EL VUELCO DE LA PATRIA, poema por Benito Balam

EL VUELCO DE LA PATRIA

Poema por Benito Balam

Y es porque apenas un gesto imita el dolor
y se reprime el temblor de estas sienes partidas
y es porque mi carne se entierna a cuchilladas
y mi pena solloza en un calabozo
saben que un grito irrita la desgracia.

Temo y tengo que salpicar de dientes estas palabras
y cruzar los labios
no como se cruzan los brazos de algún inconciente
tengo que desanudar mi boca
para que el último aliento no sofoque mi voz
y quede impregnada en toda la oquedad de mi cuerpo.

Ya sé que la vacilación acarrea a tajadas la derrota
por eso he de masticarme los soplos del corazón
aun si llega la pus entre mi sangre
y las venas se vuelven tartamudas
y si la fiebre quiere pelear conmigo.

No ha nacido para llorar
mi conciencia
no ha escogido este cuerpo
pero aquí le ha tocado desempeñar su existencia
hasta que el enemigo hunda sus cañones en él
a hasta que la aguja del péndulo le clave la muerte.

De una vez he de decirlo todo
para quedar tranquilo
no importa que hoy la insolación rompa cerebros
ni que se persiga cada verso
ni que los ladridos y las pedradas
tapen la boca de mi pueblo
ni que los sigilos traten de abrevar
o de esconder todo el armamento que llevamos dentro.

Los propios mexicanos
los tercos indígenas de cobre
haremos la revolución con sangre propia…
La tierra será nuestra
por fin exhalarán por nuestros poros
con fina fuerza y sin estorbo,
el polvo y la ceniza de esta tierra.

Hoy nos pueden hacer tragar nuestras palabras
para que callemos el hambre que tenemos
el hambre que se abre a rehambre
esta anemia jodida
que se dilata por inanición
hasta escurrir por nuestros huesos
y dejarlos hechos por astillas
o chubasco de esqueletos.

Mis entrañas se han cocido y calcinado
pero han permanecido intactas
mi conciencia se ha tejido de carne
mi rostro es el filo del cobre
y el desliz de un animal silvestre
mi frente es un penacho descarnado
de granos de maíz son mis vértebras
y mi sangre se ha llenado de tierra
¡ay, cómo se me atierrra la sangre!

La brisa atemperada había anunciado con suficiencia al viento
y comenzaron a caer las cercas y las alambradas
¡Tierra o muerte!
se desplomaban los postes como centinelas inútiles
¡Tierra o muerte!
y las masas campesinas entraban como toros
como tigres legendarios
caían en picada con el gesto del águila
y la tierra parecía extender sus brazos para abrazarlos
y besarles sus cráneos con los labios enterrados de sus antepasados.

La tierra siempre pudo más que el chasquido de los cartuchos
o que el terror de los cañones,
la tierra nunca olvidó la huida del indio
o la muerte cobarde que se le dió en la espalda
y por eso, la tierra cuando se humedece
no sólo recibe los cántaros de la lluvia
sino recuerda la sangre que la irriga muy adentro
la sangre que cabalba muy adentro…
Que se hunda en mi carne
que se hunda y se funda en mi carne ese silencio…

Porque no podremos olvidar nunca
los cascos y el resoplido de las cabalgaduras surianas
ni la mole irritada de la División del Norte
haciendo cóncava escena de guerra
al proyectar expansivo el cuerpo del pueblo
y poner en relive toda la carne de la Patria
y ese grito de mi general Villa:
¡me cago en los latifundistas!

