La estrella
Cuento por Gonzalo Martré
Salucita muchachos, salucita por el día del amor y la amistad, por San Valentin, Al Capone, Dillinger Raúl Salinas y Melitón Pérez Torres, delincuentes de alta escuela, conocidos y desconocidos, ¡Salud!.
Tal día como hoy, de eso hace un año, ¡hic!, Melitón Pérez Torres ¿Alguien se acuerda del Meli? Nadie, bueno, pobre Melitón, pero me acuerdo yo y me acordare toda la vida. Bueno, ustedes no saben por qué, pero yo les voy a contar.
A ver, Melesio, sírvete las otras. El Meli, ese gran delincuente, trabajaba aquí, en el archivo, pero en la otra sección, la de los “ratones ciegos” porque nunca ven la luz. Ahí también trabajaba yo, mi escritorio pegado al suyo, yo recibía los documentos, les ponía su sello, los clasificaba y se los pasaba a Melitón. Cuando tenía reunidos unos veinte, iba por los cartapacios registradores los acomodaba y los devolvía a su lugar.
Cuando yo estaba en la sección de admisión de documentos, el único de ahí que tenía un vidrio cubriendo la superficie de su escritorio era el Meli, debido a que así protegía las fotos de su actriz favorita, la atractiva y famosa Mary Sortié.
El Meli era de esos empleados que, por cumplidos, todos odiamos. Casi nunca faltaba, pero cuando esto sucedía, Meléndez, el guasón de la oficina, entonces subjefe de la sección, le metía otras fotos debajo de su vidrio, algunas de ancianas como María Félix y Silvia Pinal, otras de chamacas, como Talía o Gloria Trevi. Cuando el Meli las descubría, no se molestaba, las retiraba cuidadosamente y contemplándolas antes de tirarlas al cesto de la basura, musitaba palabras que nada más yo oía, por tener nuestros escritorios pegados uno al otro. “Ni antes ni después habrá otra como tu, Mary Sortié”. Nunca se bebía un trago, nunca lo aceptaba.
Igualito que siempre, muchachos, antes de emprender la jornada diaria, nos leíamos el “Esto” que comprábamos mitad y mitad; yo, la sección deportiva, él la de espectáculos. Tan grata tarea consumía una hora como mínimo y siempre iba acompañada de sabroso café con leche y pan de dulce que nos vendía Eufrosina, la multicopista que ya se jubiló. Era la única distracción que se permitía. Como ustedes saben, Mary Sortié siempre es comentada en las columnas de chismorreos de la farándula. Sus amores, sus triunfos en el teatro, cine, y variedades. Entonces me interesaba más el “Gordo” Valenzuela, ahora … ¡Hic! Mi ídolo también es Mary.
Un par de veces al año hacía temporada en “El Patio” o en el “Premier” y yo siempre mortificaba a Melitón preguntándole si ya tenía reservaciones para esas grandiosas ocasiones.
-Que más quisiera- contestaba aquel maryfanático-, pero el derecho de mesa representa mi sueldo de un mes. Me conformo con verla en la tele.
No me lo han de creer muchachos, pero solamente una vez la había visto en persona “como a siete metros”, en uno de esos festivales populacheros en la Alameda Central. El Meli no habló de otra cosa durante quince días.
Nunca tomaba sus días económicos, hecho insólito que le acarreaba las más acerbas críticas de los compañeros de labores. Por eso fue sorprendente saber que había solicitado tres.
Se puede decir que yo era su mejor amigo en la oficina, y tal vez en su círculo existencial, porque el introvertido Melitón no hablaba de amigos, novias o parientes; como ya les dije, su tema favorito era Mary Sortié.
-Se dice que la lanzó y la apoya un político de muy alto nivel, uno de Jalisco-, le recordaba en ciertas ocasiones para enfriarle un poco el entusiasmo.
-¡Habladurías! –me contestaba- ella es soltera porque no desea interrumpir su carrera con amoríos.
Cuando regresó de sus días económicos lo noté más taciturno que de costumbre, pero cosa más rara, me invitó un café después de la salida.
Algo quería decirme, pero no hallaba como iniciar la plática. Sacó una revista de espectáculos y abriéndola por el medio me mostró una foto a doble plana de su amada imposible. A sus treinta años, confirmaba por qué había sido la “Señorita fotogénica” del concurso “Señorita México” de hacía doce años. Lucía espléndida en esa foto. Sus rasgos, nada corrientes; su maquillaje, muy equilibrado; su cuerpo, una perfección. Su sonrisa, cautivadora, hechizante.
-Mira Fortunato –dijo extendiendo la foto como cartel desprendible- ¿No te casarías con ella?.
-Si tuviera tres millones de nuevos pesos mínimo para que yo le interesara, si fuese soltero, ¡sin dudarlo!.
-¿Por qué tres millones?
-Con menos no la haces.
