“Días de agosto” novela de Ramiro Padilla Atondo

Presentamos el prólogo y un fragmento del libro “Días de agosto'” del escrito mexicano Ramiro Padilla Atondo, una interesante lectura que recomendamos.

.

Prólogo

.

Las tramas de familia tienen el riesgo de caer en lugares comunes. Las infancias y adolescencias terminan pareciéndose tanto que las coincidencias resultan a veces espeluznantes. Apenas con Días de agosto entre manos, esa fue la primera alerta. El narrador debe de tener las agallas de no caer en el mismo desfiladero filial, ¿cuál sería su salida esta vez para no resbalar con la anécdota simple de una familia mexicana más?

Réquiem Allegro

La pregunta se vio, por mucho, superada: a la tercera página ya me encontraba sumida en la profundidad de una textura narrativa ni tan tersa ni tan brava, digamos al dente, en el justo punto en que se aprecian los personajes sin ambages, la revelación de los rostros ante el navajazo de la muerte, el desgajamiento de la estirpe.

Días de agosto confluye en una misma llamarada de sangre. Una atinada semblanza de los lazos familiares a prueba del paso estático y vertiginoso del tiempo. La paradoja mexicana. Somos capaces de perder la piel mil veces, mientras la vida nos alcance, con tal de regresar a la casa familiar y entrar silbando como si hubiésemos partido media hora antes. En casa nos espera, siempre, el río de voces idéntico y distinto. El río de Heráclito: ya otro, ya impregnado de otros que a su vez son los mismos.

En una suerte de sinécdoque, esta novela representa el racismo del mexicano con el mexicano. La naturaleza caníbal desplegada en los vínculos sociales y afectivos, mientras todos hacemos de tripas corazón por disimular el miedo a perder la identidad que nos salva de ser olvidados por los otros. El asunto está en ser como la gente quiere vernos, aunado a una educación histórica prejuiciosa donde los ojos verdes o azules adquieren valía de gemas y la piel morena es clasificada como mercancía de segunda. Blanquear al indio, un tema fundamental del discurso indigenista, ilustrado de maravilla en La región más transparente de Carlos Fuentes, se presenta con lujo de detalles en la vida de una familia como otras, situada en una tierra cualquiera, en la que los silencios espesos toman formas del pasado y hacen guiños a un lector que casi deambula por la historia en pantalón de mezclilla como uno más de los personajes.

No hay historia, por interesante que sea, que sobreviva a una mala estrategia. A partir de la muerte que llega a convulsionarlo todo y de la consecuente anunciación del conflicto, el narrador protagonista viaja por medio de eficientes saltos de tiempo. La reticencia, recurso con el que se detiene la revelación, mantiene la atención prendida en cada página. Ya con esta vela encendida, de la conversación con la madre, personaje fulcro que contiene a los demás, surge un misterio Made in abuelo que favorece la multiplicidad de apreciaciones y deducciones en torno a una historia misteriosa, excitante y provocadora.

Y si bien es conocido el hecho de que “mentir es una habilidad social que se aprende con el tiempo”, a esta novela hay que llegarle desnudo, sin escrúpulos,

con la arbitrariedad del que ha regresado a casa y se siente dueño del mundo. No es válido mentir cuando la literatura te sienta en la tierra y te hace preguntas. Cuando dan ganas de liarse a golpes con los espejos que surgen de los rincones de la maldita memoria. Con algo de suerte, en un adelanto de estación, el murmullo de plantas y aves de Vivaldi tal vez llegue, redentor, a mitigar el ardor de los recuerdos.

Gabriela Torres Cuerva Guadalajara, Jalisco. 28 de enero de 2016.

.

.

Fragmento de la novela

.

Un rasgo que me sorprende de la ciudad es que el número de perros ha disminuido de manera drástica. En mi niñez era toda una aventura cruzar a las distintas colonias, por el temor que mi hermano y yo le teníamos a los perros. Cerca de la casa de mi madre un chofer de camiones se había conseguido un doberman que se convirtió en el azote de la colonia. Al parecer era resistente a los venenos según los mitos populares, porque no se moría con el veneno para ratas, ni con los bistecs rociados con polvo de vidrio que prometían una agonía lenta y dolorosa. Ahora que camino en la orilla de la ciudad escucho solo un ladrido que se pierde en el eco de las montañas que me esperan.