Vamos a hundir a pique
esos acorazados de mierda
cuando se liberen las guarniciones de indios
desfilando en batallones
como cuando una mujer del pueblo
se lava el cabello
y descuelga pelo a pelo
sus lágrimas de fuego.
Vamos a abrir este país de nuevo
enfilando la quilla de nuestros pechos
cuando la bandera se ate
y se encharque en la garganta
y bata sus olas
de pliegue en repliegue
sobre cada extremidad
como ropa que no se descuelga
inmanchable
ante mi piel oscura…

Indio es el rostro del pueblo y el obrero
indio su pelo lacio negro
indio su gesto, su rabia palpitante
indios sus ojos de rasgado velo
indio su innumerable pecho abierto
que enseña su esternón como de tronco viejo
indio cada costilla y cada hueso
y a borbotones luce su mirada de sangre
que palpa el horizontesabiendo que fue suyo
¡sabiendo que será nuestro!…

Hoy, kilómetros de pupila negra
se van abriendo
desconociendo candados
para romper el cascarón de las cadenas
y se cruzan los dientes
salpicándose de labios
como las encías de las cerraduras
que crujen su cólera acuartelada…

¡Ah! las rocas dentadas, los dientes de piedra;
hay que saber que de los restos humanos
perduran más los dientes que los ojos
los antiguos mexicanos ya no ven, pero muerden.

Ellos andaron por donde antes murieron otros hombres
acaso como un breve y dulce engaño
ellos abrieron de nuevo los cauces de la sangre
y comenzaron a labrar un nuevo rostro
ventisca gutural
anatomía sideral de la garganta
guitarra dislocada
golpes, traumatismo morado
que expresa el corazón cuando se llora
o crisis que lleva el fuego
y los fragmentos del cuerpo deshechos en la plaza
¡oh, la inmortalidadde la plaza!
crustáceo de sangre que sedimenta la huella de un rojo pavimento
huella de la locura que vierte el ojo y la mirada en acecho
irremediable inundación de una muerte que no puede creerse.

¿Y la gente cómo acudirá con sus muertos
sin llevar en sus manos unas cuantas piedras?
¿qué se dirá de los mexicanos?
todos preguntarán, ¿dónde están los mexicanos?
¿qué hacían en esa hora los mexicanos?
¿dormían, temblaban escondidos abajo de sus camas?
¿dónde han estado nuestros ojos estos cuatrocientos cincuenta años?
¿dónde dejamos el filo del jade y el color de guerra de la obsidiana?
¿sólo mordedura de polvo?
¿Ni dientes tenemos?

Yo sé qué diremos
seguramente lo diremos:
¡balas arrójense aquí, que aquí cargaremos con ellas
por este dolor del bajo vientre…!

Sombras de las tres culturas
gestos fulminantes que acaso látigos castigan
justicia a la muerte de puños derrotados
justicia a la indignación y a la batalla
de públicos cráneos derribados.
Llevo la serenidad conmigo
y el celo del fusil bajo mis vientres
un canal de diálogo de ira
y el humo de fuegos encendidos
puños en metales
rojos ríos como banderas extendidas o dedos exclamando.

Nuestra nocturna flor deshabitada
abriéndose por noche en una lucha
y el alarido
y la boca abierta
y los ojos en el horizonte
señalando al cielo
como última tumba de un fuego de artillería
ondeando la bandera como una noche
como una terrible usurpación a un pueblo.
Para los días de la inclemencia
que un día atardecieron de víctimas
para esos días de impacto y ruido
persiguiendo el arrojo de relámpagos y pájaros
con lujo de bengalas y buitres
no sobra esta señal
no sobra el puño…

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Fragmentos del libro Desde Los Siglos del Maíz Rebelde (Poemas de Mario Ramírez, José Tlatelpas, Benito Balam, prólogo de Horacio Caballero, ilustraciones de José Hernández Delgadillo), publicado en 1987 por Ediciones Palabra al Vuelo; Ciudad de México.

El vuelco de la Patria:
Composición trágica adaptada por el autor de sus propias obras escritas entre los años de 1978 y 1981 principalmente:

Voz, sonido y grito de los mexicanos, Ahora somos mexicanos, Temprana Patria, Nación Indiana, Los que vienen golpeando con piedras, Canto a la ciudad de México y Composición para el Canto Patrio.

Mural El Hombre Ahora, acrílico con polvo de mármol