-Quiero decirte, que acabo de heredar veinte mil nuevos pesos, esto es, veinte millones de los de antes. Fui a recibir la herencia a mi pueblo, de parte de mi abuelita que repartió sus bienes en vida. Los voy a invertir en conquistar a Mary Sortié.
-¿En serio?
-Tú sabes como la amo. Le propondré matrimonio.
-Según leí, le pagan cinco veces esa cantidad cuando se presenta en “El Patio” o en “El Premier”, si no es que más.
El Meli posó su mirada en el pozo negro de su taza. Aproveché para hacerlo desistir, no era onda, lo estimaba de verdad:
-El coche más jodido de ella seguro cuesta más de lo de tu herencia. ¿Cómo vas a presentártele? Necesitas un coche, necesitas ropa, en lo que te avituallas te gastas la mitad, cuando menos.
Lo hubieran visto muchachos, siguió tratando de adivinar su porvenir en el fondo de la taza de café, sin replicar. Luego levantó la cabeza, sus ojos, estrábicos pese a los lentes de corrección, miraron un punto de mi nariz. No obstante tener veinticinco años, lucía ya una calvicie avanzada. Su rostro anguloso le había valido el secreto apodo de “Fedayín”, algunos decían que por lo feo, y otros que por dar la impresión de ser árabe. El Meli medía apenas 1.55 de altura, pesaba 50 kilos y su salud nunca era buena. El silencio se prolongó quizá por más de diez minutos. Saqué un cigarrillo, lo fumé placenteramente, esperando a que terminara sus meditaciones trascendentales.
Al aplastar la colilla en el cenicero, el Meli habló:
-Tienes razón. No me alcanzará para conquistarla para matrimonio.
-Otra que se te va por falta de lana –dije evocando el viejo chiste del borracho y Lucía Méndez.
-¿Si te digo una cosa me prometes guardar el secreto?
-Protesto lo necesario.
-Creo que tampoco me alcanzaría para pasar una noche con ella, puesto que no es de esas. Ella ha dicho que detesta los palenques porque ahí las artistas ganan más en la cama, que con el micrófono. Fortunato, no me queda otra que robármela.
La conclusión era lógica, pero la tomé a la ligera:
-Si, róbatela, como hizo el “Pelacuas” en Guadalajara con Olga Violinskin. Se la robó, se encerró con ella ocho días y luego la devolvió.
-Si, voy a hacer lo mismo que el “Pelacuas” ¿Me ayudarías?
-Cuenta conmigo –aseguré, dando por descontado que no hablaba en serio.
Por eso mismo, durante los diez días siguientes, apenas mordíamos la primera campechana oficial, me lo cotorreaba.
-Quiubo Meli, ¿Hoy la raptamos?
-Yo te avisaré. Deja que prepare todo.
Pero que equivocado estaba yo muchachos; al undécimo día, el Meli, muy misterioso, me llevó al baño y ahí me dio la gran noticia:
-Si tu me ayudas, Mary Sortié será mía.
-Cuenta con ello –volví a prometer irreflexivamente, dando por cierto que los sueños de mi amigo no pasarían de la fase imaginativa.
-Tienes que pedir tres días económicos, para el próximo lunes.
-¿Tres? Nada más me resta uno.
-Te tomarás los otros dos, yo te los pagaré.
-Bueno, en ese caso … dime que debo hacer.
-El lunes, ella comienza una película. Lo leí en el “Esto”. Se dará el banderazo a las ocho de la mañana en los Churubusco. De su casa saldrá a las siete porque vive en las Lomas. Tengo su domicilio, lo conseguí con un cuate reportero del “Esto”. La interceptaremos cuando vaya a entrar en Palmas. Ahí la encajuelaremos en un coche que compré, y de ahí nos iremos a una cabaña que alquilé en Popo Park a nombre supuesto, pero como pagué al contado y por adelantado, no tuve problemas.
-¿Y ahí termina la misión?
-Pues sí.
-¿Y qué harás con ella?
-Ya te puedes imaginar.
-¿Una semana completa?
-Opté mejor por mis tres días económicos, nada más.
-¿Me pasarías taco?
-Nomás taco de ojo. Te la puedo enseñar encuerada, pero sin tocarla.
-¡Órale, ya vas!
Amigos, era viernes, todavía dudaba de la realización de tan descabellado plan, supuse que el chaparrito ya andaba alucinando por la bella y no me preocupé ni me puse nervioso. Pero a las seis de la mañana el lunes, cuando mi vieja me despertó debido a los insistentes toquidos del Meli, entonces si me inquieté.
-¿Qué quiere tan temprano ese tu? –me preguntó somnolienta.
-Es que vamos a darle mañanitas al jefe, con los muchachos de la oficina.
-No me habías dicho.
-Se me olvidó, la mera neta.
