Arte Lírico y Arte Social
Artículo por Carlos Gutiérrez Cruz
LA EPOCA actual, saturada de hondas inquietudes sociales y conmovida por pasiones tempestuosas, hijas de necesidades cuya satisfacción es inaplazable para las masas humanas, no ha podido dejar al margen de su torbellino esa actividad tan malamente definida y tan ampliamente discutida que se llama arte. Y es natural, puesto que un cambio de orientaciones en el espíritu humano, tiene que traer como resultado inmediato una alteración en el sentido de sus producciones y muy especialmente en el sentido de la producción estética, fruto directo y representativo de la parte síquica de la vida de los hombres.
Las más respetables autoridades en materia artística han producido los más solemnes disparates al emprender el estudio filosófico del arte. Todos lo discuten a base de hipótesis más o menos descabelladas, como si se tratara de las condiciones geográficas de una estrella lejana o como si su producción fuera un pronóstico destinado a realizarse en un futuro remoto. Parece mentira que una actividad que se cultiva desde muchos siglos atrás y por tan grande cantidad de seres humanos, ofrezca tantas dificultades para ser estudiada y determinada por los mismos hombres que la realizan.
Sin embargo es condición generalmente aceptada que el arte refleja la época que lo produce y así puede demostrarse recurriendo a ejemplos vulgarizados ya: las epopeyas de Homero, La Divina Comedia del Dante, El Quijote de la Mancha, obras capitales de los tiempos en que florecieron y ejecuciones artísticas calificadas como maestras al través de la historia de la literatura.
Tomando como base la realidad apuntada, nada hay tan exótico, tan falto de fundamento como el arte lírico en el momento que vivimos. Su producción aparece como el entrenamiento de los hombres que viven ajenos a las sangrantes realidades que conmueven el mundo, como las carcajadas del imbécil en el momento de un terremoto que convierte en escombros a la ciudad entera. Es absurdo, en verdad, que el problema del poeta se reduzca a buscar malabarismos de forma o a encontrar nuevos puntos de vista para describir una flor en sus poemas, mientras las masas de trabajadores de toda la tierra se precipitan trágicamente exigiendo pan de quienes controlan las fuentes de producción en que se alimenta la humanidad.
E1 aspecto divinista y sublime que durante las últimas épocas quiso imprimirse a la producción estética, tiene que desaparecer arrollado por el avance de las multitudes hambrientas que claman justicia, que piden pan, que carecen de todo sentido lírico, que só1o advierten el imperativo del instinto supremo de liberación y de subsistencia. El artista, pues, de la época presente, será quien saque de la epopeya viva que se desarrolla frente
a nosotros, las emociones estéticas, los sentimientos artísticos de que debe estar llena la obra que se produzca para la humanidad del momento que vivimos.
Algún escritor sudamericano observaba que el arte lírico quedaba como patrimonio para las mujeres, pero Juana de Ibarbourou ha desmentido su aserto consagrando su más reciente producción artística a alentar a las masas trabajadoras para que conquisten el supremo fin que las hace organizarse y luchar contra las clases acaparadoras. Mariblanca Sabás Alomá en Cuba, Magda Portal en el Perú, Blanca Luz Brun en el Uruguay, son ejemplos vivos de que la conmoción social que sacude al mundo no es ajena a la producción estética de las mujeres.
Sin embargo, en nuestro México revolucionario, en nuestro México vanguardia de la América Latina, en nuestro México lleno de organizaciones obreras y campesinas, el plano general de la literatura se extiende al nivel de la torre de marfil en que se encasillaron las últimas generaciones intelectuales del siglo pasado y sólo por excepción se han dado casos de escritores que hayan afiliado su producción a las necesidades que encarna la lucha de las masas productoras.
Muchos de nuestros escritores afiliados al movimiento social, han creído que basta con adoptar formas extravagantes, con elaborar metáforas absurdas, para estar a la altura de las necesidades estéticas del presente, pero se equivocan de la manera más lamentable, puesto que toda obra ejecutada para un lector, debe llevar como condición absoluta de ser comprensible para ese lector; debe llenar las exigencias de sentimiento, de cultura y de lenguaje de la gente a quien se dirige y para quien se produce la obra
Así pues, el arte moderno debe salir del plano superficial y formalista que marcan los futurismos literarios, para penetrar al plano ideológico y emocional en que se desarrolla la lucha de clases sobre la superficie de la tierra. Pretender que el Estridentismo sea un reflejo de la revolución social, es aceptar que el arte debe desempeñar el papel de un espejo de superficie irregular donde se suceden los planos convexos y cóncavos y donde las imágenes adquieren proporciones absurdas y lineamientos ridículos.
Debemos concluir, de todo lo analizado en las líneas anteriores, que la producción artística mexicana (haciendo excepción de la pintura, francamente afiliada a las emociones sociales del momento) se mantiene en un plano exótico, inadaptada a los sentimientos del momento actual, ajena a las realidades que mueven nuestra vida y consagrada a un estéril rincón de biblioteca de donde só1o surgen miopías visuales adecuadas para el uso de los anteojos y reumatismos por inacción que hacen necesario el empleo de las muletas.
Crisol, núm. 21, septiembre de 1930.