita de lo interno, de lo cosmopolita, desde una poesía rebelde y crítica, pero siempre volviendo a sí, al autocontrol y la mesura. Hoy la encontramos en la llovizna de una literatura más emparentada con los mitos, lecturas y las teorías, sin dejar de tener el toque mágico y la chispa íntima y humana de la verdadera poesía. Como debe ser, la poesía y la autora destacan más allá de las palabras y los versos.
Observa el poeta Eduardo Langagne, quien nos comparte un prólogo con notable acierto y lucidez, haciéndonos notar que Kyra Galván ha girado y trazado el transcurso desde una poesía joven, crítica, en momentos rebelde pero también conservando el equilibrio y la propiedad, hasta llegar a un universo más conceptual, saltando en el acuático reflejo de los mitos y lo humano, desde el mundo prehispánico a los mitos griegos y los túneles del tiempo.
En este libro podemos viajar en versos polifacéticos, polisimbólicos, donde nunca se abandonan las anclas de la personalidad genuina de la autora. En su obra temprana y actual, nunca hay impostura o artificio sino siempre encontramos una autenticidad viva, profundamente personal.
Celebramos hoy su nuevo libro, del que ofrecemos aquí una primicia. Los invitamos a conseguirse un ejemplar, y que su lectura vuele, en horabuena, entre percepciones y significados, como una paloma discreta y amable, hacia lo humano.
Aquí presentamos cuatro poemas del nuevo libro de la autora:
COYOLXAUQUI
I
Tú no te tragaste las patrañas de Coatlicue.
Uno no se embaraza recogiendo
una bola de plumas
y metiéndola entre los senos.
Es difícil de creer que tu hermano
nació adulto y armado,
que con su báculo mágico te empujó
y rodaste por el cerro
rompiéndote en pedazos.
Ni los cuatrocientos Cenzton Huiznáhuac
pudieron salvarte.
Tu muerte es metáfora
del destronamiento de la luna
y el endiosamiento del sol.
Lo masculino ajando
el nardo ardiente de la noche.
En la cúspide de la pirámide
las moscas necias sobrevuelan.
Tanta sangre derramada a Huitzilopochtli
no sirvió para conservar el curso de los astros
sino para ponerle un velo a la antigua diosa.
II
Fragmentada en pedazos de luna
al pie de la pirámide.
Excluida del festín de los dioses
por no reconocer
la primacía de Huitzilopochtli.
El sol ha estado de moda demasiado tiempo
en el arco celestial.
Es hora de que la luna
retorne a su altar de nácar.
De que las mujeres se recompongan.
Que zurzan sus brazos y sus piernas
recuperen su corazón decapitado
y su mirada alegre de cascabeles.
Suban los peldaños del templo
y sean diosas otra vez.
.
NEFERTITI II
.
La hermética belleza de las arenas y las dunas
se yergue en formas misteriosas
que sólo aparecen cada cuatro mil años.
Y cuatro mil años después,
me abro camino entre las ruidosas calles de Berlín,
para alcanzar el Neus Museum,
donde te he soñado viva
desorientada
caminando por sus gélidos pasillos
perdida entre vitrinas decimonónicas.
Desde una caja blindada
me miras a través de la vivacidad
de un único ojo pintado.
Encuentro en tu expresión
un cansancio, un dejo
de desapego majestuoso.
También, algo de dolor y de secreto.
Tu cuello larguísimo
de reina de las garzas núbiles
agazapado bajo el yeso
ansía saltar como gacela
enjaulada por largo tiempo.
Algo en tu mirada
quedó inmóvil en la Historia.
Un aire de aceptación serena
que delata el rastro
de un deseo frustrado por la eternidad.
.
VENUS DE WILLENDORF
.
Tu contundencia anatómica nos cuestiona.
¿Acaso las mujeres no tenemos rostro?
¿Sólo un borrón con pelo?
¿Una mancha informe?
—nos preguntamos desde el caudaloso cauce del tiempo—.
Lo que importa son los atributos sexuales, nos contestas.
Lo demás es secundario.
Nuestros rasgos particulares son prescindibles.
¿Acaso no somos las dadoras de placer?
¿Las hacedoras de hijos e hijas
que salen de nuestro vientre como novas
explotando en el firmamento?
¿Qué importan nuestros ojos,
la nariz o la boca
cuando nutrimos y amamantamos?
¿Acaso no soy la abuela de Astarté, de Ashera, Parvati
o Guan Yin?
¿No lloran por mí, todas las mujeres?
27,000 años de obsesión
por los pechos, la vulva, y las nalgas.
Ahí se centra
la obsesión jadeante del patriarcado.
La adoración, el odio, la coartada.
El enigma.
.
LILITH
Designada primera esposa de Adán
era un ser alado, ancestral,
de ojos elípticos y torso de sirena
que, al bendecir,
grababa besos de litoral en la piel
y fiordos en las ingles.
Pertenecía al linaje
de las diosas – pájaro
y por eso fue elegida.
Tenía ese par de alas bordadas
que levantaba polvo estelar
y dejaba estela de torbellinos lúcidos.
Entonaba agudas melodías
y su voz
era de mujer libre
y por un tiempo, Adán
conoció el placer
de la magia corporal
el olor del almizcle
y escuchó la música
de las esferas celestiales
en su periplo constante.
Luego, quiso someterla.
Estar por encima.
Poseer lo que no puede ser poseído.
No entendía que ella era diosa
y que al despertar desplegaba
la aurora entintada de violetas
y que en la noche comandaba
el oscilar de las mareas
y que con sus brazos
orquestaba el coro arbolario de los pájaros.
¿Cómo podía ella quedarse
a los pies de aquél
que deseaba encadenarla?
¿Para qué servían las alas
si no para volar?