El Meli vestía pantalones de mezclilla gris, una chamarra gruesa y una gorra de punto, de tipo montañista, de esas que se bajan como máscara y cubren muy bien la cara. Me entregó una chamarra y una gorra exactamente iguales. Además, una pistola.
-¿Y esto? No sé ni como se empuña. –Pregunté innecesariamente, por lo sorprendido.
-No te preocupes, es de diávolos, pero no está cargada. Me mostró una similar.
-¿También es de diávolos?
-Si; son para impresionar, no para matar a nadie, ¡Mucho menos a Mary!
El coche destinado al rapto era una carcacha grande, un “Mónaco” destartalado, automático, con una cajuela enorme. El Meli no sabía manejar hasta hacía diez días, y su impericia saltaba a la vista.
-Ten cuidado –le advertí-, si nos coge un mordelón ahí acaba la aventura.
El Meli extremó el cuidado, subió al periférico y de ahí a las Lomas por Palmas, hasta la calle de Montes Urales. Nos estacionamos en la calle donde vivía Mary Sortié. Los nervios me traicionaban, muchachos, porque yo no iba preparado mentalmente para esa bronca. Y no crean que el Meli las tenía todas consigo. Ambos temblábamos … ¡Y no de frío!.
No a las siete, sino a las siete y media salió un Cougar blanco de una casa y el Meli puso en marcha el Mónaco. No sé por qué me dio la impresión de que esa calle la conocía, pero lo delicado del momento me impidió reflexionar al respecto.
-¿Dónde te la vas a cerrar? –pregunté muy nervioso, porque el loco proyecto de mi amigo tomaba visos de realidad muy riesgosa ¡Y yo en el ajo!
-No sé
-¡Cómo! ¿No que todo lo tenías previsto?
-Iba a cerrármele en Palmas, apenas diera la vuelta, pero como salió media hora más tarde, hay ya mucho tránsito y podríamos tener problemas.
Estuve de acuerdo, muy de acuerdo, ustedes hubieran dicho lo mismo en mi lugar, le sugerí:
-Entonces mejor lo dejamos para otro día, no conviene arriesgarnos inútilmente.
La estrella iba demorada, e imprimió a su último modelo gran velocidad. La distancia entre los dos se alargaba segundo a segundo. Yo rezaba para que la perdiéramos de vista, pero no, porque como íbamos de bajada, teníamos gran campo visual. En el cruce con las vías del ferrocarril se produjo un embotellamiento y ahí la alcanzamos. Le había pegado a un ruletero que enfrenó bruscamente. El tipo quería ir a la delegación, pero Mary lo disuadió mediante una buena billetiza. Ahí se quedó el ruletas y nosotros otra vez detrás de ella, pero no se metió al periférico, a esa hora atascado, sino que se siguió de frente por Mazaryk pero a las tres cuadras frenó bruscamente y ahora nos correspondió incrustarnos en su trasero (Que más diera ¿eh?), esto es, en la defensa trasera de su coche. De su motor salía una nube de vapor que al abrirse el cofre se convirtió en Geyser. Evidentemente, el choque anterior le había perjudicado el radiador.
-¡Ahora es cuando! –grité imprudentemente excitado, para arrepentirme en el acto, pero ya era tarde; el Meli bajó, temblando visiblemente, no de miedo, sino de la emoción.
Mary Sortié no estaba indignada con nosotros, muy bien se daba cuenta de que la culpa de las dos colisiones había sido suya.
-¡Si que estoy de malas! –dijo para sí misma- les juro que nunca había chocado dos veces en veinte minutos.
-Está usted arrestada- dijo el Meli, no muy convincentemente- acaba de cerrársele a una señora que llevaba dos niños, una criatura de meses que se golpeó muy feo, nomás puso sus ojitos en blanco, le dio un torzón meco. Puede ser que se muera, eso se llama homicidio imprudencial. Tendrá que acompañarnos.
Mary Sortié iba a protestar, pero la vista de la pistola la calmó.
-Oiga, no es para tanto, nos podemos arreglar, nadie nos ve.
-No somos de esos. Vamos a la Delegación Hidalgo.
-Si, vamos, la Delegada es mi amiga.
-Qué bueno, allá se arreglará con ella. Dicen que le entra a todo.
-Bueno, pero identifíquese.
-¿Está bien así? –dijo el Meli apuntándole tímidamente la pistola de diávolos a los ojos.
-No está bien, eso se llama abuso de autoridad. Quiero ver sus credenciales.
-Ni que fuéramos embajadores –replicó el Meli y, metiéndole la pistola por las costillas la empujó al Mónaco.
-Ustedes no saben con quien se meten –advirtió amenazante.
-Con una homicida.
-Soy Mary Sortié –anunció dramáticamente, quitándose los enormes lentes oscuros que tapaban sus no menos enormes ojos negros.
Pero otro empujón del Meli, y Mary tuvo que entrar en la carcacha.
-Irán a la cárcel.
-Ya comenzaron las influencias.
