PRESENTACION DEL LIBRO AÍDA DE VÍCTOR M. NAVARRO
Artículo por José Tlatelpas
En la Casa del lago, del célebre parque de Chapultepec, Víctor Navarro presentó su libro Aída. Ahí tuvimos la oportunidad de escuchar sus más recientes poemas así como algunos lúcidos comentarios de otros escritores invitados. Hubo dos músicos y tres presentadores, enmarcados por una exposición de Gerardo López Padilla, grabador al zinc. En la presentación del libro Aída, publicado por ediciones Mandala, estuvo la compañía de la música de Hernán Bravo y Guillermo Zapata. Comenzamos con la música, quizá un poco con estilo zapoteco y latino, con una cierta calidad literaria y sabor de tríos. Carlos Santibáñez hizo una introducción al trabajo del poeta, dijo: es una obra muy hermosa, donde he podido abrevar con un sentimiento de frescura, de alegría. Todos los que hemos sido compañeros de Víctor vemos en él un cambio substancial en la teoría del conocimiento y la epistemología poética. Nos da a entender que entiende cosas que no entendía antes. El amor nos hace percibir lo que antes no veíamos. Desde esta nueva forma de entender al amor propone a la pareja, “tu nombre es el pulso”, el gusto por la ciudad de México, por esta mancha urbana. El no querrá desprenderse, va jubilando al pesimismo, busca airadamente aprehender las caricias de su amada en la maldita vecindad. Nos dice Víctor “la música humedece también los besos”, debajo del agua mansa está la mejor corriente. Va jugando con el espacio a través del amor, una nueva construcción. No es una forma hipócrita o artificial sino que le viene naturalmente. Como poeta no pierde su simpatía, como cuando nos dice: “regreso dentro de 20 poemas”, hace un juego de verbos transitivos o intransitivos en el poema Metro Coyoacán. Ejemplo de juegos afortunados es el poeta que cruza el Canal de la Mancha “sin mancharse”, llega por lo fresa y termina por lo más hondo cuando le dice a Aída: tú eres el todo. Son cuestiones de sentimiento que llevamos muy hondo en la vida. El crítico literario Ignacio Trejo dice que Navarro nos envuelve en un título de canción cuando nos dice “nuevamente nos bebemos a encontrar”. Sabe a nostalgia, sabe, como dice Víctor “a pedazo de pastel”. Hace, como decía Germán List, un culto a la más benigna de las democracias: la palabra. Sigue en la palabra Armando González Torres, poeta y ensayista. Señala que el sentimiento es anacrónico en algunas críticas y muchas de las obras mejores se resisten contra esto y por eso han caído de pie en una publicación. En lo personal nos parece que Navarro rescata el sentimiento y lo popular y que, en lugar de acatar la moda, acepta el acatar los temas perdurables, como Arturo Trejo y otros. Es el buscar una forma formal muy depurada, una prosodia educada, una mezcla muy afortunada de efusión, afición y oficio. Víctor nos leyó un sentido poema al finado y fino poeta Jaime Reyes, a quien, por cierto, conocí en este mismo lugar hace casi 20 años. González Torres concluyó diciendo que la obra de Navarro resulta susceptible de numerosas lecturas, en las que concurren las voces del agora, las melodías de moda y el diálogo con los difuntos. Agregó que vemos en él una gran capacidad de giros. En esta presentación destacó la presencia de los cantautores, con un sello de calidad. Entre otras, cantaron una melodía con letra de Rubén Bonifaz Nuño, otra tomada de la antología de Pablo Neruda, Caricias Letales y, la primera que cantaron, fue un danzón de Hernández. Estos músicos trabajan con poetas, independientemente de las canciones propias que componen. No musicalizan poemas: sino que hacen canciones. Mostraron una buena calidad. Estuvieron presentes, como se dijo, un abanico de letras, sentimientos y pastas duras. Aída parece ser la compañera de Víctor y tiene un bebé de año y medio, ambos estuvieron presentes. También se presentó la mamá del poeta, dueña de La Bonetería Rosita, mecenas de este libro. Virgilio Torres, comenta que decía Santibáñez, que el amor es capaz de hacer atestiguar al poeta la forma en que el escritor quiere asumir su subjetividad. Esto sólo se puede hacer hacia fuera y se ve en los tonos descriptivos de los títulos de los poemas. Hay quizá un homenaje escondido a la poesía de Leduc. La calle como universo y macrocosmos. Lo que pasa en la calle más inmediata, en donde Víctor se retrata, le es necesario para relatar sus experiencias íntimas, la introspección se vuelve en Víctor Navarro una declaración de amor. Podríamos declarar a Navarro no un poeta del cante hondo sino un poeta del chante jondo (el hondo hogar), el ambiente erótico y familiar que representa para él una renovación que le permite afrontar la nueva etapa que le ha tocado vivir.