AURORA REYES
Alguna vez nos confesamos nuestro gusto del uno por la otra y viceversa.
Cuando ya teníamos un buen tiempo de conocernos, chupar y fumar le dije que me habría encantado conocerla treinta años antes, pues entonces podríamos hacer el amor. Entre tanto, corría en nuestras manos una cerveza o un cigarro.
Con algo de duda, puedo asegurar sin embargo que fue ella quien me presentó además a otras dos mujeres que en su época -allá por los cincuenta- fueron tremendas hembras, según consta por algunos sobrevivientes de la misma. No solamente porque están en la historia de nuestra cultura, sino también en el anecdotario de un tiempo de la vida mexicana en que sin dificultad se entremezclaban picaresca con heroísmo, modestia con soberbia, anhelos con dignidad, vida pública con privada, bohemia egoísta con grandes visiones nacionalistas, retórica política con lucha social,etc. Ella fueron “Estrella” Newman y la poeta salvadoreña Lilian Serpas.
Finalizaban los sesenta, cuando habían pasado apenas veinte años de los entusiasmos nacionalistas, surgidos tras el asalto histórico de la sensibilidad e inteligencia mexicanas sobre su autoctonía cultural, derivada de un grandioso pasado prehispánico y luego colonial. Con las facetas propias del mestizaje, con las dicotomías y antinomias de todo sincretismo histórico y su cauda cultural, el nacionalismo mexicano del siglo XX se gestó entonces, no tanto por la ilusoria “revolución” de l9l0, como por las necesidades de identidad y autogestión colectiva germinadas a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Pero veinte años después, esa renovación cultural y política, en principio desde sus orígenes cuestionante y propositiva, se fue acomodando conforme las generaciones que le dieran vida desaparecían, cual fiel reflejo de los nuevos procesos políticos oficiales a las circunstancias mediatizadoras que éstas imponían desde las esferas de su influencia que, corporativista a partir de Alemán, comprendieron casi todo el espectro del medio político, económico, laboral y social.
Y aún cuando doña Aurora no fue nunca una activista declarada de los movimientos de la izquierda contemporánea mexicana, no había duda para quienes la conocíamos hacia donde inclinaba sus simpatías. Con el paso de alos años descubrí a la interesante artista que parecía dormir dentro de Aurora Reyes. Tanto por uno de sus murales más conocidos, que es el de la Escuela Revolución, ubicada en la esquina de Chapultepec y Balderas. Otro es el del mercado Abelardo Rodríguez, que al amparo de la incuria oficial se deteriora sin remedio, al grado de que se puede anunciar su futura desaparción si no se toman las medidas requeridas para evitarlo. Algo de este clima de olvido, irresponsabilidad e hipocresía en que se convirtió el grito “revolucionario”, no dudo que fue lo que llevó a Aurora a un retiro adelantado de un oficio que practicó con bello entusiasmo. Aurora Reyes perteneció a una época relevante de nuestra historia y, sobre todo, a la de un grupo de pintores, escritores y periodistas que se autoproclamaban “los pavorosos”. Grupo que en un futuro debería ser objeto de un estudio específico.