-Es verdad, ustedes no tienen ni la más remota idea de con quien se meten –amenazó tácitamente al tiempo que empuñaba su celular-, cuando sepa esto mi … umpf…ugh.
El Meli le había plantado una estopa con cloroformo en la boca y nariz; la bella pataleó un ratito y el celular resbaló de su blanca manita, luego se aquietó. No pudimos encajuelarla porque con el mulazo se atascó la cerradura, así que la echamos al piso del asiento posterior y encima le colocamos las dos chamarras. Desconectamos el celular.
Íbamos por Zaragoza cuando nos alcanzó un motociclista de tránsito.
-Sálganse por la lateral –ordenó.
Salimos y luego nos indicó que nos metiéramos por una de las callejas perpendiculares. El Meli salió demudado del coche.
-¿Qué pasó mi oficial? ¿Cometí una infracción?
-Estimado señor, -dijo con amabilidad afectada-con diez coches que echen el humo que el suyo echa, los imecas subirían a 500, cuando menos. Su engomado ya no lo protege. Voy a tener que llevármelo al corralón, donde pagará usted una multa de treinta salarios minimos por ser un peligro contaminante.
Entonces intervine yo, al ver que el Meli había quedado mudo.
-Mi oficial, precisamente, vamos a Amecameca a venderlo porque no tenemos para el ajuste.. Allá no necesita el engomado.
-Debo llevarlos al corralón.
-No sea malito, no nos eche a perder la venta de la carcacha. Pongamos diez salarios mínimos para su gasolina.
-Yo no les estoy exigiendo nada.
-Que sean once.
-Venga
-Pero nos escolta hasta la salida de la carretera.
El Meli se aturrulló y le dio veinticinco. El oficial ni los contó, pero al guardarlos, observó el interior:
-¿Qué llevan ahí?
-Chamarras –dijo el Meli- vamos a aprovechar para venderlas en el tianguis de Amecameca.
-Eso quiere decir que ustedes transportan carga en un coche particular. Tendré que llevármelos al corralón por eso. O me dan una –dijo- y la petición me produjo un iceberg en el estómago.
-Es que el lote ya está vendido –adujo el Meli, más verde que una lechuga.
-Entonces el trato es de otros quince salarios mínimos. Ya son dos las infracciones. Caifaz.
El Meli contó la cantidad estipulada. El oficial me indicó que hablara con él a solas, y así me hizo una graciosa concesión:
-Ustedes no saben manejar bien. Culebrean mucho y no encienden las luces direccionales para pasar de un carril a otro. Además allá se le cerraron imprudentemente a un coche donde iba una señora con niños y lo treparon al camellón. Se asustaron mucho y uno de los bebés se golpeó la cabeza. Puso sus ojitos en blanco, creo que va a darle un torzón meco. Puede ser que se muera. Esos se llama homicidio imprudencial. Eso vale veinticinco mínimos más.
Regresé a donde Melitón y le hice un aumentillo a cuenta de sustos y broncas:
-Pásame otros treinta salarios mínimos más para el oficial, que nos está dando muy buenos consejos de cómo manejar.
El Meli contó con mucho cuidado y sin chistar me pasó el fajo de billetes. Entregué lo estipulado y hecho una dama me dijo:
-Síganme, no aceleren mucho porque el humo de su escape puede provocar otro accidente por falta de visibilidad. ¡Y no se les ocurra regresar al defe con semejante carcacha contaminante!
El oficial cumplió fielmente su palabra y nos escoltó hasta la bifurcación a Texcoco. Ahí se saludó al pasar con unos patrulleros quienes le hicieron la seña de nuestro humeante escape, riéndose.
-Gracias señor oficial, no olvidaremos nunca su buen corazón. No sabe lo mucho que le agradecemos sus atenciones- dijo el Meli antes de que el motociclista se diera la vuelta, deseándonos buen viaje con la mano.
-Ese cabrón nos hizo perder mucho tiempo- renegó el Meli- La nena puede despertar, dale a oler otro poco de cloroformo.
Levanté la chamarra que le cubría la cabeza y pasé el frasco bajo su nariz. Le abrí el escote y subí la falda. Luego volví a taparla. Les juro muchachos, que exclamé para mis adentros: ¡ésta es hembra no como la que tengo en casa!.
Antes de tomar el libramiento de Chalco el coche empezó a jalonearse muy feo. Optamos por entrar al pueblo, hallamos la calle principal semi invadida por ambulantes y la lentitud del paso empeoró la renuencia del motor. El Meli buscó –echando madres- un lugar para estacionarnos y lo halló al fin, cuando una camioneta salía. El enorme coche echó un bufido impresionante y luego el motor se paró solo.
-¿Qué tendrá este hijo´e puta? –rezongó dándole una patada al acelerador, a la vez que trataba de encenderlo infructuosamente.