No he querido prender mi mp3 porque deseo estar con los sentidos alerta. El olor a pino se hace más fuerte conforme me acerco a una de las veredas principales y observo con curiosidad a algunas señoras de edad que caminan entretenidas.

A mi madre siempre le han gustado los bosques. Parece que su afición a los bosques se dio a una edad temprana conforme se hacía una lectora empedernida. Mi abuelo consideraba eso una rareza.

El creía que las mujeres deberían de ser educadas en exclusiva para las artes del hogar. Mi madre cumplía con rapidez sus tareas solo por el placer de sentarse a leer.

El problema que produce la lectura es que te induce a leer más y más. Luego tus lecturas van aumentando de complejidad por lo que cuando mi madre cumplió los catorce años era muy difícil rebatir sus argumentos.

Ella fue la que me introdujo a la magia de los libros. Mientras mi padre consideraba una mala inversión el comprar una enciclopedia temática, mi madre tuvo que negociar bastantes cosas para que mi padre accediera a pagar los libros a plazos.

Un día especial fue en el que por fin un pick up viejo llegó con cuatro cajas grandes y pesadísimas. El JR y yo quisimos hacernos los machos y corrimos a bajar las cajas pero no pudimos ni moverlas. Los hombres que venían a entregarnos los libros se rieron y con algo de brusquedad nos quitaron del camino, mientras mi madre en el comedor de nuestra casa ya limpiaba los cristales del librero hecho de herrería. Al principio creí que se trataba de un trastero cuando mi padre lo descargó, pero mis dudas crecieron cuando al pasar los días la vajilla de mi madre no estaba allí. Las enciclopedias olían a nuevo. Estaba ahí la nueva Enciclopedia Temática con sus tomos en un azul intenso y unos cursos de idiomas, además de la Enciclopedia de Historia Universal. No sé quién escribiría la historia de Cuba porque mi primo Juan Domingo se indignaba de manera profunda cuando veía el comentario al pie de la foto de Fidel abrazando a Nikita Jrushchov que decía algo así como: “Fidel abrazando a su nuevo amo”.

.

Me enfrasqué en el aprendizaje del idioma francés pero nunca entendí ni papa. Lo que sí fue un parteaguas en mi vida, fue el descubrimiento de la mitología grecorromana en uno de los tomos de la enciclopedia azul. Durante años fantaseé acerca de las posibilidades de viajar en el tiempo y convertirme en uno de esos trescientos guerreros que en el estrecho de las Termópilas le plantan cara a los persas. Hace poco salió una versión en el cine que no me satisfizo. Aunque tengo que aceptar que está lograda, mi imagen mental me traslada hacia las grandes gestas heroicas de Charlton Heston, a pesar de sus monstruos de plastilina.

El mito de Rómulo y Remo, y las interminables guerras llenas de episodios heroicos. De repente la Enciclopedia se convirtió en mi mejor amiga.

En estos tiempos una Enciclopedia de esas cabe en una memoria aunque ya es poca la gente a la que le gusta sumergirse en estos temas.

El conocimiento ha evolucionado y no sé si es para bien. Al JR nunca le interesó leer. Uno de los grandes problemas que enfrentó en la universidad fue su incapacidad crónica para leer cualquier cosa o siquiera para analizar un texto. Mi hermano estaba apantallado por las posibilidades que el título de licenciado le abría, pero no entendía que para terminar la universidad hacían falta algunas habilidades que se aprenden desde la primaria.

Fue precisamente la lectura la que me dio la oportunidad de conocer a mi hoy esposa.

A mis hermanos los hartaba hasta el cansancio con las interminables diatribas que me aventaba, hechas de palabras que ellos no comprendían. Quizá ahí radique el problema que tienen conmigo. Tienen la idea de que alguien que se la pasa leyendo libros tiene que ser por fuerza alguien muy inteligente. No sé si ese sea mi caso, pero a ellos ni quien les quite ese pensamiento de la cabeza.

(Disponible en Amazon)