Cuando oí flaquear la marcha le aconsejé la búsqueda de un mecánico.
-¿Te das cuenta de la situación?
-No hay de otra. ¿Qué sabemos de mecánica automotriz?
Veinte minutos más tarde, regresó acompañado de un mecánico tan sucio de grasa que no se le veían más que los ojos. Alzó el cofre, pidió que el Meli le diera unos toques a la marcha, oyó doctamente el ruido producido, quitó el filtro del aire, olió el carburador, meneando negativamente cada vez con más fuerza la cabeza y al fin, desde el agujero negro que tenía por boca, salió un sonido casi ininteligible.
-¿Llevan mucha prisa?
-¿Qué tiene? –respondió Javier con otra pregunta.
-Vejez- aclaró- reumas en la suspensión, mala circulación del agua. Enfisema en el carburador, cáncer en el árbol de levas, colesterol en el depósito de aceite e infarto en la bomba de gasolina.
-¿Cuánto tiempo tardará en arreglarlo, maestro? –inquirió el Meli con aguda preocupación reflejada en la cara.
-Si como diagnóstico, nada más es la bomba, será asunto de media hora, a partir del momento en que me traigan la refacción.
-¿Usted no la tiene?
-Para nada. Pero no busquen en las refaccionarías de nuevo, porque este modelo no lo trabajan, ya es muy viejo. Como a un kilómetro después de la salida del pueblo hay un deshuesadero. A lo mejor ahí.
-¿Y si no?
-Entonces encontrarán otros más adelante. La extirparé para que lleve la muestra.
En diez minutos tuve el aceitoso fierro en mis manos. Paré un taxi para ir al deshuesadero, pues no era cosa de andar perdiendo el tiempo. El encargado del deshuesadero apenas vio la pieza, negó la posesión, ya me iba cuando me aclaró que si bien no la tenía, podía ponerle una bomba de Chrysler cuyo motor era si no igual al del Mónaco, por lo menos de su capacidad. Con una adaptación quedaría bien.
¿Ustedes que hubieran hecho en mi lugar?, aceptar; puso en mis manos un infame fierro oxidado con parecido lejano al original. Externé mis dudas sobre el funcionamiento y me explicó que no tenía alternativa. Pieza casi de museo, por tan sólo treinta nuevos pesos fue mía.
Cuando el maestro la vio dijo:
-Hay que hacerle asepsia con thiner. Le meteré un par de prótesis de hule y trataré de efectuar el transplante, pero no garantizo … no garantizo. ¿Hasta donde van?
-Amecameca –contestó el Meli.
-Puede ser que lleguen.
El maistro se llevó la pieza y el Meli lo acompañó, pues quería apurarlo. A mi me entró sed y hambre. A media cuadra había un expendio de la cremería Chalco. Me asaltó la imagen de unas ricas gelatinas de leche, famosas por ese rumbo, y echando un vistazo al bulto y no viendo señales de vida, fui allá de prisa.
Pedí una torta de queso panela que bajé con una Lulú de prisco y como postre tres cremosas gelatinas de leche. Había cola en la caja y me demoré un poco en liquidar mi cuenta. Al regresar al coche, lo vi rodeado de un enjambre de arrapiezos agolpados en las ventanillas.
Se me secó la boca. ¡Con certeza habían descubierto a la estrella! Lo más probable, había despertado y estaba dando de gritos. Empecé a parir erizos, pero me contuve muchachos, no corrí, al contrario, me acerqué cautelosamente y sudando frío; las piernas me temblaban. ¡Ya me veía en la cárcel acusado de plagio!.
Por encima de aquellas cabecitas prietas vi a la estrella sentada en la parte posterior sonriendo bobaliconamente a los chiquillos que le hacían señas de que bajara el vidrio pues algunos le mostraban trozos de papel para que les diera su autógrafo. Tenía las chamarras en el regazo.
Entré en el coche, azorado, dispuesto a taparle la boca si gritaba, pero no, ella no tenía esa intención, en realidad no tenía ninguna, porque veía sin mirar, se hallaba en estado semicataléptico, ni despierta ni inconsciente.
Los chiquillos me atosigaron.
-¿Es Mary Sortié? –insistían en la pregunta una y otra vez.
-Es su doble, la que hace las escenas peligrosas en sus películas –contesté tratando de parecer sereno y convincente.
Pero Mary Sortié tenía muy arraigada la costumbre impuesta por la fama, porque comenzó a firmar autógrafos automáticamente, aunque los chiquillos no se largaban, sino que se quedaban contemplando atónitos su belleza.
El Meli regresó con el maistro, quien no prestó atención a la boruca infantil, sino que atacó lo suyo. Se colocó un tapabocas, un par de guantes quirúrgicos, y procedió a la delicada operación.
El Meli ya había notado el estado especial de la bella y se metió al coche conmigo.
-¿Cómo permitiste que se sentara? –reprochó.
-No pude evitarlo, pero está como mensa, no sabe lo que hace ni dónde se encuentra.
El Meli se agachó y levantó un poco la botella de cloroformo:
-Tenemos que dormirla de nuevo, así nos pone en peligro y … –pero no continuó porque miró detenidamente el frasco y exclamó por lo bajo- ¡Con razón, si le diste a oler el amoniaco!
-Yo que iba a saber lo que era, tenías las botellas juntas y no me fijé.
La oscura faz del maistro se metió por la ventanilla.
-Ya estuvo jefe, encienda el motor.
Tras cuatro angustiosos y largos intentos, el pinche motor arrancó.
-Oiga –comentó el maistro bajando el cofre- me deben treinta nuevos varos. ¿Quién es ese cuero que llevan ahí?
-La doble de Mary Sortié –me adelanté.
-¿Y quién es Mary Sortié?
-No me diga que no la conoce, que nunca ha oído hablar de ella.
-Por la virgencita.
-Es muy famosa. Aparece en la tele, en el cine y en los periódicos.
-Yo que voy a tener tiempo para ver eso. Mire, me levanto a las cinco para poner un puesto de atole con tortas de tamal para los choferes que van a México; lo quito a las siete y abro la tortillería que tengo, despacho hasta las nueve, dejo a una encargada y me vengo para el taller; aquí estoy hasta las dos, hora en que me retiro, me baño, como y me cambio para irme al seguro, donde tengo una plaza de medico general; ahí entro a las tres y salgo a las nueve de la noche y vuelvo a poner el puesto, pero ya no de atole, sino de tacos de cabeza, que cierro hasta las doce de la noche. No, si como chambear, chambeo duro todos los días. La crisis no está de adorno. Los domingos a las cuatro me voy con mis chamacos a la central de abastos por mercancía, porque es día de tianguis en Canal de San Juan donde tengo un puesto de pescado y ya cuando regreso mi vieja me tiene un canastón con pan de dulce que vendo en Xico de casa en casa, pues tengo mis entregos.
-¿Y los sábados? –pregunté curioso, pues se había saltado ese día.
-Los sábados se los dedico a mi segundo frente, le surto su puesto de flores que tiene en Jamaica, le ayudo a vender, hacemos cuentas y ya en la noche, bueno, pues ya sabe. Oiga, la chava se ve medio malita, por veinte nuevos varos se la ausculto aquí mismo, se la receto y se la curo.
-No gracias, ya se va a componer, así se pone cuando deja el esmog de la ciudad, ya está muy acostumbrada a él, pero es cosa de tiempo, se va aclimatando al aire limpio y reacciona –expliqué presuroso, pues en su caja de herramientas tenía un compartimiento con materiales de primeros auxilios y amenazaba con sacarlos.
El Meli arrancó y pronto salimos de Chalco. En San Rafael comenzó a recordar la estrella.
-¿Dónde estoy, quienes son ustedes? –balbuceó.
-El cloroformo –ordenó Javier y me pasé para el asiento trasero, teniendo esta vez cuidado en escoger el frasco adecuado.
Pero mientras atravesábamos el pueblo no era posible administrárselo, ¿ven? Y ella recobraba lucidez con prontitud. Cuando dejábamos atrás las últimas casas el Meli se metió en una brecha para que yo maniobrara con soltura, pero no habíamos avanzado ni diez metros cuando nos encontramos con una camioneta y, como el caminillo era estrecho y nosotros estábamos en terreno ajeno, nos correspondía retroceder.
Melitón echó reversa hasta la carretera, los ocupantes de la camioneta nos miraron, curiosos, pero no entraron al asfalto. Se quedaron plantados en la mera entrada. No convenía insistir así que el Meli puso el drive, pero no obedeció la palanca, la cual quedó metida en reversa. El Meli luchó denodadamente con el mecanismo y no consiguió mover la obstinada palanca. Desde la camioneta nos miraban, Mary Sortié hacía ya preguntas más coherentes.
-¿Me quieren decir que hago aquí?
Por lo visto aún no recordaba los detalles de su secuestro, pero no demoraría, y cuando eso sucediera, si no le dábamos otra dosis de cloroformo, estaríamos en verdaderos apuros. ¡Y la jodida reversa atascada! ¿Comprenden la bronca?
El Meli tomó una decisión heroica: seguiríamos en reversa hasta Amecameca, ¡no faltaba más! Ese era amor del bueno, muchachos, amor como tal vez ni ustedes ni yo sintamos jamás.
Y allá fuimos de subida y en reversa, maniobra sumamente riesgosa dado el curverío restante y sobre todo la impericia de mi amigo. ¿Cómo acepté contribuir al plagio?.
-¿A dónde me llevan? ¡Pero que brutos, que modo de manejar! –gritó Mary.
Los cláxones de los coches que subían y bajaban a nuestro lado nos dedicaban, de parte de sus dueños, bellísimas mentadas de madre en todos los tonos. Nunca me habían recordado tanto a mi mamacita, ni siquiera ahora que estoy de jefe.
-¡Para bruto, para que nos vas a matar! – gritaba la Sortié ya casi repuesta.
-No puedo, se me trabó el acelerador.
A nuestro lado pasó de bajada una patrulla de caminos. Nos quedaron viendo sus ocupantes, se perdieron en una curva, pero no tardaron ni medio minuto en regresar y emparejársenos. A gritos Javier les explicó lo del doble atasco. Entonces se pusieron atrás de nosotros, es decir, adelante si se considera el sentido que llevábamos en reversa, para abrirnos camino a sirena abierta y luces rojas intermitentes. Mary Sortié estaba ya en la fase del asombro. ¡De esta sí no nos íbamos a salvar!.
Ya casi entrando en Amecameca un tumbo en un bache más profundo que los habituales en las carreteras nacionales destrabó el acelerador y con poca velocidad, todavía en reversa, nos metimos en un callejón solitario, no sin dar un sonoro banquetazo.
Mientras uno de los patrulleros federales venía hacia nosotros lenta y cuidadosamente, la mano posada en la cacha de su pistola, Mary Sortié le preguntó a al Meli:
-¿Qué quieren de mi? ¿Por qué me han traído hasta acá? ¿Dónde estamos?
El Meli, compungido, la voz chillona, bañado en sudor, casi a punto de llorar, lo confesó todo:
-No lo culpes a él. Yo soy el único responsable, quería verte de cerca, tocarte … de ser posible darte un beso.
-Me lo hubieras pedido en donde me presento.
-Es que… un buen beso … ¡Te amo!
El Oficial interrumpió aquella declaración de amor.
-¡Sus documentos, jóvenes!
-Un momento oficial. ¡Yo soy Mary Sortié!
Sentí que debajo de mi se abría un abismo inconmensurable.
-Sí, sí, y yo soy Chespirito. ¡Vengan esos papeles!
Mientras el oficial miraba la ruina de tarjeta de circulación vencida y la flamante licencia del Meli, Mary Sortié se bajó la parte superior de la blusa lo más que pudo y dejó ver buena parte de su opulento busto:
-Oficiaaal- dijo con la voz más cantarina de su repertorio.
-Ay, mana, tápate que va a darte un mal aire –aconsejó el federal de caminos con una de las voces más gay que jamás hubiese oído yo, y continuó –ustedes se quedan aquí, sin mover este coche, que es un peligro mortal. Y tú mi rey –me señaló-, vienes conmigo al retén, pues vas a pagar una multa por manejar en reversa en plena curvota.
Adiviné sus malas intenciones y traté de negociar, pues como ustedes seguramente saben, yo soy machín, a lo otro no le hago:
-¿Qué no podríamos arreglar esto de otro modo, mi teniente?
-Te saldría muy caro, papacito.
-Pero es que yo ni venía manejando.
-No te hagas el remolón, lindura, que te vi muy bien. Anda acompáñame.
La estrella se puso entre los dos:
-Oficial, soy Mary Sortié, ¿eso no le dice nada?
-Sí, que no eres mi tipo.
-¿Ha oído hablar del licenciado Javier García Panivino? ¿Hijo del general García Barrabás?
-Tampoco es mi tipo. Es un sexagenario feote. Machín de Jalisco.
-Es su jefe.
-¡Ay si!, ¿muchas influencias?
-El licenciado García Panivino es mi marido.
-¿Pero quién no es tu marido, princesa?
-Considérese usted cesado.
-Mira, coquetucha, de lo que mi pareja y yo trabajamos diario, doce horas al día, una parte va al bolsillo de García Panivino, así que, esos aretes que llevas, por ejemplo, probablemente te los compró con el entre que le pasamos. Ustedes son prácticamente delincuentes de carretera. Yo solo cumplo con mi deber y quiero que este guapote me acompañe al retén.
El Meli decidió sacrificarse:
-Lo acompaño yo, mi oficial.
-¡Ay fuchi! No me hagan esperar, porque llamo a mi pareja y pueque complementemos con la monadita ésta.
El Meli me pasó un buen fajo de billetes sin que se diera cuenta el oficial y me dijo.
-Ve Fortunato, mira que puedes hacer por nosotros.
Amigos, allá fue Fortunato hasta la patrulla, distante unos cinco metros. El otro oficial era más alto y fuerte que el gay, pero de graduación inferior.
-Te presento a mi novio –dijo el puto a su compañero.
-¿Qué no es celoso? –comenté.
-Sé compartir –dijo con una voz que hubiese envidiado el célebre bajo Nicola Rossi Lemeni.
-Bueno, pues compártanse estos billetucos –dije ofreciendo la mitad de la paca que me había pasado el Meli.
El bajo profundo contó los billetes con la habilidad de un cajero bancario.
-Diez salarios mínimos –dijo devolviéndome el dinero.
-Por menos de quince salarios mínimos para cada uno, no me resigno a perder la oportunidad de que me corretees las lombrices, Fortuny.
Vi el cielo abierto y les di la paca completa. El bajo profundo contó y advirtió:
-Faltan cinco.
Fui al Mónaco, y regresé con diez más, cinco para ellos y cinco para mí. La aventura redituaba ya algo. El salario del miedo.
Se fueron; la maldita carcacha arrancó bien, pero no la movimos mucho, pues Mary Sortié estaba de pie, los brazos en jarras, viéndonos.
-¿Le damos su cloroformo de nuevo? –consulté con Melitón en un susurro.
El Meli me contestó de la misma forma:
-¿Y si es cierto lo de García Panivino? También es nuestro jefe.
-En ese caso ya la cagaste, Melitón, por no hacerme caso. Y yo creo que si es cierto, porque ahora que me acuerdo, la vez que fuimos a darle mañanitas a García Panivino, fue en esa calle, de donde salió tu Mary.
Mary Sortié se nos acercó, muy seria:
-Ya recordé todo. Me secuestraron y me narcotizaron. A estas horas, en que no he llegado a los estudios, ya Javier movilizó a todas las policías habidas y por haber. Si saben lo que les conviene denme mi celular. ¿Qué se proponían. Pedir rescate?.
-Para nada –contestó el Meli tratando de ser convincente –ya te lo dije, te amo y quería besarte, dormidita, un beso de amor.
-Me ibas a violar.
-¡No! ¿Pero como crees? Toma tu celular, estamos en tus manos.
La estrella marcó un número:
-Javier, mi amor … sí Jave, estoy bien… me encuentro cerca de Amecameca, la contaminación me puso muy mal en el periférico y decidí venir a respirar aire puro … ¡es increíble el aire de aquí…! no, no hay necesidad, subiré con el coche a Tlamacas y luego regresaré a casa…! que se aguanten, al fin y al cabo tú produces la película…! diles que mañana daremos el banderazo … no, ningún problema, ya te dije que estoy bien… sí, mi amor … sí mi amor … besitos … no te preocupes más … bay.
No podíamos creer lo que oímos. ¡Salvados! Miré a Melitón, intrigado por lo que haría enseguida. ¿Seguiríamos con el plan original?
-Bueno, ya lo oyeron, vamos a ir a Tlamacas ¿Cómo se llaman?
Le dimos nuestros verdaderos nombres, no sé por qué. También le dijimos que trabajábamos, en la SCT, oficiales del archivo general.
-Acércate –le ordenó al Meli.
El Meli obedeció tímidamente. Ya no era el Meli que iba a violar a María Sortié, el quelite del poderoso Panivino, ahora era un borreguito tan manso como cualquier miembro del partido oficial. Ella dejó el celular encima del coche y le echó los brazos alrededor del cuello. El Meli nomás tragaba saliva. Yo me puse atrás de él, haciendo cola, para recibir mi beso.
-¿Me querías besar? ¿Es tu sueño dorado? – murmuró ella con voz apagada, pastosa, insinuante, acercando la boca del Meli a sus labios. Le quitó los lentes y, viendo que él no se atrevía, lo besó. Le acomodó un beso de película, el Meli la abrazó, entendí que para ella no era sino un beso más de estudio cinematográfico, pero para él era real, hasta que el Meli se puso morado de tanto aguantar la respiración. Luego se puso blanco, muy blanco, agarradito a ella, que no dejaba de besarlo furiosamente, después su palidez se volvió cerúlea y se desmadejó en sus brazos, sus manos resbalaron lentamente por aquellos pechos soberbios, sus dedos se engarfiaron en la orilla del escote, hizo brotar aquella maravilla de pezón rosado, pero Melitón Pérez Torres no lo sentía porque estaba finadito. Muerto de emoción, muerto de amor. Tenía muchos problemas con su presión. En el ISSSTE le dijeron que se cuidara, estaba propenso a un infarto.
-Lo mataste -le dije a la bella-. Lo mataste con tus besos.
-Cuando se convenció de que el Meli estaba en el otro mundo, me dijo que ya no iríamos a Tlamacas y que en mi futuro veía un ascenso rápido. Cumplió lo del ascenso y no la he vuelto a ver sino en “Siempre lo mismo”; del Meli heredé las fotos, que ustedes contemplan todos los días en mi escritorio. Su hermana mayor, único familiar no las quiso, dijo que representaban la causa de la vida solitaria y sin esperanza de su hermanito. Ahora yo también me conformo con admirar las mismas fotos, porque yo también la amo. Voy a raptar a la estrella. Trae buena suerte. ¿Quién de ustedes me acompaña, muchachos? Es a todas madres un rapto, verdá buena. Salucita, ¿No? Que vivan el amor y la amistad, ¿no?